[Más o menos esto les contaba yo esta mañana a los asistentes a las II Jornadas de Historias Locales de Extremadura, en la mesa sobre "El patrimonio oral de Extremadura" organizada por el maestro Juan Rodríguez Pastor. Gracias a éste y a aquéllos, por su confianza y paciencia.]
Permítanme comenzar citando a Manuel Machado. Son unos versos muy breves, de esos que (como exigía el filósofo pesimista Cioran) se podrían susurrar al oído de un moribundo para resumir con la debida brevedad el sentido de la vida. Dicen así: ¡Quién lo había de pensar, / que por aquel caminito / se llegaba a este lugar! En este caso, a hablarles a Vds. del patrimonio oral de Extremadura, cuando uno está tan lejos de ser un experto en el tema. Intentaré explicar cómo nos hemos visto Vds. y yo en este brete, a ver si conseguimos sacar alguna luz.
Hablar de folklore es hablar de tradición: la entrega espontánea a los demás de un tesoro (o de una patata caliente); a veces, incluso, de una verdadera obsesión. Casi nunca somos conscientes de tal entrega: quien más, quien menos, vivimos instalados en el folklore, somos usuarios del mismo, y cada vez que citamos un refrán o le cantamos a nuestros hijos una canción infantil o comentamos con nuestros amigos la penúltima versión de una leyenda urbana, estamos compartiendo no algo que tenemos, sino lo que somos: la parte más juguetona y mercurial de nuestra memoria.
Si busco en mi memoria, tengo que darle la razón a Freud (o a lo que solemos pensar que dijo Freud); la culpa de todo la tienen los padres. En mi caso, desde luego, si comparezco ahora ante Vds. como folklorista aficionado, amateur, culpable de haber enredado a mis alumnos (o haberme dejado enredar por ellos) en varios empeños de recopilación de leyendas, romances y otras yerbas, es porque, a pesar de crecer en Madrid en los años 70, en un entorno donde la televisión, el cine y la música pop constituían ya (junto a la bollería industrial) nuestra dieta predilecta, el folklore vino a instalarse muy pronto en mi vida por una doble vía, materna y paterna.
Mujer refranera, mujer puñetera. Es uno de los primeros refranes que recuerdo haberle oído a mi madre, mujer desde luego de armas tomar, de las que no se callan ante las injusticias. Más de la mitad de los muchos que he podido oír o leer después, cuando me he interesado por el tema, me han sonado a conocidos, así que yo creo que los oí primero de sus labios.
Ahora que soy padre y la he visto, como abuela, en acción, cuidando a mis hijos, comprendo sin dificultad de dónde me viene a mí el placer de escuchar y cantar canciones de las que no suenan por la tele ni en los discos; e inventármelas, llegado el caso. Cuando era pequeño, estaba convencido de que la Calle del Mercado donde resucitó Don Gato estaba en mi barrio, un callejón al final de la calle Jacinto Verdaguer: tan nuestras sentíamos esas canciones que no es raro que años después, cuando me vi por primera vez de profesor en el instituto Vegas Bajas de Montijo, en 1996, lo primero que se me ocurriera hacer con mis alumnos fuera animarles a recoger las canciones infantiles que conocieran, sorprendiéndome al ver que, como diría Heráclito, eran las mismas y no las mismas que yo conocía de siempre, llenas de variantes jugosas.
Hasta ahora les he estado hablando de raíces; pero con esta primera experiencia con mis alumnos, que fue instructiva para ambas partes, entra en juego para mí por primera vez lo que el folklore tiene de ramificación, de perderse (y hallarse) por las ramas, en un juego de variaciones que tiene por fuerza que fascinar a cualquiera que se pare a contemplarlo. Antonio Rodríguez Almodóvar ha definido los cuentos populares como la tentativa de un texto infinito. Yo no conocía entonces esta fórmula, pero me deslumbré con la evidencia de que una canción tan conocida y sencilla como aquélla del barquero:
Al pasar la barca
me dijo el barquero:
‘Las niñas bonitas
no pagan dinero’.
‘Yo no soy bonita
ni lo quiero ser’...
me dijo el barquero:
‘Las niñas bonitas
no pagan dinero’.
‘Yo no soy bonita
ni lo quiero ser’...
se convertía, a partir de ese verso, en un verdadero caleidoscopio de posibilidades, hasta el punto de que casi no había dos alumnos que coincidieran en la continuación: ¿yo pago dinero como otra mujer? ¿arriba la barca de santa Isabel? ¿las niñas bonitas se echan a perder?
