miércoles, 15 de septiembre de 2010
Educar el olfato
No recuerdo ahora si debemos a Ferlosio o a Muñoz Molina cierto artículo estupendo que apareció unos años en El País. Eran los días en que se discutía (y cuándo no) la futura ley de educación que vendría a salvarnos del desasosiego, y los nacionalistas luchaban por subir el tanto por ciento de los contenidos 'autonómicos' de las asignaturas. El argumento, ya lo saben: qué sentido tiene que el alumno conozca el Partenón y los órdenes de las columnas griegas si no sabe reconocer los estilos de los edificios más o menos ilustres de su patria chica. De ahí a defender que leer a Carolina Coronado es mucho más urgente que perderse en Safo o Emily Brönte sólo hay un paso, tan resbaladizo como concurrido.
Con valentía, señalaba nuestro columnista que, lejos de centrarse en el entorno inmediato del alumno, la educación tenía por objeto llevarle de paseo por esos mundos, cuanto más lejanos mejor, ofreciéndole el conocimiento de lo que (en segunda instancia) podría o no 'gustarle' e 'interesarle'. Ni qué decir tiene que al final la única manera de valorar adecuadamente lo 'autóctono' es poder situarlo en un marco más amplio y distinguir lo que hay en ello de copia de segunda o tercera mano de logros provenientes de otras latitudes y lo que pueda haber de realmente peculiar e interesante: siendo esto último precisamente lo que trasciende la mera 'gloria local' y constituye materia de interés general (y uno piensa, por ejemplo, en Rosalía de Castro: mujer, sí, y gallega, pero sobre todo, al margen de cuotas feministas o galleguistas, una escritora como la copa de un pino).
Por estas fechas, los profesores de lengua y literatura, que venimos siéndolo cada vez menos, nos planteamos siempre las causas del desencuentro de nuestros alumnos con las lecturas obligatorias que les planteamos. Partiendo de que yo siempre me quedo en minoría cuando se votan estas cosas, tampoco pierdo mucho por señalar lo que realmente pienso: que la mayor parte de la literatura 'juvenil', escrita por viejos para jóvenes, es deshonesta y estéril y se mueve, como aquellas películas de los años 70 sobre adolescentes que hacen surf por el vicio, entre la explotación del morbo y la catequesis políticamente correcta; que en modo alguno la lectura de ese tipo de obras prepara al alumno para otras menos obvias, favoreciendo más bien su cretinización crónica; y que, si no queremos convertirnos en el enésimo altavoz de 'los más vendidos', nuestra labor es poner ante los ojos de nuestros chavales lo que la industria del entretenimiento no les ofrece.
Machado, también educador, fue despiadado con quienes desprecian lo que ignoran. Puestos a ignorar, ignoremos ese desprecio como lo que es (ausencia de criterio), en vez de respetarlo como sagrado gusto personal, y procuremos darles una oportunidad a los textos que no fueron escritos al servicio del negocio ni se han plegado con el tiempo al mismo. ¿Podría ser? ¿Nos atreveríamos?
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8 comentarios:
Lo malo de las obras poco o nada comerciales es que tienen a descatalogarse con infame velocidad. Desaparece así la oportunidad de que sean leidas mas allá del círculo íntimo del autor o los friquis que leen de lo mas raro lo mejor. Así que gran priesa dese usted en darlas a conocer a los jóvenes a los que enseña; algo les quedará.
Yo lo he intentado reiteradas veces sin un resultado claro. La lectura de Bartleby el escribiente ¿interesó a alguien? No vi ninguna conmoción ni ningún resultado que me fuera visible. Ni tampoco la lectura de La metamorfosis o El extranjero o La espuma de los días (que en tiempos era un libro que abría en canal a quien lo leía siendo adolescente), por decir algunos. El guardién entre el centeno pareció gustar pero no desencadenó una oleada de admiradores o detractores de Holden Caulfield. Cuando hablo con adolescentes de este tiempo tengo la impresión de que no están acostumbrados a pensar, a cuestionarse, o lo hacen con esquemas extremadamente facilones. "Hay que vivir la vida, disfrutarla" -dicen-. Pero ¿cómo? les digo. ¿Qué hacemos con nuestra vida? ¿Hay que darle algún sentido? Estas cuestiones son sorprendentes para ellos porque reflexionar sobre el hecho de vivir no entra dentro de ningún programa educativo. La literatura en buena parte es una reflexión existencial. Y eso hoy no está a la orden del día en que hay que ser eminentemente práctico, ganar dinero, colocarse, etc. Y entiendo esta urgencia, más ahora, pero el sistema educativo se ha hecho esencialmente pragmático.
Los libros que se venden como literatura juvenil en buena parte son pastiches llenos de moralina, edulcorados, que buscan reforzar ciertos valores proclamados por las Naciones Unidas. Pero la literatura es anómala, extraña, como bien dices, no se ajusta a modelos fáciles. Y esto no entra, no gusta... Se quiere algo conocido, que no ofrezca dificultades de comprensión ni induzca debates profundos. Se habla con fundamento de que hay que potenciar la técnica de leer y disociarlo de la literatura. Para hablar de literatura hay que tener una asignatura que se llame así y olvidar la lengua, que es otra cosa, digna pero diferente aunque sea la entraña de la literatura.
