Un hombre honrado, un hombre honesto,
se enamoró perdidamente
de una que no le quería ni esto.
Le dijo: Tráeme mañana,
le dijo: Tráeme mañana
picado el corazón de tu madre amada.
Él a su madre se fue y mató,
sacó del pecho su corazón
y al perro de su amada se lo sirvió.
No era, no era el corazón,
no quedó contenta con aquel horror:
quería otra prueba de su ciego amor.
Le dijo: Amor, si por mí te quemas,
le dijo: Amor, si por mí te quemas,
córtate de un tajo las cuatro venas.
De un solo tajo se las cortó;
cuando la sangre negra brotó,
corriendo como loco hasta ella volvió.
Ella le dijo riendo fuerte,
ella le dijo riendo fuerte:
Tu última prueba será la muerte.
Mientras la sangre fluía lenta
e iba perdiendo ya su color,
ella, orgullosa, ríe contenta:
un hombre se mataba por su ciego amor.
Fuera soplaba muy suave el viento
y ella fue presa de aturdimiento
cuando lo mira morir contento:
morir contento y enamorado
sin que le deje ningún regalo,
ni su calor ni su dulce pena,
sólo la sangre fría de sus secas venas.
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