martes, 5 de julio de 2011

Puertas abiertas


Una puerta, cerrada hasta entonces, se abre de forma inesperada. Lo que acude por ella puede llamarse de muchas maneras; y quizá haya una buena razón para renunciar, por engañosas, a todas ellas. Pero incluso en ese caso conviene saber que palabras como inspiración, ocurrencia, entusiasmo, manía, revelación, sensación oceánica o éxtasis, tan manoseadas y generalmente vacías, pueden haber servido alguna vez para referirse a una experiencia de este tipo; y que es de esta experiencia de donde parte la fuerza inicial de estos términos, que después ha ido rebajándose hasta quedar sustituida por un mero recuerdo o simulacro.

¿Es nuevo o antiquísimo lo que llega? Es ambas cosas: novedoso el hecho de que fluya, nueva la sensación de flotar en y por ello. Pero la sensación es también de regreso o restauración: la hermana, amada o madre perdidas, el Rey que retorna. El mito de la Edad de Oro, que los historiadores progresistas tanto detestan, remite a esta sensación de que, vistas con los ojos apropiados, las cosas vuelven a ser como fueron o debieron ser in illo tempore, sin filtro ni descafeinamiento. Lo mismo cabe decir de la mitificación de la infancia.

La desconfianza de los términos que pretenden dar cuenta de la experiencia o al menos aludir a la misma lleva, en su forma más pura y extrema, a la teología negativa y la guerra contra las ideas. Lo desconocido, llama el maestro Agustín a algo que desborda la experiencia a la que aludimos, pero seguramente la incluye. Otras veces unos nombres desplazan a otros, o al menos lo intentan: Wasson, Hoffmann y Ruck propusieron que se llamara enteógenos a los agentes químicos que propician este tipo de vivencia, tratando de escapar de las connotaciones estratégicamente indeseables que había adquirido la palabra psicodelia a mitad de los 70. Pero el contraste es sólo aparente, y como tal lleva a engaño: la deidad que nace (eso quiere decir enteógeno) y el alma que se manifiesta (eso dice psicodelia) son rostros o metáforas intercambiables de una misma entidad que es ambas, y por tanto ninguna de las dos. En la duda, puede servir de algo recordar que psicodelia es una palabra feliz, nacida del deseo de compartir con otros lo extraordinario; mientras que enteógeno nace del miedo, del deseo de restringir y separar un campo de estudios y experiencias (los Misterios de Eleusis y otros rituales del mundo antiguo o de las sociedades llamadas tradicionales o primitivas) de otro (la Contracultura de los 60) satanizado por los medios de formación de masas. Para mí, al menos, la opción está clara.

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Sobre el descrédito o mala fama de la palabra, me resigno a decir algo. Paletos psicodélicos llama Elvira Lindo en un jugoso artículo a Jim Morrison y otros músicos que vivieron con intensidad aquellos años y terminaron, en muchos casos, muertos (como JM) o tocados (como Syd Barrett). La idea, si no la entiendo mal, es que si lo que se anunciaba como promesa de una vida mejor acabó concretándose tan a menudo en un paso a mejor vida, es imposible no concluir que la mercancía (no la droga en sí, sino el paquete completo: las expectativas creadas en torno a su uso y las canciones, libros y etc. que lo celebraban) estaba dañada. En voces más conservadoras, el argumento lleva a un descarte completo (cuando no una demonización) de la cultura popular de los 60. Lindo es más sensata: salva lo que le parece objetivamente excelente (buena parte de la música de aquella era) y condena sólo el (ab)uso tanto de las sustancias como de las expectativas. Es de bobos, nos dice, creer que además de ser artistas de cierto talento, Morrison y co. tendrían algo importante que decirnos, desde su bisoñez y endiosamiento, sobre la vida y las opciones que ésta nos plantea.

Siempre es complicado combatir el exceso de sensatez, pero en este caso me parece inevitable. Intentémoslo, entonces, con sus mismas armas: ¿realmente podría haberse dado lo uno (la excelencia de ciertas canciones) sin lo otro? Y me refiero con lo otro no al 'abuso de drogas', descontextualizado, sino al contexto más amplio de donde se extraen los ejemplos negativos o desoladores: la apertura entusiasta a las posibilidades que caracterizó aquel momento. Se trataba, ni más ni menos, de explorar lo que un estudio de grabación, un instrumento o cualquier otra cosa podían llegar a dar de sí, una vez que uno renunciaba a la idea de que los límites estaban ya establecidos y se sabía ya hasta dónde merecía la pena aventurarse.

