miércoles, 21 de septiembre de 2011

Cuando los ángeles nos amaban


Les hablaba en otra entrada de unos apuntes sobre épica que elaboré hace tiempo y que suelo utilizar en las clases de Literatura Universal. La parte inicial, que colgué allí, es una de las entradas más visitadas de este blog, lo que me hace pensar que a lo mejor vale la pena ir trayendo el resto. Así va el segundo apartado:


La épica y el tiempo de los héroes

La palabra épos implica narración: el acto de contar cosas muy viejas y muy distintas a las de hoy (en el caso de Homero, sucesos de hacía al menos cinco siglos, magnificados por la tradición oral).

Hay una tendencia universal a dorar el pasado, a hacer de él una Edad de Oro. Manrique asegura con aire proverbial cómo cualquiera tiempo pasado / fue mejor. La Revolución Industrial actualiza el tópico, al crearse una añoranza de las cosas hechas como antes, artesanalmente, frente a los productos industriales fabricados en serie. En todas las épocas, ha sido además un tópico el que los padres y abuelos se quejen de la decadencia moral y física de las generaciones siguientes (efecto del recuerdo selectivo que se tiene de la propia juventud). Ya no nacen hombres como aquéllos. De ser cierto este tópico, es obvio que, remontándonos cinco siglos atrás, encontraríamos seres humanos excelentes, cuasidivinos.

Muchos pueblos cuentan en su cronología con una época heroica o mítica en la que los dioses y los hombres estaban más cercanos en todos los sentidos: se parecían más, y vivían en mayor proximidad. En el principio de los tiempos, in illo tempore, el hombre y los dioses convivían en un mismo espacio (el Paraíso). En Egipto y en otros lugares, los primeros gobernantes fueron los dioses (Osiris, Horus). En Grecia se dice que los dioses se paseaban por la tierra, invitaban a sus amigos mortales al Olimpo, bebían con los hombres y se acostaban con las mujeres: de ahí los frecuentes nacimientos de semidioses: hijos de dios y mortal, que viven más que los hombres comunes y son mucho más fuertes que ellos. De entre los semidioses saldrán casi todos los héroes.

Semidioses, híbridos de deidad y mujer, son también Jesucristo y su eventual contrafigura, el Anticristo o hijo del demonio, que tanto juego ha dado en la imaginación popular (cf., entre los casos más recientes, películas como La semilla del diablo, La profecía, Demian).

En la Biblia, hay huellas de este mito en la leyenda según la cual los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres, engendrando así la raza de los gigantes o héroes (Gn. 6) .

Los textos ugaríticos, anteriores a la Biblia, usan hijos de Dios para designar a los dioses del Panteón cananeo, hijos del dios principal. Es probable que el mito bíblico sea una reliquia politeísta, del tipo del salmo 82, en el que YHVH se dirige a los demás dioses en la Asamblea divina: Dios se levanta en la asamblea divina, rodeado de dioses juzga….La tradición de los teólogos judíos se divide entre quienes hacen de los hijos de Dios ángeles enviados por éste a la tierra para reformar a los hombres (pero que caen en la tentación y sucumben al encanto de las mujeres) y quienes tratan de evitar toda sombra de heterodoxia entendiendo por hijos de Dios a los descendientes de Seth, virtuosos, y por hijas de los hombres al linaje de Caín. En este caso, queda por explicar por qué los descendientes de la unión de ambas familias son gigantes, y el porqué de la preocupación divina que trata de limitar el número de años de la vida humana.

La interpretación de los hijos de Dios como ángeles entra, dentro del cristianismo, en contradicción con el dogma de que los ángeles, puro espíritu, no tienen sexo ni capacidad de engendrar. Cf., no obstante, la creencia medieval en íncubos y súcubos, y la creencia en hijos derivados de estas uniones híbridas (Merlín, hijo de un íncubo; el Anticristo, hijo del demonio).


