Esto soñó Carmen, cinco días antes del accidente de Santiago. Y así lo apuntó, con la vaga pero imperiosa sensación de que era importante hacerlo.
*
Tengo como una especie de flojedad de no comer bien, y ando sin fuerza
para acordarme de él, fue como muy vivo, me duele acordarme, pero tengo
que escribirlo antes de que se me olvide.
No puede el tiempo meterse en un tren e irse, no puede. No pueden mis huesos acordarse del todo de ese sueño, no pueden. Y sin embargo, aquí estoy, voy a intentarlo. En el sueño son tres, la que sueña quedó por ahí atrapada. Soñé con un viaje en tren. Era como una ciudad que viajaba. O era un tren, no sé si era yo la que viajaba a esa ciudad, o era ella la que venía a mí. El tren y ella parecía una sola cosa, alguna arquitectura había conseguido un paso más de lo inconcebible, un paso más de lo acontecido hasta ahora, una belleza sin par entre construcción y necesidad, utilidad y belleza. Lo útil es lo bello. Que la ciudad y el tren fuesen una y la misma cosa y a la vez que no lo fuera, que fuera y consiguiera con ello el brote y olor de cada rincón como distinto. A lo mejor el mismo tiempo pasaba por la ciudad, a lo mejor la ciudad pasaba por el mismo tren.
Recuerdo sus torres, además de su relación con el tren, la belleza de unas torres altísimas. Las torres de las ciudades eran bellas, altas, muy altas, tenían un encanto de modernidad, algo marchita, como si otra cosa con más gracia que hoy no tienen, la tuvieran. Tenía color rojo en los techos, y azul, colores hermosos. Recuerdo que en altura estaba su belleza y el tren era como si hubiera conseguido lo contrario que en N.Y. que el tren se aleja de la ciudad, es un monumento más, en esta ciudad era un elemento con tal gracia integrado que no se distinguía lo que era rincón de fuentes y aguas y lo que era tren. Y esa viveza y hermosura de esa ciudad se empezó de repente a caer.
Siempre que sueño, suelo soñar como si de ver una película se tratase, la acción de ella está adentro y yo la veo desde afuera. ¡En este caso al principio sí! Cuando estaba como absorbida por la sensación de llegar a un lugar tan hermoso, aquello de estar asombrada. La vía del tren estaba en alto pero se entremetía por todos los rincones, la ciudad tenía rincones, rincones hermosos y belleza, pero de alguna manera…, envejecida. En instantes y desde el tren, ahora, sentimos la noticia como de un Apocalipsis, un terremoto azotó por momentos la ciudad, partes de ella y partes de afuera, como si no se supiera bien cuáles eran los límites de aquella ciudad reino y si aquellos terremotos afectaban a más lugares. Había confusión, mucha confusión, y yo iba en el tren. Ahora sí, sentía que iba en esa máquina a punto de desbordarse por los precipicios, porque como no se sabía bien qué y cuántas partes ni cuáles de la ciudad había afectado, era un descontrol, a cada paso el tren se caía, pero casi como fiel a sus recovecos iba y volvía a la estabilidad (y se iba) según iba pasando por los lugares más o menos afectados.
El tren estaba muy afectado, en cada momento se partía y salían disparados los trozos de gentes hacia abajo. Yo estaba con A., tenía mucho miedo y un pánico muy fuerte. Pánico que iba y venía a ratos, vi y sentí que me moría, allí en ese tren, y en medio del gran alboroto la contraposición de unos niños que se reían, miraban la televisión y sonreían, agarrados de sus madres. El espectáculo no estaba en el tren y su inminente desgracia a desbocarse abismo abajo, sino que la desgracia casi no se sentía, había como una mudez, los cuerpos caían rectos, casi no alborotados, mirando la madre televisión. Yo estaba ya cansada de aquellas cabezas cortadas, de aquellas noticias, indignada porque todo se retransmitía al ciento por ciento de realidad y verdad. Todo era de una verdad y una mudez que me hacía más daño que la misma desgracia de lo que iba sucediendo. Pasaba todo a la vez, pero eran cuerpos casi muertos que caían en medio del desconcierto.