Dado que la pregunta contiene la respuesta, ampliémosla: ¿no va ligado ese mismo amor a lo desconocido, y confianza en sus posibilidades, a los grandes logros del romanticismo y el surrealismo? También en estos casos cabría hacer la nómina de suicidados, tocados de por vida y desencantados (los nombres acuden solos: Werther, Artaud...); pero quizá nos resistiríamos más a quien, sensatamente, nos aconsejara leer a Keats o a Breton sólo como ejemplos de bellas letras, renunciando a lo que ellos mismos creyeron más importante, y que acaso fuera fuente de eso mismo que se acepta, descontextualizado, como bello e inofensivo, y que puede aún hoy no serlo tanto si se mira de otra manera.

¿Es, en fin, sensato pensar que puede separarse la producción artística de la vivencia que la propicia y alimenta, como hacen quienes quisieran convencerse, un suponer, de que Bach pudo escribir sus obras por mero amor a las matemáticas, en vez de a Dios, y quizá de hecho así lo hizo?

No me lo parece, desde luego. Y tampoco creo que la fiebre aventurera de los sesenta merezca el desdén de quienes, viniendo después y creyéndose más avisados, apenas han producido cosa que no desmerezca en comparación con los logros de sus presuntamente ingenuos y mal aconsejados predecesores.

Vivimos días que se dicen de indignación (y sin duda hay motivos para ésta), pero creo que no soy el único que percibe en lo que a veces, por llamarlo de algún modo, se llama 15-M o de cualquier otra forma, un poder de fascinación que no proviene del discurso contra el Poder (que al cabo, en la medida en que espera forzarlo a un acuerdo o cesión, sigue dependiendo de él y lo confirma), sino del entusiasmo de encontrarse o sentirse como una comunidad viva, sin domesticar, cuyas posibilidades nadie es de momento capaz de medir con certeza. No es necesario (y tal vez hasta sería contraproducente) enfatizar lo mucho que las acciones más notables de estas semanas recuerdan a los años 60 (por ejemplo en el espíritu pacifista que templa la voluntad de protesta y deja sin argumentos a los que babean soñando con una represión policial a gran escala; en el desafío no sólo al reparto injusto del dinero, sino al culto al dinero en sí; en la desconfianza contra los líderes: don't follow leaders, watch the parking meters...); pero al menos creo que la semejanza (o continuidad) debería enseñarnos algo sobre la facilidad con que damos por muerto o pasado de moda lo que regresa al underground del que partió para volver cuando menos se lo espera.

La psicodelia no forma parte, a día de hoy, de la ola que surge o regresa: de hecho, ha habido un claro interés en vacunarse contra el estereotipo de porreros, botelloneros o drogatas que los medios han intentado, a pesar de todo, encasquetar a los revoltosos. Para ello, las asambleas han prohibido la embriaguez en las manifestaciones públicas del Movimiento, o al menos han procurado que ocupara un lugar muy secundario.

A pesar de eso, un psinauta no es un pirado, como un enólogo no es un borrachín de taberna, y es de justicia que antes o después se vaya aceptando que la LSD y demás agentes psicodélicos, prohibidos por la reacción conservadora contra los 60, merecen y exigen una reevaluación tanto por parte de los terapeutas e investigadores que tanto podrían lograr con ellos como por parte de la gente que se pierde, por no probarlos, una experiencia tan significativa como el primer orgasmo. Hay indicios de que, al menos, la investigación clínica se va descongelando. En uno de los textos fundacionales de la movida actual, el cómic V de Vendetta, hay también un elogio, aunque revirado, de la LSD: el único investigador que logra entender al protagonista llega hasta a él tras emprender un viaje lisérgico.

Lo que tiene fundamento resiste, en fin, tanto al descrédito como a su banalización. La psicodelia vive hoy en el underground; pero el underground está hoy al alcance de cualquier curioso con acceso a la Red. En cualquier momento, lo que es minoritario, aparentemente testimonial, puede reavivarse, como la brasa ante un soplo. Ojo con creerse vacunados contra la primavera.


5 comentarios:

Joselu dijo...

