¡Qué enorme caudal poético ha perdido la modernidad! Se inventaron las lavadoras y desaparecieron las canciones del río, y las de siega, y de romería, y de mayo, y de boda... No es añorar el pasado, pero sí saber que estuvo ahí y que fue tan digno y lleno de poesía como el que ahora creemos extraordinario e inigualable, tan ortodoxo y políticamente correcto.
Como folklorista aficionado, durante un tiempo sosegó mi angustia la idea de que todo folk, toda comunidad (desde los segadores hasta los hackers), genera un corpus de saber propio e informal, un folklore. Siempre habrá folklore, folklores —aunque no sea el que estudiaron Menéndez Pidal y compañía. Y así es. Pero eso no significa que todo folklore albergue en su interior una tradición poética de calidad, ni que ésta pueda improvisarse de la noche a la mañana. Lo que hemos (casi) perdido con la lírica tradicional moderna es toda una escuela poética, una manera artesanal de hacer sofisticada y rica en matices, que arrastraba y renovaba un corpus de textos increíble. Pase lo que pase, no nos podemos resignar a perder algo así.
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¡Qué enorme caudal poético ha perdido la modernidad! Se inventaron las lavadoras y desaparecieron las canciones del río, y las de siega, y de romería, y de mayo, y de boda... No es añorar el pasado, pero sí saber que estuvo ahí y que fue tan digno y lleno de poesía como el que ahora creemos extraordinario e inigualable, tan ortodoxo y políticamente correcto.
Como folklorista aficionado, durante un tiempo sosegó mi angustia la idea de que todo folk, toda comunidad (desde los segadores hasta los hackers), genera un corpus de saber propio e informal, un folklore. Siempre habrá folklore, folklores —aunque no sea el que estudiaron Menéndez Pidal y compañía. Y así es. Pero eso no significa que todo folklore albergue en su interior una tradición poética de calidad, ni que ésta pueda improvisarse de la noche a la mañana. Lo que hemos (casi) perdido con la lírica tradicional moderna es toda una escuela poética, una manera artesanal de hacer sofisticada y rica en matices, que arrastraba y renovaba un corpus de textos increíble. Pase lo que pase, no nos podemos resignar a perder algo así.
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