Se observa también que, en un inicio, Dios hace al hombre a su imagen, inmortal. Los sucesivos errores o faltas hacen que el hombre sea objeto de castigo, primero perdiendo la inmortalidad (expulsión del Edén), más tarde el conocimiento del idioma divino (Babel). Aunque no inmortales, los patriarcas antediluvianos vivían aún sus 175 (Abraham) o hasta 969 años (Matusalén). Los hombres antiguos se parecían más a los dioses: su vida era más larga y su fuerza mayor. Antes del Diluvio, Dios decide acabar con la raza de los héroes o gigantes, limitando a partir de entonces la vida humana a los 120 años.

En Grecia, se da también una pérdida de confianza entre dioses y hombres: tras sucesos como el de Ixión, que ofende la hospitalidad de los dioses, o Tántalo, los dioses restringen drásticamente el contacto entre ambos mundos; no hay, pues, más semidioses ni héroes.

En definitiva, el tiempo de los mitos y de la épica es el tiempo antediluviano, los tiempos de Maricastaña: un pasado que se siente muy lejano, mejor y distinto.

Puesto que la épica habla de cosas muy viejas, es normal que el propio lenguaje que se utiliza sea arcaizante: que suene él mismo antañón, artificiosamente avejentado. Si habla un personaje de hace cinco siglos, se intenta que hable como se hablaba hace cinco siglos (aunque, en realidad, ya nadie sepa cómo se hablaba entonces). Cf. el uso en los romances de formas que estaban en desuso o que nunca habían estado en la lengua: futuros del tipo oiredes, sabredes, la e paragógica (infelice), la conservación de la f- inicial (fablaba).

Es un lenguaje que quiere evocar el ἀρχή (arkhé), el principio de los tiempos, la época primorosa de los príncipes (cf. principio, príncipe, presidente, primor, primario). Lo originario es también lo original: aquello que, a diferencia de la copia, del cliché, conserva todo su poder. Es también lo radical: la raíz que da origen y mantiene lo que es.

Las fiestas nacen como regreso periódico al tiempo de los orígenes, que se actualiza mediante el rito que repite la acción original de los dioses (cf. la misa). Las fiestas son al tiempo profano lo que los templos o zonas tabú al espacio común: rupturas de la continuidad, centros u ombligos del mundo en los que se manifiesta lo otro, lo distinto, lo separado o sagrado. (V. las obras de Mircea Eliade).

Lógicamente, la épica intenta evitar el anacronismo. Homero, por ejemplo, atribuye siempre a sus héroes armas de bronce, aunque en su época ya se usaban las de hierro.

4 comentarios:

Juan Poz dijo...

Para mí, desde El cielo sobre Berlín, de Wenders, el angel por excelencia tiene la cara y las maneras de Bruno Ganz. En ese hasta estaría disspuesto a creer. Por otro lado, me sorprendió hace tiempo una estadística demoledora de Usamérica: el 90% de sus ciudadanos creían a pies juntillas en la existencia del "ángel de la guarda".

Joselu dijo...

Alejandro, disculpa que no hable de tu post. He abierto un debate en el blog sobre la película El árbol de la vida. He recabado la opinión sobre la misma a personas de muy distinta formación intelectual y edad. El director Malick estudió filosofía en Harvard, tradujo a Heidegger y se interesó fuertemente por el psicoanálisis.

Hay una cierta tendencia progresista a no aceptar su vertiente espiritual que es la base de la película al modo de las obras del renacimiento. Pienso que la película supone un acceso a la dimensión sagrada, delicadamente. En todo caso es un intento increíble en el contexto de nuestra sociedad por ser un filme difícil, fragmentario, extraño, híbrido, filosófico, ético, místico.

En resumidas cuentas, que me encantaría tu participación si lo tienes a bien. Voy a dejar el post en portada el tiempo que haga falta.

Recibe un abrazo desde el aula encantada.

Al59 dijo...

Gracias por la invitación, Joselu. El otro día te recordé con afecto en esta entrada. La película que me indicas no la he visto, pero haré por verla.

Al59 dijo...

Los musulmantes creen también en su 'yinn de cabecera'. De algún modo tiene que expresarse la percepción de que 'yo es otro'; un otro, sino sobrenatural, al menos enigmático.