miércoles, 24 de octubre de 2007

La canción de la espada


El simbolismo de algunos objetos es tan intenso que pararse a pensar en ellos resulta embriagador. La espada, cruz inversa, tiene una naturaleza contradictoria que Cirlot resalta con acierto en su Diccionario de símbolos: la imagen visionaria de la espada flamígera (que llega hasta el sable láser de los Jedi), de sustancia etérea, tiene su correlato real en el acero firme, duro y frío de las espadas mundanas que, encerradas en su vaina (<vagina), tiritan de frío, anhelando hundirse en la carne o la madera.

La espada es falo, fuerza y pericia, arma caballeresca y viril por excelencia, pensada para el duelo en condiciones justas. Conserva su carácter deportivo incluso en un combate multitudinario: imaginamos a un héroe espadachín (hasta pistolero, al modo de la épica western), pero todo el mal gusto de Hollywood no nos hará tragar a un héroe portador de ametralladora o granada de mano, armas que no permiten el duelo ni generan una coreografía admirable.

Las espadas tienen su corazón, no siempre luminoso. Reciben por ello nombre y a veces amenizan la historia con sus réplicas al héroe, agudas y concisas. Las hay que, traumatizadas, se rompen en pedazos, como aquella con que Isildur cortó el dedo de Sauron para extraerle el Anillo Único, o varias espadas del ciclo artúrico. Es labor arquetípica del héroe extraer la espada de la piedra (o yunque): se diría que esto último apunta en clave a la labor del herrero que une los trozos de la espada rota forjando con ellos una nueva hoja, como hacen Sigurd y Aragorn. Es tentador ver en ello una advertencia sobre el sentido de toda tradición digna de tal nombre: no una inercia que seguir, sino un desafío del que tendremos que demostrarnos dignos.

Hay, en fin, espadas abiertamente malignas, idóneas para héroes suicidas, como Áyax el Grande, Kullervo y Túrin. Ajusticiándose, estos personajes dan su sentido pleno a la advertencia evangélica: “el que mata por la espada morirá por la espada” (Mateo 26:52). No es casual que a una redundancia molesta (el incesto de Kullervo, el de Túrin) le siga otra aún más penosa y extrema (el suicidio, que con espada de por medio tiene visos de mortífero autoerotismo).

La espada, en fin, es palabra (sword word). Como escribe Sem Tob,

el callar es tardada
e el fablar aína;
el fablar es espada
e 'l callar su vaína.

La vieja leyenda de la espada (no me desenvaines sin necesidad, no me envaines sin honra) es, por ello, siempre actual: los intelectuales, virtuosos nada pacíficos de la violencia verbal, deberían (¿deberíamos?) tenerla siempre presente.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que dices de la cruz es algo que estaba presente en la simbología medieval. El caballero, al usar la espada, la hacía cogiéndola por el mando, en forma de cruz también, por lo que se subrayaba el papel atribuido -no necesariamente real- de defensa del cristianismo. En cuanto a las distintas armas, sí, la guerra siempre ha supuesto destrucción, pero me imagino que una batalla medieval, o una descarga de húsares, o incluso las trincheras de la Primera Guerra Mundial, tenían algo de épica, algo que difícilmente tiene la guerra teledirigia actual.

Anónimo dijo...

teledirigida, perdón

Al59 dijo...

Creo que la pervivencia de objetos tecnológicamente atrasados como símbolos plenamente vigentes debería despertarnos de la ilusión positivista. Para la psique, una espada tiene una carga numinosa que nunca tendrá un misil inteligente.

j. dijo...

El hongo atómico tiene también su aquel. Es una imagen que fascina, siendo como es una pura abstracción de la destrucción a escala titánica. Pero es cierto que la espada como símbolo masculino de virilidad y capacidad de agresión sigue vigente, y se situa en un elegante (si cabe la palabra) punto intermedio entre la pistola -dadora de muerte a distancia, impersonal y fría- y la fuerza desnuda de las manos -la forma de dar muerte más cercana y física, tanto que salvo que medie el odio personal repugna-.

Ea, ¿quién no ha dibujado de chaval un guerrero espada en mano?:)