Soy fan (lo complicado sería no serlo) de J. Allan Hobson, probablemente el investigador actual más sobrio y perseverante sobre los sueños. Hobson sostiene que los sueños son resultado de la activación más o menos aleatoria de determinadas zonas del cerebro y del esfuerzo de este por sacarles algún sentido a los contenidos que de ese modo emergen. Ese esfuerzo, aunque baldío en sentido estricto (porque se trata, ya digo, de contenidos sacados al azar del almacén), tiene su porqué: durante la fase REM (o MOR, si son Vds. castizos), el cerebro duerme, pero se engaña a sí mismo creyéndose despierto. Y cuando uno está despierto eso es lo que hace: intentar dotar de sentido a lo que percibe, ponerles nombre a los animales.
No solo eso, sino que ciertas zonas activadas durante la fase REM tienen que ver con los sentimientos: de ahí que, en la visión de Hobson, soñemos tontadas más o menos azarosas, pero al mismo tiempo tengamos la sensación de que nos va la vida en ello. (Tampoco es nada que no le suceda al aficionado a las películas de sobremesa, que se encuentra, como le pasaba al maestro Agustín, moqueando o hipando de emoción ante melodramas como este mientras al mismo tiempo se ríe de lo cutre del sensacionalismo y su pornografía emocional.)
La teoría de Hobson, además de dar razón de por qué los sueños son absurdos o banales pero nos resultan significativos, explica también ciertas características recurrentes del sueño, como la incapacidad manifiesta del soñador para razonar con claridad o hacer memoria (dentro del sueño) de lo que se supone que ha pasado antes de lo que está pasando. La explicación no puede ser más sencilla: durante la fase REM, estos procesos que corresponden a lo que Hobson llama la conciencia secundaria no son posibles porque las zonas del cerebro que se ocupan de ellos están apagadas o fuera de cobertura.
Como digo, la explicación está bien urdida. Pero mis sueños tienen problemas con ella. Literalmente. Esta noche me fui a dormir dándole vueltas, entre otras muchas cosas, a un artículo de Hobson. Y esto es parte de lo que he soñado:
Estoy en casa con Carlos, un amigo muy querido con el que en los últimos tiempos he tenido la suerte de convivir bastante. En un momento determinado, me doy cuenta (o él me lo señala) de que tengo una herida en la cabeza. Aparentemente, ya está cicatrizada: alguien debió de curármela. Pero es de un tamaño considerable: de hecho, aunque yo me siento normal, tengo partido el cráneo un poco por encima de la oreja derecha, y las dos mitades partidas, aunque cosidas con esmero, no acaban de encajar. Pero ¿cómo ha podido pasarme eso y que yo no me haya dado cuenta de ello hasta ahora? Lo hablo con mi amigo y llego a la conclusión de que seguramente me pasó ayer, cuando estuve fuera de casa haciendo unas compras. De hecho, recuerdo ahora lo que iba a comprar: una aguja USB (en la vigilia, Carlos y yo habiamos estado hablando de comprar algún aparato que permita volcar viejos vídeos en VHS al ordenador vía USB). Pero, aunque llegué a comprarla, no tengo esa aguja, ni recuerdo cómo la perdí. Deduzco, pues, que alguien me la robó. Yo iba con mi bolsa por la calle (es lo último que recuerdo) cuando alguien debió de darme un porrazo, robándome a la vez la aguja y la conciencia. Esta última, con tanta eficacia que al parecer no la recobré hasta que me encontré, ya curado, en casa.
Procede, pues, investigar el robo. Y eso es lo que hacemos: mis padres y yo nos desplazamos a un bar donde, según nos ha dicho la policía, se está investigando a una banda de ladrones que ha cometido numerosos robos en el barrio. Sin embargo, no es un bar de barrio: es más bien uno de esos que se encuentran al lado de las autopistas, donde además de servirte un café o una cerveza puedes comprar el periódico o un recuerdo de Cuenca. Y, en verdad, los anaqueles están llenos de objetos, se supone que robados por la banda y recuperados por la policía. Entre ellos, por desgracia, no está mi aguja USB.
En estos bares también es más o menos común que los pedidos se hagan en una caja, donde abonas lo pedido y te dan un ticket, que luego debes cambiar en la barra por el producto solicitado. En este bar sucede algo así: hay una aglomeración de sujetos estrafalarios en torno a un punto central de la barra, que debería ser, por lo dicho, la caja, pero en este caso es más bien una especie de control policial. De hecho, según me comentan, el presunto cabecilla de la banda está allí junto a algunos de sus secuaces, esperando que les interroguen —es un oriental fornido al que los suyos llaman King Crimson. Su sonrisa indica que no teme nada del proceso —o al menos eso quiere que parezca. En algún momento, decidimos irnos del pajar: no hemos recuperado la aguja, pero al menos ya tenemos claro qué ha sucedido. La salida del bar, sin embargo, tiene su complicación: hay que atravesar un pasillo que da la vuelta por fuera a todo el establecimiento. Yo me retraso un poco, y cuando quiero darme cuenta me encuentro dando vueltas por el circuito sin acertar a salir. Cuando por fin lo logro, estoy en la calle, pero no hay ni rastro de las personas que me acompañaban.
*
El sueño da para bastantes comentarios. Como (al igual que Manuel Machado), no niego que llevo prisa, señalo al menos dos motivos recurrentes del sueño: el protagonismo del recuerdo y el razonamiento (o sea, los procesos propios de la conciencia secundaria que, según Hobson, no son posibles mientras soñamos) y el hecho de que los materiales que forman la trama, lejos de estar cogidos al azar, forman una galaxia significativa ligada no solo a las experiencias de los últimos días del verano (la convivencia con mi amigo, la posible compra de un aparato USB, la convivencia también con mis padres, la parada en uno de esos bares cuando vamos o volvemos a Madrid) sino a las preocupaciones que me ocupaban (que tienen que ver con la pérdida de facultades, sobre todo de la memoria, y con el temor a las distracciones y a los robos, literales o metafóricos: las cosas que me roban el tiempo, la sensación de que no encuentro la clave para orientarme). Incluso la referencia a King Crimson tiene que ver con el hecho de que estos días han vuelto a la carga, con un repertorio que, por primera vez, hace repaso de algunos temas, ya remotos, de los 70.
El sueño, pues, es un comentario sobre la obsesión por recuperar el pasado y el sentido; pero también una refutación irónica de las tesis de Hobson sobre el sueño. Esto es no es la primera vez que me pasa: cuando leo teorías sobre el sueño, tengo sueños que juguetean con ellas, generalmente para desmentirlas, o al menos escenificarlas con cierta sorna.
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