Reino de oro,
por las salpicaduras de la tarde,
alegremente póstumas,
se adentran nuestras bicis, como pájaros
adictos al ocaso. Ferragosto
cede tarde y apenas sus rigores. Mi cariño
es un hilo viajero de cometa
que sigue cada giro de mi cría,
ahora orgullo feliz, en un instante
la levísima angustia de un peligro
que se torna espejismo. Cada coche
es un bruto feroz, contra el que poco
valdrá tener razón, llegado el caso.
En las botellas,
el hielo se deshace. Calentorras,
serán néctar y luz en el momento
tan dulce del descanso. Álex me cuenta
que Ter (que es su yutúber favorita)
se ha cambiado por fin de pintalabios
al quebrar, con la crisis, el de siempre
y a fin de elegir príncipe, ha mercado
en Ámazon las 18 marcas
más dignas de atención. Ahora procede
a probárselas todas, y comenta
su tacto, su color y su poética.
Y estas cosas de Ter que así me cuenta
(u otras tantas de juegos y noticias)
son también un informe de su ser
que atesoro y me guardo, ahora en un verso,
casi siempre en silencio. Regresamos
y aunque son ya las nueve muy pasadas
todavía la luz lame las calles
como hueco entre encías. El amor
lleva siempre el dolor como una sombra.
Cuántas veces, por Dios, lo abrazaría
hasta romperme en él, como la luna
quebrándose en el agua. Qué regalo
detenerse a doblar por un instante
esta esquina dorada de la vida.
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