martes, 20 de septiembre de 2011

Esto sí que es Arte


Como ya he contado alguna vez, admiro enormemente a Joselu, un profesor de Lengua y Literatura que de vez en cuando se declara de vuelta de sus entusiasmos juveniles por la docencia —para a continuación confesarnos que se ha pasado a algún empeño pedagógico nuevo, siempre más arriesgado y exigente que los anteriores (el último, enseñar a la vez español y 'pensamiento crítico' a alumnos inmigrantes —a los que Joselu, a diferencia del 99% de nosotros, considera la última oportunidad que se nos brinda de hacer algo en clase que no sea un simulacro).

Mi admiración por Joselu es la que se tiene por alguien que se atreve ir más lejos y por más tiempo que tú. Como profesor, yo puedo ser a ratos un tanto peculiar en la manera de entender la materia, pero resulto bastante convencional en la metodología. Estos días, con todo, me encuentro con grupos que no tienen el libro de texto ni aspecto de ir a hacerse pronto con él, así que es inevitable sentir esa ausencia como una oportunidad para volver a una docencia menos convencional, sin preguntas y respuestas prestablecidas, abierta a indagaciones.

Así, en 1º de Bachillerato se me ocurrió que una manera interesante de entrar en el primer tema del curso (El uso artístico del lenguaje) sería examinando las entrañas del concepto 'arte' a partir de un pequeño tesoro que les recomiendo, el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, de Roberts y Pastor. Examinar la etimología de las palabras es mi estrategia favorita para intentar entender de dónde viene un concepto y en qué se fundamenta. En cierto modo, es como examinar la vida de una celebridad en la época en que era un desconocido: un pasado que arroja una luz nueva, distinta, sobre lo que significan y por qué términos que, por familiares, parece que no tuvieran secretos.

Remontarse al latín o al griego es la primera parada de este viaje, pero seguir ahondando hasta la Prehistoria (el Indoeuropeo es eso: la lengua de los ancestros prehistóricos que luego pasaron a hablar, entre otras, las lenguas europeas) supone multiplicar por cien los efectos prospectivos de la búsqueda. Si términos que en español no parecen a primera vista relacionados (clave y llave, pongamos) se revelan en latín una sola palabra, en indoeuropeo son decenas de palabras de lenguas diversas las que forman toda una red de significados que no sólo permite extraer con tiento el sentido de partida, sino (lo que es aún más interesante) nos informa sobre las distintas vías en que ese sentido se precisa, completa, remansa y desvía.

La palabra arte, por ejemplo, deriva de una raíz *ar- (pp. 12-13 del Roberts-Pastor), cuyo sentido original es 'colocar, ajustar'. Si uno va recorriendo el vocabulario, descubre con cierto asombro que ésta es también la familia de la que proceden las nociones de número (gr. arithmós), arma, armonía, urdimbre, excelencia (gr. áristos), rito y orden.

Casi todo el debate sobre el sentido y las fronteras del arte está escrito en esa red de términos, y se puede reconstruir sin salirse mucho del español. (En lo que sigue, pongo en cursiva todos los términos que derivan de *ar-):

a) Hablamos de un ajuste, armazón o artilugio a partir de artículos sueltos, piezas que no se descubren armónicas, aptas para colaborar sinérgicamente en un mismo propósito, hasta que se las arma con cuidado (cual Isis localizando a lo largo del Doble País los miembros -arms- de Osiris y armándolos amorosamente) y se logra que el resultado, convenientemente articulado, se sostenga (varios términos de la familia, como el avéstico raiti y el persa antiguo arta- insisten en esa idea: permanecer sujeto, derecho). Para el artista, el mayor atractivo de su mester no es tanto la esperanza de obtener un reconocimiento a sus logros, sino la sensación de haber puesto orden y sentido en su vida, urdiendo un matrimonio entre los materiales y capacidades de que dispone y las obsesiones (recuerdos, deseos, ideas recurrentes) que lo agitan.

b) Esencial a ese propósito es la medida, la razón más o menos matemática, la proporción y la repetición de segmentos iguales que encajan los unos en los otros. La rima y la medida -arithmós- de los versos es un ejemplo señero. Un punto más allá, la tarea continúa en la búsqueda de las correspondencias que ligan objetos de campos distintos (sonidos y colores, por ejemplo), teniendo en cuenta siempre que el ajuste invisible, inesperado, es mejor que el visible (Heráclito): de ahí el asco natural por los ripios y clichés, enfermedad profesional del arte.