Les invito a hacer el mismo experimento y sorprenderse con el resultado. Por mi parte, de ahí arranca una fascinación que con los años sólo ha podido ir a más. Su resultado más visible es el Cancionero y Romancero del Campo Arañuelo, este CD publicado en el 2006 del que les traigo algunos ejemplares, y que a pesar de ser una obra irregular, imperfecta, contiene una muestra bastante interesante de los romances y canciones varias que se cantan por el Campo Arañuelo y la Vera. La obra la hicimos materialmente tres personas: Félix Contreras, gran dulzainero y conocedor de este repertorio, María Angustias Nuevo Marcos y yo, pero aunque nosotros embotellamos el agua y la etiquetamos, la fuente fueron los alumnos del Instituto Augustóbriga, en que Marián y yo damos clase, y una informante excepcional de Jaraíz de la Vera, Guadalupe Alegre, que canta la mayoría de los romances que aparecen.
La obra recoge no sólo el texto de las canciones, sino una grabación de las mismas (sin acompañamiento instrumental), la partitura y un comentario que intenta alumbrar la relación entre cada versión que se recoge de estas canciones y otras producciones similares. Mentiría si les dijera que fue sencillo publicarlo: nosotros pensamos en su día que el Ayuntamiento de Navalmoral era el candidato obvio para apoyar una iniciativa así, y desde la autoridad nos dijeron que contáramos con ello. Pero cuando llegó la hora de la verdad, con la obra terminada y un presupuesto por delante, los digos florecieron en don diegos y tuvimos que buscarnos las habichuelas por ahí, con la suerte de que una institución local, Arjabor, asumió el coste, y otras, como la Diputación de Cáceres, la central de Almaraz y la Institución Cultural El Brocense acabaron apareciendo en la foto (en la portada), aunque a mí como autor nunca me quedó muy claro qué parte de la factura asumieron (si es que asumieron alguna). No sé si es adecuado ser tan sincero, pero mi impresión fue que una vez rechazado el invento por un gobierno del PP (el ayuntamiento de Navalmoral), las fuerzas asociadas al PSOE nos echaron un cable (que agradezco muchísimo), un poco por gusto y otro poco por fastidiar al contrario.
Volviendo atrás, les decía que el folklore se instaló también en mi vida desde otra perspectiva, la paterna. Aunque a mi madre le encanta leer, el folklore que me trasmitió era oral, con una pureza infrecuente ya en el mercado. Más de una vez me he sorprendido encontrando en la obra de Correas, de 1627, refranes que yo creía inventados por ella, como aquel de La ensalada, salada; poquito vinagre, pero bien aceitada. Aunque, si pensamos en la historia de la humanidad, el siglo XVII es antes de ayer, mí me da cierto vértigo pensar que de 1627 a acá el refrán haya estado dando vueltas de boca en boca hasta llegarme a mí por la suya.
El caso es que mi padre, por su parte, es fundamentalmente un hombre de lecturas, un autodidacta que abandonó pronto los estudios (había que trabajar), pero que en cuanto estabilizó su vida se consagró a leer por gusto, vorazmente. La biblioteca en la que me crié se construyó a finales de los 60 y principios de los 70, en la época en que los libros interesantes se compraban de forma clandestina en la trastienda de las librerías (después de que uno cobrara cierta confianza con el librero): en esa trastienda, y luego en mi casa, se reunía todo lo reprimido por el régimen. Los libros políticos, sobre el marxismo o las comunas hippies, pero también los que ofendían a la iglesia por razones varias: libros sobre psicoanálisis, alquimia, teosofía… Había títulos increíbles, como El libro que mata a la Muerte, de Mario Roso de Luna, un extremeño ilustre del que merecería la pena hablar largo y tendido.
De la biblioteca paterna recuerdo sobre todo dos libros que leí muy pronto: la Ilíada y la edición en tres tomos de Las mil y una noches, en la editorial Aguilar, por Rafael Cansinos Assens. Los cito porque ahora me doy cuenta de que gracias a esas lecturas me hice filólogo clásico y acabé editando el año pasado este libro que también les traigo como obsequio, El aula encantada. Tradiciones populares marroquíes recogidas por los alumnos del IES Augustóbriga de Navalmoral de la Mata.
Cansinos Assens no estaba en ‘el canon’ cuando yo estudié COU, pero Borges, que no es cualquiera, lo citaba siempre como su maestro y la persona que más había admirado en el mundo. Su edición de Las mil y una noches es una maravilla: son miles de páginas en papel biblia que traen más cuentos que cualquier otra que yo conozca, con los poemas vertidos en verso castellano de gran calidad. La obra va introducida por un estudio amplísimo, muy pormenorizado, de la obra y cada cuento está enriquecido con infatigables notas al pie. En ella aprendí quiénes son los yinn, los genios: unas criaturas prodigiosas que lo mismo están atrapadas en una botella, debidamente sellada por el rey Salomón, que entran en las casas a través de las letrinas o raptan a una princesa especialmente hermosa para guardarla en un cofre y gozar en exclusiva de su amor.
