lunes, 26 de abril de 2010

Hablando de lo que huye


Vivo en lucha con el tiempo real (el que me falta,vaya). No sólo encuentro maneras estupendas de perderlo, sino que tengo con frecuencia (y quién no) la impresión de que me lo roban. A veces, en cualquier rato imprevisto (una guardia, un examen) me lanzo a escribir, tan rápido que luego olvido haberlo hecho. Me ha gustado descubrir esto, que debí de escribir hace unas semanas. Como ahora no sé por dónde pensaba seguir, va como vino: truncado.

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Es difícil encontrar un texto sobre estados alterados de conciencia que refleje de forma fiel la experiencia y resulte, al mismo tiempo, legible por ojos sobrios. Caben dos estrategias, ambas arriesgadas, si no imposibles.

Una, la lírica: convertir el texto mismo en un fármaco, que emborrache al lector y lo coloque en un estado de conciencia afín al que se intenta recrear, bien activando por resonancia los recuerdos que el propio lector tenga de este tipo de experiencias (lo que en cierto modo sería hacer trampa, seleccionando de antemano el público), bien logrando que el cerebro acepte las palabras como un tipo especial de alcaloide, produciendo con ese estímulo una respuesta química de la misma naturaleza que la evocada (aunque, seguramente, distinta en grado).


La otra estrategia es la clínica: presentar la experiencia como un suceso en el que el narrador no participa sino como observador, recogiendo las palabras y actos de otros con la mayor exactitud posible. La parte más interesante de los textos psicoanalíticos, al menos desde este punto de vista, es ésta, la puramente fenomenológica; cuando el analista comienza a abordar el testimonio del paciente como una oportunidad para ejercitar sus tecnicismos y categorías, pone a prueba nuestra paciencia y se aleja inevitablemente de lo que quería abordar.

Sobre el papel, las limitaciones de ambos enfoques resultan evidentes. Sin embargo, nos han dado páginas espléndidas. En el primer caso, la poesía mística, que incluye el canto de un Cl...

7 comentarios:

Juan Poz dijo...

La descendencia y otras obligaciones, familiares -deseadas- y profesionales -malditas- te obligan a exprimir los minutos y, sobre todo, a escribir en cualquier lado y de cualquier manera. De repente, cualquier imagen edulcorado del creador en su torre de marfil, distante, silencioso, ajeno al devenir de todo lo que le rodea, se hace añicos. Y se ve uno, por ejemplo, en la grada inhóspita de un campo de fútbol, con los dedos semicongelados "levantando" cualquier edificio retórico del guswto de uno mientras la criaturita apenas acierta a dar una patada al balón... Las horas muertas en un IES también son, desde luego, terreno abonado para la creación, si el sueño, el que tumba como un modorro, no el que libera hacia lo mirífico, no se apodera de ellas y se convierte uno en el destinatario del divertido índice hospitalario de quienes, más jocosos que respetuosos, lo piden para dejarnos dormir y alimentar nuestra leyenda...

Alejo Urzass dijo...

Me atrevo a decir que existe una tercera vía, y era ésta. Lo demuestra el hecho de que usted ni se acuerda.

Y tiene su pareja (como cada oveja):
hablando de lo que fuga

Gharghi dijo...

Por no hablar de lo que se pierde en el duermevela, y todo por no querer desvelarse al levantarse uno a apuntarlo. Y mas que nada por la sospecha de que algo se iba a perder en la transferencia.

Al59 dijo...

Alejo: brillante la conexión con Gould. Para mí el texto fue sin duda un flash back, no tanto de la experiencia en sí, sino de lo que sentí leyendo el ponche lisérgico de Tom Wolfe y otros intentos de literatura narcótica (y, en contraste, la prosa clínica de un Sidney Cohen).

Al59 dijo...

Aprendí de mi padre a escribir para averiguar lo que pienso. Por eso es tan importante no desaprovechar las oportunidades: no ya el tiempo 'libre' en sí, que tan a menudo se me va en tonterías, sino la disposición, tan caprichosa ella. No va a uno a presumir de practicar la escritura automática, a lo Breton, pero sí al menos de no negarse nunca a un pulso, si ellas invitan.

Joselu dijo...

Sugerente final truncado que algún día experimentaré en mi blog. Escribir, escribir, para alumbrar nuestros estados de conciencia tan cambiantes. Cuando viajo en solitario acostumbro a llevar mi libreta de viajes en la que anoto lo que pienso, lo que leo, lo que sueño... Probablemente no tenga ningún valor, pero ahí está el de recoger el momento en su estado puro de duración.

Como texto canónico del primer tipo tengo siempre mi admirado Las puertas de la percepción y Cielo e infierno de Aldous Huxley. Hoy no lo experimentaría. No me atrevo. Ha pasado el momento ya en mi vida para las experiencias psicodélicas, pero hubo un tiempo en que deseé fervientemente probar el peyote, (lophophora williamsii) quizás en el desierto entre Tejas y Mexico. Me hubiera gustado relatar mi propio recorrido iniciático con esta planta sagrada. ¡Quién sabe de los procedimientos que utilizaban los místicos para acceder a esos estados de conciencia tan sublimes! El alma humana necesita de esta trascendencia química o espiritual para salir de su valle de sombras.

Alfredo J. Ramos dijo...

Cl... audel (Paul)? Hablando de misticismo, e incluso de canto, ese podría ser el camino truncado menos obvio pero no inapropiado. Buen apunte sobre lo que se apunta (y lo que con nosotros va haciendo el tiempo, ese ladrón).