Jugosísimo artículo que he disfrutado por su prosa y por el interés que suscita, que está en línea con tu vocación psicodélica. Tengo la impresión de que aquellos años que yo no viví directamente quedaron interrumpidos por la llamada racionalización o sensatez de la historia que necesitó volver a sus cauces razonables. Una vez me encontré a un colombiano (años setenta) que me contó cómo se había vivido la década prodigiosa en Colombia con la superabundancia de marihuana y coca que había allí. Me explicó que la sociedad toda se imbuyó en aquellas sustancias perdiendo el gusto por el trabajo y aumentando su vocación contemplativa o festiva. Pienso que esta es la raíz de la cuestión. Nuestra sociedad productiva es incompatible con los estados contemplativos o de conocimiento. Necesitamos -para sobrevivir- ser productivos, competitivos, eficaces y no podemos centrarnos en un mundo enteógeno que nos llevaría a milenios más allá de lo que estamos ahora. Grecia está en estado de shock, no por tomar LSD, sino por su sentido de la vida que no le lleva a la productivad. África se hunde en sus fundamentos tradicionales y hasta el mismo Kapuscinski sostuvo que África tenía que entrar en la contemporaneidad, y ésta es capitalista para bien y para mal. Un alumno que fume droga sabemos que no será operativo, la droga conduce a muchos sitios es cierto, pero lo que es cierto que no lleva al trabajo. En China, en la cultura tradicional, los varones, llegados los cincuenta años, se retiraban de su vida laboriosa y se dedicaban a fumar opio y a tener experiencias oníricas o contemplativas en fumaderos ah hoc. El ser humano sin ese componente visionario -aherrojado por la sensatez- pierde buena parte de su alma mística, pero nuestro modo de producción no permite de ninguna manera ese retorno improductivo. Como experimentos psicodélicos estaría bien por parte de investigadores pero ampliado a otros sectores sociales como propugnó Timoty Leary está condenado a la represión y a la negación. Nuestra sociedad es incompatible con los estados que nos llevan a las puertas de la percepción. Lo nuestro es el alcohol que suple en buena parte esa necesidad de huida de la realidad abrumadora. No confío en ese retorno. Sería cortado de raíz y nuestro modo de vida no parece orientarse hacia allí. Confío, no obstante, en el 15-J en ese sentimientos de libertad, de estar fuera de los cauces, en que todos voluntariamente nos hemos ido metiendo para sentirnos protegidos pero nos enfrentan a nuestro miedo a la trascendencia y, sobre todo, a la muerte.
Saludos.

j. dijo...

Pues sí, gran texto. Yo sostengo que el pionerismo (o la sensación de ello, aunque no sea verdad) es una de las fuerzas que mueven el mundo. No es necesario ni siquiera recurrir a los agentes químicos externos, basta descubrir algo nuevo, un campo de juego todavía inexplorado, para que se genere un torbellino de creatividad (o de sensación de ello, de estar haciendo por primera vez algo que nadie ha hecho antes) y de este modo sea el propio organismo de uno el que produzca la química que lo mantiene volando, en el entusiasmo. El caso por excelencia es el enamoramiento... Si bien es cierto que la palanca de ciertas drogas propician un buen impulso inicial, o un trabajo sostenido sin pensar en el correr del señor Tiempo...

(A mi, por cierto, me aconsejaron seriamente que ni se me ocurriese probar con los tripis. Que yo era de los que se quedaban allá... Siempre he pensado que en mi caso era cierto y que fue un buen consejo...)

Si tienes una biblioteca municipal cerca que lo tenga, coje La cosa del pantano del mismo Alan Moore de V, que ahora lo están reeditando en tomos. Hay un epísodio entero de 'viaje' (que se lee muy mal en dicho formato porque estaba pensado para cuadernillo, pero bueno), y toda su etapa como guionista de la serie es un canto a pensar más allá, aunque, quizá, no haya envejecido muy bien... Bueno, y te reiteraría que te hicieses con su Watchmen, pero mientras no saquen una edición manejable que no sea para malditos frikis, pues lo mismo, cójelo en biblioteca. V mola, pero su representación del leviatán del Estado es muy pobre.

Un saludo.

Al59 dijo...

Joselu: No lo veo yo así. Creo recordar que Escohotado en su summa pone el ejemplo (y contraejemplo) de sociedades en las que el consumo de una sustancia se considera virtuoso e induce a la actividad (así la marihuana entre los rastafaris) frente a otras en que el consumo de esa misma sustancia se asocia a la dolce vita o el desenfreno. A mí me sorprendió mucho leer que el consumo de LSD, asociado al pacifismo y el amor universal en los años 66-68, luego también estuvo asociado a los primeros 'guerreros urbanos' o terroristas que decidieron tomar las armas contra el sistema. Droga, en fin, es la cafeína, que nadie se atreve a encarar porque mantiene en pie a millones de trabajadores. (Y a otros los encontrarás mascando coca, etc.)

No es tanto que la psicodelia esté condenada a volver: es el rechazo frontal a la misma el que es irracional y no puede sostenerse por mucho tiempo. De hecho, ya han vuelto a autorizarse ensayos clínicos con LSD, y los resultados son enormemente prometedores.

Al59 dijo...

Más de una vez he pensado, Javi, que ojalá fuera posible mantenerse en ese otro lado o margen que se puede rozar en algunos momentos de la vida, sea a través del amor, del arte o del ritual (por tal tengo la ingesta de estas sustancias). No creo que tenga sentido temerlo: sencillamente, es imposible, como aquello de ser sublime sin interrupción. Otra cosa son los ejemplos en plan Syd Barrett, de intelectos desmantelados que alguna vez fueron brillantes. Ya quisieran ellos haberse quedado 'allá': más bien cayeron en las mazmorras psiquiátricas del más acá.

j. dijo...

Sí, creo que tienes razón, y quizá se acaba mal sólamente cuando se insiste en evitar la interrupción que, como dices, antes o después ha de llegar...