A este tipo de buenos recuerdos se agarra uno, casi sin darse cuenta, cuando se encuentra como docente en una situación comprometida. Para mí lo fue encontrarme el curso pasado con un grupo de La Lengua como Herramienta de Aprendizaje (un tipo de apoyo o refuerzo de Lengua para alumnos de 1º y 2º de ESO) formado íntegramente por alumnos marroquíes, casi todos con muy mal expediente, y varios de ellos con un nivel mínimo o inexistente de español. Siempre he odiado enseñar o aprender español, o cualquier otra lengua, con frases del tipo My tailor is rich o El niño come manzanas, contenidos vacíos, que no dicen nada digno de recordarse, así que para no morirme de asco ni dejar morir a mis alumnos empecé a buscar formas de comunicarme con ellos, y di enseguida con el folklore. El primer asidero que encontré fue un librito de cuentos orientales más o menos sufíes o zen, Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente (EDAF). Se me ocurrió que contarles de viva voz aquellos cuentos y después animarles a contarlos ellos mismos sería una manera excelente de practicar la comprensión y la expresión oral. Y vive Dios que lo fue. Aquellos cuentos tenían que ver con su propia tradición, les resultaban muy cercanos, pero pronto los fuimos agotando; fue un paso bastante natural animarles a que me contaran cuentos que ellos conocieran y yo no. Como en estos casos hay que empezar por algún sitio, me acordé de Las mil y una noches y les pregunté por los yinn…
El resultado fue tan abrumador que no tardó mucho en tomar forma de libro. Aprovechamos el plan PROA para crear un taller en el que los alumnos marroquíes proporcionaban las historias y otro grupo de alumnos, no marroquíes, las leían e ilustraban, animados por un compañero que vale un potosí, Íñigo Duarte. Por mi parte, yo cumplí el sueño de ser Cansinos Assens por un día, escribiendo una docta introducción y anotando concienzudamente los cuentos con todo tipo de paralelos y notas (unas más útiles que otras y quizá todas, ay, algo pedantes).
Voy concluyendo. A diferencia del Cancionero y Romancero, que no tuvo (a mi juicio) toda la suerte que merecía, este libro nació con buena estrella: la dirección de mi centro lo apoyó con entusiasmo, la administración financió su publicación y tuvo luego a bien premiarlo como la mejor publicación escolar de este tipo del año 2010. Tuvimos incluso la suerte de que José Manuel Pedrosa, un folklorista al que admiro enormemente, viniera a Navalmoral a presentarlo y lo reseñara generosamente.
El folklore leído en el que me inició mi padre ha venido así a convertirse también en folklore vivido, compartido siempre con los alumnos, de los que tanto se puede aprender, si uno se deja. Y en esas confieso que sigo, ahora recogiendo leyendas urbanas, sobre una de las cuales, la de Verónica, he tenido el placer de escribir un artículo para la revista Estudos de literatura oral. Mi idea es trabajar un par de cursos recogiendo e ilustrando leyendas urbanas y después recopilarlas y comentarlas debidamente. Esperemos tener tiempo y oportunidad de hablar más despacio de eso en alguna ocasión. De momento, corto y cierro, esperando no haberme excedido en el tiempo: confío haber explicado un poco por qué caminos tan extraños, y a la vez tan lógicos, se llega de cantar Ahora que vamos despacio / vamos a contar mentiras a intentar traerles hoy, con cierto apuro, unas pocas palabras verdaderas. Muchísimas gracias.
3 comentarios:
No sé cómo se aplaude por escrito, al margen de decir que aplaudo, porque la interjección plas siempre me ha parecido ridícula, pero que te quede constancia sonora de la recepción de tu conferencia. Remites, además, a un poema de Machado que voy a leerles a mis bachilleres en relación con la Oda a Salinas de Fray Luis de León. Admirable tu dedicación folclórica, Alejandro, y quien, como es mi caso, ha tenido la oportunidad de disfrutar con ella a través de una de tus publicaciones, sabe ya que esa recopilación de leyendas urbanas va a merecer la alegría de poder transmitirla. Ayer por la noche vi "Cómo ser John Malkovich" y, gracias a tu anuncio, veo que la película está construida sobre una leyenda urbana la mar de atractiva.
¿Estuvieron tus padres en la conferencia? ¡Ojalá hayan estado!
Excelente charla, Al, esos caminos que se recorren de forma tan natural son el milagro de la vida. Algo de esa magia del «aula encantada», como ya sabes, me cayó cerca al tener la posibilidad de llevar el libro al Instituto español Lope de Vega de Nador, en cuya biblioteca deben figurar dos ejemplares. En cuanto a lo de la posible "pedantería" de las notas que enriquecen el volumen, si te sirve mi opinión, no solo están lejos de ser un inpropiado ejercicio de erudición, sno que dan a la experiencia un sentido didascálico y una profundidad de la que de otro modo carececería. Finalmente, respecto al cedé sobre folclore extemeño, no sé si está aún accesible y dónde... Un abrazo.
Gracias, amigos. Mis padres no estuvieron, pero la botella llegó a puerto, vía FB. Cuenta con el CD, Alfredo. Esta semana te lo envío.
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