Estoy siempre en la cuerda floja entre el profesor que me gustaría ser y el que tengo que ser en realidad. Menos mal que este año, las necesidades son tan perentorias que no tengo que plantearme lecturas de ningún tipo, pero cuando toque apostaré por la libre elección y que salga el sol por donde quiera.
Por lo que llevo viendo, amigo Joselu, la influencia del entorno inmediato es decisiva. En los últimos años, el elitismo, que tan mala fama tuvo, ha vuelto a los institutos de tapadillo con la institución de los grupos bilingües: están formados por alumnos que tienen buen nivel en inglés, pero a la hora de la verdad esos mismos alumnos suelen ser buenos en todo lo demás. Y en esas reservas (que no le tocan a uno tan a menudo como quisiera) resulta que te encuentras con que es normalísimo todo lo que, en teoría, se ha vuelto extraordinario: a esos alumnos sí que les encanta leer, leen por su cuenta mucho más de lo que se les manda y reciben con gusto las sugerencias que se les hacen.
Lo curioso, en realidad, es que esto nos resulte raro. ¿No sabemos nosotros por nuestra propia experiencia que el mundo de lo imaginario y lo simbólico, se presente en forma de libro, juego de rol, película o lo que sea es fascinante y adictivo? ¿Iban a nacer todos tontos, insensibles a esas delicias y condenados a no salir jamás del circutio consola-Tuenti-móvil? Basta levantarles un poco la condena, la presión del entorno en que ser un poco curioso y lanzarse a explorar libros se entiende como una frikada, y ahí están tan contentos leyendo mucho y muy variado.
La cuestión, claro, es qué hacer en los otros grupos, en que sí rige la ley de la burricie. Creo que sólo cabe ser sensible a los casos de disidencia (que siempre se dan) y cuidarlos con mimo para que florezcan y den de sí. El resto leerán, si es que leen, con disgusto, o bien manifestarán su aprecio por quienes les hablan en necio, convencidos de que ésos sí que los entienden y hablan su idioma. Pues vale. Sea así; pero que no cuenten encima con nosotros para aplaudir el destrozo.
Desde luego que no conozco esos grupos de élite a los que haces referencia. Sé de colegios privados donde sí hay interés por leer y la cultura ambiental es muy superior, lo que no quiere decir que la temperatura moral sea también superior. No tiene por qué. Y a veces esas clases afortunadas tienen muchos menos referentes morales. No se puede tener todo. La carencia es también una buena escuela para el que sea capaz de entenderlo. Y abre caminos pero para el que se capaz de entender más allá o tiene predisposición para los negocios. Yo intento ir siempre más allá. Les he prometido a mis alumnos de bachillerato que les pasaré El imperio de los sentidos de Nagisa Oshima a propósito de las concepciones del amor que derivan del amor cortés o Petrarca. Se han mostrado entusiasmados. Me sienta como un tiro verme coartado por el maldito programa de selectividad. Es como una navaja en el cuello que no puedes olvidar. Pero intentamos llegar a la cultura del extrañamiento pese a todo.
En el colegio hizo más por engancharme a los libros la clase de Ética que la de Literatura. Los recuerdo con mucho agrado: El señor de las moscas, 1984, Un mundo féliz (que releí este verano)... La literatura española que se nos daba me parecía una cosa absolutamente ajena, casi abstracta, que no se refería a nada que conociese o estuviese en disposición de conocer... Creo que se debe al hecho de que soy del norte y urbanita y no subí a la meseta hasta los 17 años, y la descripción de paisajes, usos y costumbres de la literatura española se refiere mayoritariamente a Castilla y Andalucía (como no podía ser de otra manera, claro). En fin, no pretendo con esto defender la necesidad del localismo, sólo expongo mi caso...
Joselu: lo de los grupos bilingües es un elitismo meritocrático, que ciertamente no es el peor. Normalmente vienen de familias cuyos padres tienen estudios superiores, pero no siempre: una de las estudiantes más brillantes que tengo este año, por ejemplo, viene de una familia bien modesta. Su madre me contaba el otro día cosas de cuando la niña era pequeña y alucinabas con su curiosidad y su capacidad de retentiva.
Javi: 'esa inhumana literatura española', la llamaba Cernuda, a quien le sobraban todos los azorines y ortegas que en el mundo han sido. (Confieso que, con algún matiz, a mí también.)
Por otro lado, esta entrada me ha salido un tanto antipática y parcial. Habría que explicar a qué viene lo del extrañamiento, sin convertirlo en un valor absoluto (si no, podríamos ponerlos a leer el BOE, que eso sí que es extrañísimo). A ver si en otra acierto.
Yo he leido el texto que refieres, es de Sánchez Ferlosio, y... a mi me parece un experimento más apropiado para universitarios, quizá. Pero no hagas caso, que de pedagogía y docencia, yo, ni jota... Como sea, lo que quieres decir se entiende y comprende a la perfección.
Sobre la entrada de arriba, si teneis pocos ejemplares del libro que se puedan repartir, yo me conformo con el Pdf...
Un saludo.
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