miércoles, 5 de diciembre de 2012

Españoles, Albiac ha muerto


Releo, por si contiene algo útil, La muerte, de Gabriel Albiac. Es un libro agradable, escrito sin la verborrea que hace ilegibles sus panfletos sharónicos. La grandilocuencia está ahí, desde luego, pero contenida. Hay ratos impecables (durante bastantes páginas, es poco más que un comentario admirativo del Heráclito de García Calvo), pero fatiga el derrotismo de Albiac, para quien todo lo importante y digno de memoria pasó hace muuuuuuucho tiempo.

A veces, parece que ese tiempo dorado es Grecia. Otras, la frontera está en los albores de la Revolución Francesa, o en los surrealistas, o aun tan cerca como los últimos años sesenta. Parece que en la película de Albiac la muerte de la civilización tuvo lugar por estratos: la filosofía muere con Grecia, pero la política sigue siendo actividad notable hasta San Just, la escritura dura hasta Éluard y la música hasta Jim Morrison. En cualquier caso, él nos escribe en el después del después, cuando ya no se entiende la letra de aquello y apenas se puede tararear, desafinando, la música. Vamos, que sólo queda la COPE, su biblioteca y esa panda de chorizos del PSOE que encarnan cuanto de corrupto y prescindible hay en el ser humano.

Admito mi escepticismo, pero me da la sensación de que Arcadi Espada (creo que fue él) acertó al aludir a Albiac como un hombre que confunde su ocaso privado con el público. Uno aprecia su entusiasmo por cada una de esas edades doradas perdidas, pero queda la sensación de que podría haber elegido otras (haberse entusiasmado con el punk, por ejemplo) o, mejor aún, seguir abierto a lo que pueda venir, que nadie sabe.

Hasta su militancia sharónica, aunque intragable, revela que después de todo el hombre conserva cierta capacidad de entusiasmo por la política. Recuerdo un artículo suyo en el que él mismo se sorprendía de la distancia entre la visión desdeñosa que tuvo en su día del gobierno de Aznar ('pobre diablo', le llamaba entonces) y el balance que se le impuso cuando el 'pobre hombre' se retiró y resultó que, a ojos de Albiac, no lo había hecho tan mal y merecía una palmadita en la espalda.

Lo de menos es que uno no comparta ese entusiasmo tardío por Aznar: lo de más, esa distancia entre la película en que Albiac vive y el flujo de los hechos, que amenazan salirse del guión en cualquier momento. Creer que todo va a peor es una forma invertida del progresismo de toda la vida, igualmente irracional y de trasfondo (¡horror!) religioso. Al final Albiac es (quiere ser, al menos) ese druida de las pelis artúricas que constata que el mundo ha cambiado a peor de forma irreversible y se retira a barajar sus runas. Un pesado, en fin; y un cenizo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no voy a leer este libro de Albiac porque no lo trago como escritor ni a otros de la escuela francesa. Eso de arrastrarse por el papel hasta que te salga una frase contundente, no me va.

El asunto es la muerte. ¿Qué es la muerte según Albiac?, ya que escribe tanto del asunto y da detalles y todo. No se puede tomar en serio que la música se murió con Jim Morrison (no sé bien quién es, no soporto el pop ni el rock ni nada de eso); si fuese con Bach, aún colaría la tontada.

Lo que yo saco de este comentario al libro de la muerte es que Albiac pretende hacernos tragar con la realidad de la muerte y nos cuenta rollos de muertes y con sus muertos. Y para rematar la cosas, resulta que vivimos en plena muerte, sólo muerte por todos lados. Todo lo importante está muerto con su fecha concreta, como se supone que es la muerte, y si queda algo -la Cope, otra gilipollez- pues a ver cuándo se muere y se coloca en el panteón albiacano. Si queda algo bueno, se nos muere un día de estos pero que no le falte su nombre y testimonio pues así hay que escribirlo. Que Albiac esté muerto, es como una gloria eterna epara Albiac, por su sinvergonzonería y su entrega a la causa general. Él mismo asegura que vivimos en un estado de muerte objetiva.

Lo cierto es que de todo esto, nada de nada. La muerte, la filosofía, la política de la muerte, su escritura, su música (sobre todo el horrísono pop) están ahí y tienen nuevos nombres muy importantes: dinero, estado, ciencia, información y otros, es como llega la muerte que si no llega no es nada y es lo que está mandado que vivamos con altas responsabilidades, muy reales. Lo de Albiac son cuentecillos. La muerte fue con San Just o con Éluard, ¿quiénes son esos tipejos, esos nombres?. Quien disfrute leyendo estos cuentos de la muerte, será para convencerse de que vive como tiene que vivir.

Anónimo dijo...

Lo más cómico que he visto este verano han sido la intervención de Gabriel Albiac en un progrma de Intereconomía a donde al parecer acude para pontificar desde una esquina, con aire catedraticio e inútil pose autodistante, en el coro atropellado y verdulero al que él, tan docto, acompaña. El intelectual de prosa acerada también quiere ser luz para las sombras platónicas en la república de la pantalla. Razón, entre otras, para desconfiar del platon-ismo, que no de lo escrito por Platón, y del marxismo-leninismo (acaso no de los textos atribuidos a Marx) que tantos hijos ha arrojado en estas tierras por la “líquida transación política” hasta la confluencia en esa amalgama almodovariana en que ha venido a constituirse el "moderno" liberalismo “globalista” en esta rancia, cómica y pútrida patria.