Tenia yo mucho miedo, y no me servia agarrarme a A., me caía literalmente, pensaba que ella era segura, pero no, era como si a una madre te agarras o crees que era como una madre, segura, y aquello no era seguro se desmoronaba. Pasé también como una especie de decepción, decepción de una amiga que no lo era, como si de una madre se tratase, que traiciona y te deja caer. Aquella amiga en medio de todo se descuajaringó, o la misma tragedia la hizo caer y yo andaba decepcionada porque la sentí como un monigote extraño y lleno de temblores, que algo me reclamaba. Pero voló, se cayó al abismo y yo dejé de tener miedo. Me dispuse a ayudar al guía del tren, y me dio aquella noticia fatal, que la sentí como si de una muerte que no llega fuese, era como si te hubieran dado la peor noticia que te podían dar pero no la sientes, ya no hay temor, y la noticia era que volvíamos dando un regreso, la vía estaba cortada y regresábamos al lugar donde empezaron los terremotos, al centro del ciclón, no quedaba otra para salvarse que pasar por allí. Todo se desmoronaba y caía.
Ahora que lo recuerdo, ahora pudiera el derrumbe, los terremotos, ser múltiples y traspasar más estados, más territorios, recuerdo lo hiriente de la televisión, yo me negaba a mirar. La televisión era el padre de todo aquello, las noticias escrupulosamente claras, me dolían en las yemas, pero parecía ser yo la única persona en aquel tren que lo sentía. El mundo que salía por aquella televisión de unas escrupulosas imágenes de cabezas cortadas delante de los niños…, la gente en medio del tren que pasaba por aquella ciudad apenas miraba entre las resquebrajaduras del tren que aquella máquina estaba a punto de desmoronarse junto con la ciudad, aquella que alguna vez habían el tren y ella hecho un juego de tal belleza sin par y maravilloso. Ahora sentía pánico del pánico, mudo y tan extraño que conseguía que corriesen de acá para allá, pero ellos nunca miraban lo que iba sucediendo en el tren. La televisión dictaba la orden de informar y aquello me dejaba en gran tristeza.
El viaje de vuelta fue de días, no había de nada, ni ropa, ni cosas para el aseo, todo estaba derrumbado, y allí encontré a R. que andaba por ahí. Recuerdo lo incómodo que era vestirme y estar guapa, para marcharme todavía a ver al Arriero, sentía como si a D., el dueño del bar, le hubiera pasado una apisonadora, que aunque dolido y confuso por todo aquello seguía con su bar maltrecho, más que nada, por la muerte de su padre, me dieron como ganas de abrazarlo, de darle el pésame, pero no se lo di, parecía entender que no hacía falta. No sé cómo pude bajar del tren para ir a este lugar a tomarme un café, puede que el bar fuera el bar del tren, esto no lo recuerdo, pero recuerdo la imagen. Volvíamos al tren y moría en la vuelta, o sentía el mundo morir sin retorno. La noticia devastadora era la muerte, pero no me vi morir y desperté.
No puede el tiempo meterse en un tren e irse, no puede. No pueden mis huesos acordarse del todo de ese sueño, no pueden. Y sin embargo, aquí estoy, voy a intentarlo. En el sueño son tres, la que sueña quedó por ahí atrapada. Soñé con un viaje en tren. Era como una ciudad que viajaba. O era un tren, no sé si era yo la que viajaba a esa ciudad, o era ella la que venía a mí. El tren y ella parecía una sola cosa, alguna arquitectura había conseguido un paso más de lo inconcebible, un paso más de lo acontecido hasta ahora, una belleza sin par entre construcción y necesidad, utilidad y belleza. Lo útil es lo bello. Que la ciudad y el tren fuesen una y la misma cosa y a la vez que no lo fuera, que fuera y consiguiera con ello el brote y olor de cada rincón como distinto. A lo mejor el mismo tiempo pasaba por la ciudad, a lo mejor la ciudad pasaba por el mismo tren.
Recuerdo sus torres, además de su relación con el tren, la belleza de unas torres altísimas. Las torres de las ciudades eran bellas, altas, muy altas, tenían un encanto de modernidad, algo marchita, como si otra cosa con más gracia que hoy no tienen, la tuvieran. Tenía color rojo en los techos, y azul, colores hermosos. Recuerdo que en altura estaba su belleza y el tren era como si hubiera conseguido lo contrario que en N.Y. que el tren se aleja de la ciudad, es un monumento más, en esta ciudad era un elemento con tal gracia integrado que no se distinguía lo que era rincón de fuentes y aguas y lo que era tren. Y esa viveza y hermosura de esa ciudad se empezó de repente a caer.
