Paradojas del simbolismo: la lucha contra el animal salvaje, que nació como reivindicación de nuestra condición civilizada y rechazo, vía el animal externo, de la bestia que llevamos dentro, acaba siendo vista como lo que también es: una animalada que confirma lo brutos que somos. Un bucle del que solo se puede salir, me parece, no mediante la prohibición, sino mediante la desliteralización de la fiesta: liberando al animal de verdad del peso que nos habíamos acostumbrado a echarle encima (lo que no le librará, al menos de momento, de otros destinos horribles, como acabar en el matadero o hacinado en un espacio mínimo) y sustituyéndolo por cualquier otra cosa que pueda cumplir la función (aterrarnos y, sin embargo, resultar finalmente vencido). Se dirá que para contentarnos con sustitutos, mejor prescindir sin más del rito. Pero eso es no entender, respondemos, lo que es un rito. Plantéese el lector cuántos consumidores indignados piden al final de la misa el libro de reclamaciones al comprobar que, pese a la publicidad engañosa, no le han servido la tapa prometida de carne y sangre humanas.
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Una cultura que haya proscrito todas las fiestas (incluido el circo) en las que participan y sufren animales tendrá, me parece, problemas para entender todo el arte (magnífico, a veces, como el de Lorca o MIguel Hernández) que, sin tocar una mica a los animales en cuestión, se ha construido alrededor del simbolismo de estos ritos. La taurofilia de los artistas parecerá entonces un atavismo vergonzoso, como cuando leemos que Platón o Edgar Poe no veían nada extraño en que algunos de sus congéneres fueran vendidos y tratados como esclavos. Sin duda la injusticia que supondrá esa renuncia a entender y apreciar la poética de la lucha con la fiera y su sacrificio es menor en comparación con la que sufren, aún hoy, los animales. Pero a mí me da que no será buena cosa. // En otro escenario posible, si esas fiestas evolucionan hacia la eliminación del sufrimiento animal (como nuestros ancestros pasaron del sacrificio de animales a los dioses a las ofrendas vegetales o directamente simbólicas), conservando sin embargo su valor sígnico, será posible leer y entender esa tradición como algo que tuvo, y sigue teniendo, sentido, pero que ha evolucionado, haciéndose más sutil y menos literalista. Imagino que en esta posición me quedo más solo que la una. Pero siento que, ya que lo pienso, me tocaba atreverme a decirlo.
3 comentarios:
Me parece muy bien lo que señalas como desliteralización de la fiesta; ya hace mucho en que en Francia y en Portugal no se mata al toro en la corrida. Lo que no termino de ver es ese argumento de que si quitamos los ritos no comprenderemos el arte que nació en relación a ellos: los entenderemos haciendo un poco de arqueología, es verdad (como hacemos con los clásicos y el esclavismo o las mujeres), pero no creo que sea necesario el referente real para comprender algo que, en definitiva, no es meramente descriptivo.
De todos modos, quien te dice que en diez siglos no sea sumamente progresista matar toros. Hay un fragmento de La República (de Platón), no recuerdo ahora, libro V o VI, bueno, es un chiste de homosexuales que le hace a Glaucón cuando están describiendo el orden de los guardianes. Sobre ese chiste comenta a principios del siglo XX uno de los popes de los estudios platónicos (leí la nota en una edición que ahora no tengo, perdona la imprecisión) "esta es la única frase que desearíamos ver borrada de la obra platónica". Me quedó grabada porque ya a mí cuando la leí, en los 80, me parecía una exageración, y hoy mismo, se comprende con más naturalidad el chiste de Platón que el comentario del académico, que nos es mucho más cercano en el tiempo.
Salud, Abel. Es un placer leerte. Tienes mucha razón en que lo pasado de moda, trasnochado o disculpable solo en una mentalidad que se da por felizmente superada puede revelarse mañana modernísimo. El propio Platón sentía que había hecho viejo a Heráclito, por ejemplo, y hoy muchos piensan lo contrario.
Lo que yo temo es el que el rechazo a la crueldad animal en estas fiestas vaya acompañado de un rechazo hacia aquellos que, aunque sea desde el pasado, pueden llegar a verse cómo cómplices o al menos insensibles. Lo cual no es un buen punto de partida para entender lo que nos puedan decir. En cambio, cuando leemos Edipo Rey pienso que nos ayuda a entender la obra nuestra experiencia de esas fiestas aún vigentes en que un Judas o similar es arrojado ritualmente del pueblo. Lo cual no sería excusa para dejar sin peinar los componentes antisemitas, por ejemplo, de algunas de esas fiestas.
De todas formas, por más que uno crea tener claro el asunto así en general, si piensa en qué hacer con cada fiesta concreta, la certeza se vuelve mucho más difusa. Puede que a veces sea mejor dejar que una fiesta se extinga, si su dinámica le lleva a ello, o si ha generado en contra una dinámica tan poderosa que es tontería emperrarse en detenerla. Pero allí donde uno ve que se opta por cambiar lo literal por lo simbólico, tiene la sensación de que se acierta más. Quién sabe.
¿Llegaremos a ser tan simbolistas que vivamos la vida a través de imágenes, sin sentirla ni palparla?
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