El hombre es fuego, la mujer estopa; llega el Diablo y sopla. A este poema popular, tan acertado y vigente, solo le sobra casi todo: el sesgo sexista, el heterosexual y el religioso. Un poeta moderno lo escribiría de otro modo: Semos fuego y estopa; llega el Deseo y sopla.
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La función de los cuentos: no tanto dormir a los niños (aunque lograrlo ayude), sino infiltrarse en sus sueños —para ensancharlos.
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La comprensión de un poema importa, pero menos que la convicción de que nuestros poetas predilectos hablan en clave, en un dialecto que conocemos por nuestros sueños.
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Cuando los alumnos dejan de serlo empieza, por ambas partes, la verdadera evaluación, que no registra boletín alguno.
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Mantengo mi amor por los maestros que me enseñaron, de veras, algo: me llevaron a un barrio que antes no estaba en mi mundo. Y ahí sigo.
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Viejos amigos: esta tendencia, de la que no me curo, a apartarme de lo que funciona probadamente bien en cada medio e intentar lo inusual —por gusto y por si acaso.
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¿Es cosa mía o tener mucha razón es menos que tener razón a secas?
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Llega septiembre. —¿Yo era profesor? —Te ganabas la vida con eso. —Buen matiz. Vale.
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