miércoles, 25 de febrero de 2009

Otro Lorca


Me crié con los versos de Federico García Lorca (en la eficaz antología de Mauro Armiño, en EDAF), y sus Canciones, de 1927, son mi libro de poesía favorito. Confieso, pues, que siempre he seguido con interés cuanto de lorquiano caía en mis manos; sin embargo, nunca he encontrado un análisis convincente de su obra, al estilo del que Carlos Bousoño logró hacer con Machado y Aleixandre, que me parece (casi) definitivo.

He buscado en vano en los prólogos de las sucesivas ediciones que he podido consultar de los libros más importantes del autor, por interesantes que fueran desde un punto de vista biográfico; y también en bodrios como Símbolo y simbología en F. G. Lorca, de M. A. Arango, uno de los libros más lamentables que hayan caído en mis manos.

Como soy de natural optimista, no he desesperado de encontrar antes o después el análisis que echaba de menos. ¿Quizá en el ámbito universitario, en revistas especializadas?

Durante mi visita a la Casa del Libro he encontrado un pequeño volumen, Estudios sobre la poesía de Lorca (Istmo, 2005), que da una buena perspectiva del problema. El editor literario, Luis Fernández Cifuentes, ha reunido con buen criterio una veintena de los estudios más interesantes sobre Lorca publicados en revistas y libros colectivos (buena parte de ellos, en inglés) en los años 80 y 90. La selección no se guía sólo por criterios de excelencia, sino que ofrece una visión panorámica, completa, de las principales corrientes de análisis que se han ensayado sobre (o contra) Lorca.

Es interesante comprobar en las primeras páginas del libro que el editor tiene serios reparos sobre al menos una de ellas, la que podríamos llamar mitologizante, representada aquí por un estudio de Manuel Alvar sobre los cuatro elementos en Lorca. No sin razón, argumenta Cifuentes que localizar en la obra de Lorca ciertas continuidades con la cosmovisión, entre tradicional y esotérica, de un Cornelio Agrippa, sin ser inútil, supone en el mejor de los casos un paso previo a la verdadera tarea, que es examinar qué uso da Lorca a esos materiales y qué transformaciones experimentan en su nuevo contexto. El estudio de Alvar, muy alejado de otros intentos más burdos en el mismo sentido (como el citado de Arango), contiene suficientes reservas y observaciones sagaces para merecer una defensa inmediata: si es cierto que muestra sólo un aspecto de la poesía de Lorca, es injusto decir por ello que la simplifica (salvo en el sentido técnico, que Cifuentes le reprocha, de quedarse con los valores simbólicos más insistentes, que permiten una certeza mayor, y obviar los excepcionales: lo que parece sensato desde su acercamiento, aunque en otro sentido, como indica el editor, puedan ser las anomalías las más dignas de atención).

El libro ofrece en cierta dosis lo que yo echaba de menos, pero da testimonio también de la dificultad de la tarea. Con cierto sentido del humor, Roberta Ann Quance escribe (p. 103) que

Las Canciones de Lorca (1927) siempre han recibido elogios de la crítica, pero también, en la mayor parte de los casos, han escapado a todo lo que no sea un análisis general.


Aunque la autora sugiere como causa de esta escasez la heterogeneidad del libro, que habría desanimado a los analistas, ella misma se ocupa de deshacer la coartada destacando las líneas de fuerza del libro: el conflicto entre el deseo y la muerte, la construcción deliberada de enigmas (mediante narraciones llenas de lagunas, en las que se eluden conscientemente elementos esenciales de la trama) y (añadiríamos) un sentido general de 'lo menor' (poemas y versos breves, exploración del imaginario infantil, melancolía propia de la escala menor, tono engañosamente familiar, jovial e intrascendente).

Pienso que la naturaleza enigmática de muchos de estos poemas (no sólo de Canciones, sino de los libros emparentados con ellas: Primeras Canciones, Suites), y el correspondiente miedo al fracaso, tiene mucho que ver con la falta de voluntarios. Si malo es confesar que el sentido del poema se nos escapa, peor es arriesgar una interpretación que no acaba de convencernos.

Sobre uno de los poemas más enigmáticos, que abordan con diversa fortuna varios de los articulistas, volveré en extenso en la próxima entrada. Quisiera terminar ésta indicando que el Lorca que nos presentan los mejores analistas del volumen tiene poco que ver con el poeta mágico, profesor y dueño de los cinco sentidos, que mi lectura infantil me dejó grabado.

Este Lorca, para mí novedoso, es un poeta metafísico, cuya oscuridad (y 'magia') proviene sobre todo de una condensación autorreferencial cada vez mayor: imágenes y conceptos que aparecen expresados de manera convencional en sus primeros poemarios (sobre todo en el primero, el adolescente Libro de poemas), se dan por supuestos en los posteriores. Así, si en Canciones el valor simbólico del verde aparece expresado con bastante claridad (es el verde de la fruta verde, agria y fría, asociada a la Luna), en el Romance Sonámbulo es ya un puro mantra, 'verde que te quiero verde', que resulta imposible dilucidar sin recurrir a un contexto más amplio que el del poema o el propio Romancero Gitano.

Por otra parte, en la medida en que el enigma es resoluble, lo que se oculta en él, según estos analistas, es dolor y desasosiego: la muerte como límite y destino de las pasiones y el absurdo, el vacío, como sentido último de la actividad poética. Después de todo, ésta no es sino un intento baldío de construirse otro rostro, huir de la propia identidad sexual, que Lorca, traumatizado por su educación, nunca acaba de aceptar, acosado por el asco y el remordimiento.

Como lectores atentos de Lorca no faltarán, incluso en el petit comité de los lectores de este blog, me permito preguntarles (preguntaros) qué os parece esta visión del poeta: si coincide o no, y en qué medida, con lo que vosotros habéis sentido al leerlo. ¿Podría ser?

2 comentarios:

Josepepe dijo...

'Dolor y desasosiego: la muerte como límite y destino de las pasiones y el absurdo, el vacío , como sentido último de la actividad poética'.

Sí. O, tal vez, también.

Josepepe dijo...

Nicanor Parra escribió su primer libro, 'Cancionero sin nombre', en 1939, tras haber leído a Lorca. Tan lorquiano es, o parece ser, el librito que Parra se negó durante muchos años a que fuese reeditado. Pero en sus recientes 'Obras completas' ha sido felizmente integrado.

Aquí hay una crítica de la época: http://www.nicanorparra.uchile.cl/prensa/cancionero.html

(Disculpas por este comentario excéntrico.)