c) La dificultad de la tarea desemboca de forma natural en una búsqueda de la excelencia (áristos), paralela a otras, como la búsqueda de la Piedra Filosofal o el Santo Grial. El perfeccionismo no debe entenderse como un mero cultivo de la forma, sino como un intento de sacar lo mejor de sí de las piezas disponibles y de la capacidad de que se disponga para combinarlas con tiento. Nuestro JRJ sigue siendo un representante óptimo de esta estirpe.

d) En la raíz del arte está la mímesis, no de ningún objeto en particular, sino de la belleza que se da naturalmente. El hombre contempla emocionado una puesta de sol y se dice que sería una cosa grande lograr mediante el arte una obra (un artificio) capaz de suscitar la misma riqueza de sensaciones. Cuando Bécquer le dice a su amada Poesía eres tú, le está diciendo que su belleza está pidiendo dejarse atrapar en una obra de arte, que tiene (además de un buen revolcón) un poema.

e) Por supuesto (y de aquí el rechazo platónico del arte) estamos hablando de una artería, un engaño, quizá más reprobable cuanto más cerca está el artilugio así urdido de confundirse con un objeto natural. La sensación de vida de la obra de arte no debe engañarnos: Isis nunca encuentra el miembro viril de Osiris, el principio de la generación y la vida: su momia-puzzle es una obra de amor, pero no un ser vivo. Hartos estamos, en fin, de ver que la gente llora las desgracias de los protagonistas de las telenovelas (o se falta metódicamente al respeto mientras asiste, voyeur, a sus hazañas eróticas) con la misma convicción con que se muestra indiferente al dolor y amor reales de su prójimo.

f) Para que el arte no fuera un engaño, debería elevarse a la categoría de artem magicam (de donde artimaña), logrando de manera desviada, impía incluso, lo que le está negado al hombre: dar vida a lo muerto o inerte (etimológicamente, «sin arte»). No basta con que el artilugio se sostenga (a): debe respirar y caminar. A pesar de lo dicho (e), la hechicera Isis consigue que Osiris recobre la vida suficiente para engendrar en ella a Horus. También el doctor Frankenstein, nuevo Prometeo, consigue que su criatura se ponga en pie y camine (aunque luego venga a lamentarlo). Pigmalión siente asombrado cómo la estatua de Afrodita de la que se ha enamorado cobra vida y responde a sus caricias. La rana resulta príncipe.

g) Hemos hablado antes (d) de imitación de la naturaleza, mediante el artificio; pero la producción de seres vivos por otra vía que la generación sexual (f) supone otra imitación, la de los dioses que, según los mitos, crearon así el mundo y al propio ser humano. Recae así sobre el arte un prestigio sagrado, cuya manifestación más chillona es el creacionismo de Huidobro (el poeta, escribe, es un pequeño dios). Más cauto, Tolkien habla del artista como un sub-creador, una suerte de demiurgo en el que Dios ha puesto una parte, mínima pero aun así asombrosa, de su propia capacidad para dar forma a lo que hasta entonces no había. Antes hemos hablado del placer de poner orden en el caos de la existencia; añadamos ahora el placer, propio sobre todo de narradores, pero tampoco extraño a los poetas, de sentirse generadores de un Macondo, un mundo.

h) La enormidad de la acción y su carácter de generación contra Natura (f), siguiendo los principios del arte mágica, abren también la puerta a la idea de que el artista trabaja en realidad bajo la inspiración del señor de los contras y las puertas de atrás: así, tanto Paganini como Robert Johnson entregarán sus instrumentos al Enemigo para que éste los afine y les dé la capacidad de poner en danza a los muertos, o al menos parecerlo.

i) Vemos también cómo el ensamblaje más o menos prodigioso de elementos sueltos produce primero objetos útiles (armas), luego llamativos (artilugios), al fin meramente ornamentales (adornos) o enojosamente inútiles (armatostes). Ornar (y adornar) son también desarrollos de *ar-.

