martes, 20 de abril de 2010

Oratio in infirmos


Eso quiere decir, etimológicamente, enfermo: *infirme, que no hace pie. La cosa comenzó ayer por la noche: de repente, el frío me seguía por todas partes, como esa película de Carrey en que llueve sólo para él, siguiendo sus pasos. El termómetro (uno de esos que lo apoyas un instante en la piel y te canta la Traviata) negó presencia de fiebre; después, requerido a dar una segunda opinión, se inclinó por los 38 y pico; y apurado a decidirse, dijo que 37 estaba bien. No dudo que en alguna de las ocasiones haya acertado.

Fui a trabajar esta mañana, Gelocatil mediante, y no puedo decir que nadie me notara distinto, abonando la tesis de mi hipocondria. No obstante, llegué molido a casa y, sin probar un bocado, esta tarde he pasado un número inverosímil de horas en la cama, abrazado al gato, que desde que se ha hecho mayor es firme partidario de tales efusiones. Como ya pasé la toxoplasmosis en mi adolescencia, confío en que el remedio no sea causa directa de la enfermedad.

Imagino que mañana iré al médico, y profetizo pronóstico viral, que es cosa que a nada compromete (hasta te puedes ahorrar las medicinas). De momento ando por el mundo con un jersey de varias capas y exploro el género confesional. He aquí (¿por fin?) una entrada de lo más bloguera.


11 comentarios:

Circe dijo...

¿No era Pascal el que decía que la enfermedad era la condición del cristiano? :-)

Mejórate y no contagies al gato, que es peor.

Roxana - Mariana

Joselu dijo...

En mi casa piensan que estoy majara, pero me encantan esos estado febriles, en que estás molido y no tienes otra opción que tumbarte en la cama sudando cuando te baja la fiebre. Es un estado para mí de intensa observación zen de mi interior y del mundo que me envuelve. Recuerdo hace muchos años casi una semana que sufrí aquejado de fiebres muy altas tras mi actuación en una obra de teatro en que participaba y a la que salí el último día con cuarenta y uno de fiebre. Me tomé dos aspirinas y salí a escena. Fue la mejor actuación de todas. Me sentí libre mientras sudaba copiosamente en el escenario y recitaba lleno de felicidad mis diálogos de torturador argentino.

Desafortunadamente, no es fácil que yo tenga fiebre y pocas veces tengo ese placer. Disfrútalo y si es con tu gato, mucho mejor.

Lo bueno de ese estado es la absoluta pasividad en que nos sumimos, lo que puede llevar a ser convertido en luminoso.

Si no te convence, lo que te escribo, pues que mejores y te pongas bueno.

Anónimo dijo...

Aún recuerdo Al aquél episodio tuyo de la toxoplamosis, cuando éramos chavales, que tuvo su punto inquietante en aquellos tiempos.
Después de un estado febril se experimenta una extraña sensación de victoria, parece cómo si te hubieras hecho más fuerte.
De todos modos mejórate, espero impaciente volver a tocar juntos.
D.

Al59 dijo...

Joselu: es que tú eres un maestro (y no precisamente de primaria), un situacionista místico. Yo no le saco ese rendimiento a los estados febriles, aunque los sigo con interés: esta vez he notado que los sueños fluían extraños, como a doble velocidad, y que me despertaba de forma gradual y agitada, como un náufrago arrojado por las olas contra la playa. En los sueños, abundancia de muertos que parecen vivos, y alguien que me pasaba un dibujito mágico de los de Albert Hoffmann, quizá en alusión irónica a mi estado y su costado visionario.

Al59 dijo...

Tendría yo entre diez y doce años. Mi padre, alguna mañana de sábado, me sorprendía tomándome de la mano y llevándome al tren, rumbo a la sierra nevada. Lo recuerdo más como un tranvía que como un tren de los de ahora, abriéndose paso en la nieve. En algún momento, yo le preguntaba por el libro que llevaba consigo. Era La montaña mágica, de Thoman Mann. Mi padre me hablaba de Hans Castorp y sus maestros. Recuerdo, por razón obvia, aquella discusión sobre la enfermedad: ¿venturosa ampliación de los sentidos o mera minusvalía?

Al59 dijo...

And the winner is... amigdalitis. El doctor, que sabe mucho, me ha recetado un medicamento (Vibracina; principio activo: doxiciclina) cuyo prospecto no menciona para nada la amigdalitis. Pero ya otra vez pasó que me recetó unos medicamentos que no parecían corresponderse con la dolencia y sané enseguida. Un voto de confianza, pues.

Al59 dijo...

D.: inolvidable episodio, vaya que sí. En algún momento del proceso pensé que era candidato serio para el Otro Barrio. Con la de cosas que le quedaban (y le quedan) a uno por hacer por estos mundos...

Al59 dijo...

Querida Roxana: lo del gato es curioso. En sus primeros años de vida era independentista. Ahora se pasaría el día pegado a nuestra piel, si pudiera. Es como si hubiera perdido el pudor.

Aa dijo...

Un amigo mío tenía un perro, Ulises se llamaba, un pastor alemán, que se acercó un día a mi silla en su vejez. Puso los belfos sobre mis rodillas y me miró de una manera que me hizo preguntarle a su amo: ¿Qué le pasa? La verdad es que el perro había sido muy suyo. Y mi amigo me dijo: "Que es viejo".

En Bellvitge le llamaban al Gelocatil "Colocatil" y es tan cierto que si lo vuelves a probar sin fiebre probablemente entrarás en un trance más interesante aunque sin llegar a lo lisérgico.

Espero que te recuperes, Al.

Besos.

javi dijo...

Jajaja, me encanta el remate. Sin él, en efecto, una entrada de lo más bloguera.

Que pase pronto, un saludo!

Gharghi dijo...

Mis episodios febriles (al menos uno por cada estirón) solían terminar después de haberme soñado atravesando una pared de latas de refresco.

Así que, ala ¡a atravesar pronto la pared!