
Uno de los aspectos más orwellianos de la Wikipedia es que, a pesar de que las reglas cambian (y queda abundante registro de ello), los reglamentistas actúan como si las vigentes en ese momento estuvieran grabadas en piedra mosaica desde el Cretácico. Por ejemplo, cuando,
entre otros muchos artículos para Wikipedia, creé uno sobre mi grupo musical, Ciento Volando, nunca escondí la circunstancia de que era a la vez autor y tema. Con ocasión de un vínculo a EMule, intervino amablemente en la página de discusión un tal Yrithinnd (bibliotecario, según supe luego) y, por entonces, no halló nada escandaloso ni reprobable en esa coincidencia, limitándose a
aconsejarme que hiciera explícita la relación en la página de discusión del artículo, así como mi aprobación a que se facilitara un enlace para la descarga gratuita de algunas canciones.
Algún tiempo más tarde, se inició una campaña para acabar con todos los artículos que supusieran autopromoción. La idea, razonable, es que si una obra, autor o grupo tienen la importancia suficiente, no será preciso que los directamente implicados la lleven a Wikipedia; otros lo harán. Además, dado que Wikipedia no pretende ser fuente primaria (o sea, ofrecer información de primera mano, inédita), el camino que un tema debe seguir para llegar a la Enciclopedia pasa por su aparición en publicaciones especializadas y relevantes.
En definitiva, se parece bastante al viejo chiste: lo primero que debes demostrar para que te den un crédito es que no lo necesitas. En este caso, para que una información llegue a estar en Wikipedia, debe ser accesible ya por otros medios.
En el caso del artículo sobre Ciento Volando, un bibliotecario llamado Chabacano decidió abrir una consulta para que la gente votara si estaba a favor de la permanencia del artículo o su borrado. Sin embargo, antes de que la consulta finalizara, y en un momento en que eran mayoría las voces a favor de la permanencia, la consulta se cerró y el artículo se fue al limbo de los justos (o injustos). ¿La razón? Algunos bibliotecarios consideraron que una vez probado que el artículo entraba en los supuestos de autopromoción y fuente primaria, procedía borrarlo directamente, sin votación, aplicando una política recientemente aprobada en este sentido.
¿Se hizo bien? ¿Fue una cacicada? Hombre, yo creo que, como mínimo, había otras soluciones. El artículo nunca fue promocional: no decía nada sobre la calidad del grupo ni animaba a comprar ningún producto relacionado con él. Si el problema (que no lo fue en un principio) es que autor y tema coincidieran, podría haberse dado la posibilidad de que otras personas lo editaran (y, en fin, borrarlo si esas personas no surgían).
¿Era, por otra parte, fuente primaria? Desde luego que sí, aunque no totalmente: en el 2001 Ciento Volando había editado un disco, donde figuraba gran parte de la información. Pero cabían peros: era un disco autoproducido, que no llegó a tener una distribución comercial como Dios manda. Por entonces la gente de El Lince con Botas preparaba
un programa monográfico sobre el grupo, que finalmente se emitió en la televisión pública extremeña, y que podría haber servido perfectamente de referencia —pero para eso faltaban unas cuantas semanas.
Al borrado del artículo le siguieron
un par de bloqueos cuando cuestioné en los espacios públicos de Wikipedia lo sucedido. Por entonces, me parecía imposible que se bloquease a una persona por opinar (más claramente, por poner en duda el criterio de un bibliotecario).
Hubo mucha ingenuidad en mi actuación —y ya sabemos en qué se transforma la ingenuidad cuando se agría. Cabreado con lo que me había sucedido, indagué para ver si se trataba de un caso aislado. Para cuando empecé a entender lo que se ventilaba, ya era tarde para defenderme o actuar con mayor prudencia. Todo bastante típico: un grupo de usuarios que participa en el Café y las votaciones se arroga el poder de decidir en nombre de todos los usuarios de Wikipedia; los bibliotecarios elegidos por esos usuarios activos (a veces por un margen exiguo de votos, e incluso, sumando síes y noes, con un número irrisorio de votos) deciden en nombre de los usuarios activos, y un grupo de bibliotecarios muy concreto (partidarios de borrar todo lo borrable) acaba imponiendo su criterio en nombre de todos, considerando cualquier crítica a su gestión como un ataque a Wikipedia.