Siempre que sueño, suelo soñar como si de ver una película se tratase, la acción de ella está adentro y yo la veo desde afuera. ¡En este caso al principio sí! Cuando estaba como absorbida por la sensación de llegar a un lugar tan hermoso, aquello de estar asombrada. La vía del tren estaba en alto pero se entremetía por todos los rincones, la ciudad tenía rincones, rincones hermosos y belleza, pero de alguna manera…, envejecida. En instantes y desde el tren, ahora, sentimos la noticia como de un Apocalipsis, un terremoto azotó por momentos la ciudad, partes de ella y partes de afuera, como si no se supiera bien cuáles eran los límites de aquella ciudad reino y si aquellos terremotos afectaban a más lugares. Había confusión, mucha confusión, y yo iba en el tren. Ahora sí, sentía que iba en esa máquina a punto de desbordarse por los precipicios, porque como no se sabía bien qué y cuántas partes ni cuáles de la ciudad había afectado, era un descontrol, a cada paso el tren se caía, pero casi como fiel a sus recovecos iba y volvía a la estabilidad (y se iba) según iba pasando por los lugares más o menos afectados.
El tren estaba muy afectado, en cada momento se partía y salían disparados los trozos de gentes hacia abajo. Yo estaba con A., tenía mucho miedo y un pánico muy fuerte. Pánico que iba y venía a ratos, vi y sentí que me moría, allí en ese tren, y en medio del gran alboroto la contraposición de unos niños que se reían, miraban la televisión y sonreían, agarrados de sus madres. El espectáculo no estaba en el tren y su inminente desgracia a desbocarse abismo abajo, sino que la desgracia casi no se sentía, había como una mudez, los cuerpos caían rectos, casi no alborotados, mirando la madre televisión. Yo estaba ya cansada de aquellas cabezas cortadas, de aquellas noticias, indignada porque todo se retransmitía al ciento por ciento de realidad y verdad. Todo era de una verdad y una mudez que me hacía más daño que la misma desgracia de lo que iba sucediendo. Pasaba todo a la vez, pero eran cuerpos casi muertos que caían en medio del desconcierto.
Tenia yo mucho miedo, y no me servia agarrarme a A., me caía literalmente, pensaba que ella era segura, pero no, era como si a una madre te agarras o crees que era como una madre, segura, y aquello no era seguro se desmoronaba. Pasé también como una especie de decepción, decepción de una amiga que no lo era, como si de una madre se tratase, que traiciona y te deja caer. Aquella amiga en medio de todo se descuajaringó, o la misma tragedia la hizo caer y yo andaba decepcionada porque la sentí como un monigote extraño y lleno de temblores, que algo me reclamaba. Pero voló, se cayó al abismo y yo dejé de tener miedo. Me dispuse a ayudar al guía del tren, y me dio aquella noticia fatal, que la sentí como si de una muerte que no llega fuese, era como si te hubieran dado la peor noticia que te podían dar pero no la sientes, ya no hay temor, y la noticia era que volvíamos dando un regreso, la vía estaba cortada y regresábamos al lugar donde empezaron los terremotos, al centro del ciclón, no quedaba otra para salvarse que pasar por allí. Todo se desmoronaba y caía.
Ahora que lo recuerdo, ahora pudiera el derrumbe, los terremotos, ser múltiples y traspasar más estados, más territorios, recuerdo lo hiriente de la televisión, yo me negaba a mirar. La televisión era el padre de todo aquello, las noticias escrupulosamente claras, me dolían en las yemas, pero parecía ser yo la única persona en aquel tren que lo sentía. El mundo que salía por aquella televisión de unas escrupulosas imágenes de cabezas cortadas delante de los niños…, la gente en medio del tren que pasaba por aquella ciudad apenas miraba entre las resquebrajaduras del tren que aquella máquina estaba a punto de desmoronarse junto con la ciudad, aquella que alguna vez habían el tren y ella hecho un juego de tal belleza sin par y maravilloso. Ahora sentía pánico del pánico, mudo y tan extraño que conseguía que corriesen de acá para allá, pero ellos nunca miraban lo que iba sucediendo en el tren. La televisión dictaba la orden de informar y aquello me dejaba en gran tristeza.
El viaje de vuelta fue de días, no había de nada, ni ropa, ni cosas para el aseo, todo estaba derrumbado, y allí encontré a R. que andaba por ahí. Recuerdo lo incómodo que era vestirme y estar guapa, para marcharme todavía a ver al Arriero, sentía como si a D., el dueño del bar, le hubiera pasado una apisonadora, que aunque dolido y confuso por todo aquello seguía con su bar maltrecho, más que nada, por la muerte de su padre, me dieron como ganas de abrazarlo, de darle el pésame, pero no se lo di, parecía entender que no hacía falta. No sé cómo pude bajar del tren para ir a este lugar a tomarme un café, puede que el bar fuera el bar del tren, esto no lo recuerdo, pero recuerdo la imagen. Volvíamos al tren y moría en la vuelta, o sentía el mundo morir sin retorno. La noticia devastadora era la muerte, pero no me vi morir y desperté.
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