j) Se produce también un ascenso o caída desde la artesanía, que se mantiene entre dos aguas (hermoso pero también útil) hasta el Arte mayúsculo romántico y moderno, no siempre hermoso, y cuya utilidad paradójica reside en darnos la sensación de disfrutar de un lujo, un plus. Paradoja porque ese plus (el de Canal Plus), ese adorno, es una necesidad imperiosa de la humanidad progresada, para la que verse privada de un día para otro, así fuera durante 24 horas, del suministro casi gratuito de obras de arte (canciones, series de TV, novelas, películas) que le proporcionan los medios supondría un shock tremendo (quizá saludable).

k) El arte, en fin, es un arma: cargada de futuro, como la quería Gabriel Celaya, o simplemente abierta a cualquier posibilidad. (Aunque hemos insistido en su capacidad para generar, no se excluye la finalidad destructora, ofensiva: el arte es también invectiva, sátira; su mímesis es también parodia.)

l) La apertura a las posibilidades, al qué vendrá, de la obra de arte tiene que ver con su articulación, que la mantiene derecha, en pie (a) ante los vientos que puedan venir, pero también flexible, dispuesta a interactuar con ellos: las jarcias de un buque, sus velas y palos, son otro desarrollo de *ar-. Como el arpa eólica, la obra de arte responde a sucesivos acercamientos con nuevas respuestas, inagotables acaso.

m) La repetición que no agota las posibilidades del artilugio está ligada, en fin, etimológicamente, a la idea original del rito (de una variante de *ar-, *ri-): no una mera conmemoración de hechos pasados, sino su reviviscencia a todos los efectos. Releemos una novela o volvemos a ver una película, destruido ya el suspense, la intriga, tanto por gozar del placer equívoco de la fatalidad (volver a sentir cómo viene lo que ya sabemos que vendrá) como por descubrir algo de lo mucho que no captamos en su momento. La obra lograda es, después de todo, un mundo (g): algo que nunca podremos dar por recorrido en toda la extensión de sus implicaciones y sugerencias. De ahí la observación de Simone Weil: para el preso obligado a permanecer durante años en la misma celda, la presencia en ella de una obra de arte (un cuadro) genuino, lejos de ser un agobio, supondría siempre una ventana abierta, un respiro. Ojalá sea también ésa la función del arte, tomado en su conjunto, en nuestras vidas.


2 comentarios:

Al59 dijo...

Grande: "[Osiris] constituye la expresión mítica de la repetición. Todo aquello que se repite es Osiris —el rey, la luna, el sol, las plantas, la crecida del Nilo". (Bonnefoy, Diccionario de las mitologías.)

Joselu dijo...

Buf, no había reparado en esta entrada que me ha emocionado intelectualmente por su contenido y por la referencia generosa a mi persona. Es cierto, en mi instituto voy buscando cursos de ritmo lento llenos de alumnos que han perdido el norte, inmigrantes, perezosos a los que se presupone un bajo nivel. Para mi sorpresa, son los cursos más estimulantes si uno entra en las peculiaridades de los alumnos y sabe reconocer sus líneas de inflexión. A veces se hace intuitivamente y otras ellos mismos te van marcando el camino para que llegues a su núcleo. El caso es que mis compañeros tienen la impresión de ir a un curso de vagos e irreductibles y yo voy a un curso en que percibo multitud de posibilidades. Ellos se dan cuenta que lo que se les está ofreciendo es un nivel superior y les gusta. Tras años de desolación, veo como se me abre un camino entre la aparente hojarasca. Para mí no ha habido experiencia más nefasta que el bachillerato. No he encontrado allí nada de lo que se presuponía o se debía presuponer. Así que me quedo con mis alumnos marroquíes, paquistaníes, latinos… teniendo la impresión de que tengo ahí un verdadero desafío intelectual que asumo con placer.

Pero el magma que encontraste tú entre ellos para escribir El aula encantada, que es para mí un libro de cabecera en mi relación con ellos, desarrolla infinitamente más sistemáticamente ese camino del que hablaba. También tú te has dado cuenta. Algún día escribiré de mi acercamiento al mundo marroquí sobre todo. Encuentro entre ellos el calor que ya no existe entre los nativos. Así que estoy muy contento.

Tu ensayo sobre la raíz de arte es revelador. Tú pones análisis y sistema donde yo pongo mera intuición.

Un abrazo.