Los ingleses tienen esa expresión, entre el diablo y el profundo mar azul, que mejora la nuestra, ya excelente (entre la espada y la pared). Imagino que el dicho inglés alude a esa historia tradicional (yo la conozco como romance) en la que un marino naufraga y, cuando está a punto de morir ahogado, recibe la visita del Diablo, que le tiende la mano a cambio de su alma:
Voces daba el marinero,
voces daba que se ahogaba.
Le respondiera el demonio
del otro lado del agua:
—¿Cuánto diera el marinero
a quien lo saque del agua?
—Yo daría mis navíos
cargaditos de oro y plata.
—Yo no quiero tus navíos
ni tu oro, ni tu plata,
que quiero que cuando mueras
a mí me entregues el alma.
voces daba que se ahogaba.
Le respondiera el demonio
del otro lado del agua:
—¿Cuánto diera el marinero
a quien lo saque del agua?
—Yo daría mis navíos
cargaditos de oro y plata.
—Yo no quiero tus navíos
ni tu oro, ni tu plata,
que quiero que cuando mueras
a mí me entregues el alma.
Me he acordado del dicho y la canción leyendo un libro estupendo de Walter Burkert, Cultos mistéricos antiguos. Lo compré hace ya tiempo, pero cometí el error de consultarlo para ver si hablaba de dos o tres cosas puntuales que me interesaban (y sobre las cuales no dice mucho). En realidad, la fuerza del libro está en el planteamiento, en la capacidad para Burkert para mirar los datos con ojos nuevos. Los Misterios, nos dice, duraron porque funcionaban. Funcionaban aquí, por supuesto: por mucho que algunos de ellos prometieran un trato de favor en el Más Allá, ese trato estaba aquí y ahora, en este mundo, como imaginación o esperanza, y quizá era más un despeje de miedos, de imaginaciones lúgubres, que una fe propiamente dicha. Importa, en fin, la experiencia, la alegría de vivir y el sentimiento de hermandad entre los iniciados que producían tan sacros eventos.
El capítulo II del libro se abre con una consideración memorable: la religión, nos dice, fue conocimiento de la realidad última en épocas dogmáticas; en el siglo XIX era ya arqueología del imaginario, historia de las ideas; para nosotros, en fin, 'los modernos', ha terminado siendo una ficción, la construcción voluntariosa de un significado donde sólo hay vacío, absurdo. Estamos, nos dice Burkert, «suspendidos entre el nihilismo y la lingüística». Supongo que el nihilismo es el mar, la pared; y la lingüística el diablo, con su espada o tridente. Pero podría equivocarme. ¿Cómo lo ven ustedes, queridos lectores?
1 comentario:
Algo así pienso yo... que la religión es, ha sido un autoengaño necesario, algo que el subconsciente genera para no desesperar en la conciencia de la propia muerte, pero que la ciencia, con su conocimiento acumulativo de la mecánica del mundo, está superando con su propia promesa de no-morir, día a día más cercana, o al menos, de momento con unos placebos notables (disminución del dolor, registros atemporales de la propia identidad en forma de vídeos, sonidos, fotos, etc.).
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