En
El cortijo wikipédico, una entrada de este blog, resumí lo que había observado sobre el comportamiento de esta secta. Cuando llegó a conocimiento del bobo más agresivo del lugar, no tardó en bloquearme de nuevo, esta vez «para siempre» (
qué infulas, oiga), aduciendo como único argumento la entrada en cuestión.
¿Me equivocaba gravemente sobre estos guardianes del orden? Parece que no tanto: al final, casi todos ellos acabaron dejando por su propio pie la Wikipedia, después de que fueran surgiendo voces (demasiadas para acallarlas todas) que cuestionaban sus posiciones, y un poquito antes de que empezaran a surgir
resoluciones explícitas contra sus abusos. Ahora mismo, según reconocen, la Wikipedia
ya no les motiva para seguir trabajando en ella: pero le dedican un buen número de horas y bytes a seguir recordando al mundo lo buenos que son y lo mal que le irá al proyecto sin su insustituible criterio.
Yo opté por el camino contrario: si se me negaba el acceso por ser tal y cual me dedicaría, sencillamente, a ser otro cualquiera (adoptar otro nick) y seguir haciendo lo mismo. ¿Lo mismo: o sea, insistir en la promoción de mi grupo y discutir violentamente sobre la justicia y la injusticia? No: lo mismo, o sea, crear artículos (ninguno de los cuales, esta vez, tendría relación directa con mi persona), combatir el vandalismo, eliminar errores y mejorar lo que estuviera a mi alcance.
Como está en la naturaleza de uno acabar cagándola, siempre por lo mismo (la puta ingenuidad —y algo de vanidad, sin duda) cometí un error: a cada paso que se daba para enderezar la Wikipedia (y que culminó con la huida de estos gañanes) me entraba la tentación de comprobar si en el nuevo estado de cosas sería posible que alguien imparcial revisara mi caso. ¿Qué hubiera mejorado con eso? Hombre, se enmendaría un tuerto (lo cual siempre es saludable) y no tendría que andar pendiente de si los sabuesos del sheriff localizaban mis huellas. Poca cosa. ¿Resultado? Una reclamación formal fue desestimada con
cuatro chorradas por uno de los amiguetes del bibliotecario que me había bloqueado (no se molestaron mucho en disimular, vaya). Una pregunta,
más reciente, a otro bibliotecario, ha tenido como efecto ponerme en las patas de los caballos: a pesar de que él mismo y otros han reconocido
explícitamente que lo que se escriba fuera de Wikipedia no puede utilizarse dentro de ésta como argumento para bloquear a alguien, mi petición de que se me aplicara el mismo principio fue recibida primero con chistes
cutres y luego con un mensaje magnánimo, de esos que retratan a alguien: sé cuál es tu nueva identidad y como te muevas mucho,
ya sabes lo que te espera.
Desde ese punto, era cuestión de tiempo (poco tiempo) que alguien cargara a su vez contra el bibliotecario en cuestión acusándole de complicidad por no bloquearme de nuevo. En
ésas estamos.
¿Remordimiento? Desde luego, no por haberme saltado las puertas al campo que han querido imponer estos ineptos, sin la única autoridad que importa: la moral. Tampoco por el tiempo dedicado (y que seguiría con gusto dedicándole) a lo que ellos mismos predican que importa: construir la Enciclopedia. Pero sí: remordimiento por el candor demostrado, y por no haberme olvidado más de la cuestión de los nicks y quienes los pastorean para centrarme exclusivamente en escribir artículos.
Total, que ahora no podré escribir artículos con los nicks que estos señores me han bloqueado o van, quizá, a bloquearme. Hasta ahí, nada importante. Es peor aceptar que artículos que han llegado a estar bien, o que uno cree poder mejorar, se quedarán sin un contribuyente entusiasta. Pero en fin: sigue siendo darse demasiada importancia. Otros sabrán cuidarlos —y ya procuraremos ser parte incontable de esos otros.