jueves, 28 de septiembre de 2006

La dama y el segador


El romance del segador y la bastarda continúa, por otros medios, el planteamiento de La dama y el pastor. En esta ocasión, el hombre humilde cede a las pretensiones de la dama de alcurnia —y paga por ello un precio.

La protagonista del romance cambia de nombre y posición según las versiones: es unas veces hija (bastarda) del emperador de Roma o del presidente de Europa (sic); alguna vez, emperadora ella misma; otras (sobre todo en Andalucía) una dama anónima. La trama, intemporal, resiste sin problemas el traqueteo que lleva la historia desde el viejo Imperio hasta cualquier pueblo hodierno de nuestra geografía. Ni siquiera es preciso elegir: se puede, sin demasiado problema, comenzar la historia en Roma y terminarla en tierra de Gredos.

Como si le hubiéramos dado la vuelta al cuento de Cenicienta (con un buen plus de lubricidad añadida), doña Juana es una mujer de alta cuna (emperatriz o señora) que se prenda de un hombre común. A sus ojos, los duques que la pretenden quedan malparados frente a la virilidad elemental y silvestre de un jornalero.

El simbolismo erótico de las faenas agrícolas es cosa tan vieja que a veces la evolución del idioma la escurece (recordemos que semen es en latín "semilla"). En las diversas versiones del romance, los cantores han ido ensayando todas las variantes, pasando sin vacilación del equívoco sutil a la revelación procaz. La descripción de la senara (tierra sembrada: ¡del latín seminaria!) que la dama ofrece a la hoz del segador es la prueba del nueve del nivel de obscenidad del texto. Las hay que optan por el camino recto (está en un vallico oscuro / debajo de mis enaguas; cf. la variante leonesa que la tengo entre las piernas, / tapadita con las bragas), mientras que otras versiones mantienen la sexualidad en el terreno de la sugerencia (la tengo entre dos columnas / que me atraviesan el alma, leemos en una versión andaluza; la tengo en un valle oscuro / a las corrientes del agua, dice una versión leonesa).

El encuentro amoroso termina en muchas versiones con la muerte del Segador, al que la fogosa amante, un tanto vampírica, ha exprimido hasta el tuétano (que no ha muerto de su muerte, / que la señora lo mata; No ha muerto de calentura, / que ha muerto de hartada) o ha contaminado con alguna peste venérea (No murió de mal de amores / ni tampoco de costado, / que murió de purgaciones / que la Juana le había dado). En algunas versiones, el hombre aprovecha la llegada del alba para abandonar a doña Juana, dispuesta a continuar la gimnasia hasta bien entrado el día. Como una última muestra de la potencia del segador, la emperatriz (convertida ahora por la varita metafórica en potrilla) queda encinta y da a luz nueve meses después. Otras versiones optan por un desplante ingenioso, que mantiene el gusto por los equívocos: —Oiga usted, buen segador / vuelva por aquí mañana / —Sí, señora, volveré, / pero serán las espaldas.

El romance, del que no se conserva ninguna versión anterior al siglo XX, puede sin embargo ser antiguo, pues está atestiguado entre los judíos sefardíes, cuyo repertorio de romances se remonta generalmente al siglo XV o inicios del XVI. Es común en toda España, a menudo entonado por los segadores para endulzar su trabajo. Entre los sefardíes orientales se ha utilizado también como cantar de boda.

La versión que sigue pertenece a la Magna antología del folklore español de García Matos. Está incompleta, pero la melodía y su ejecución son asombrosas. Bon appetit.

Y el emperador de Roma
tiene una hija bastarda;
la quiere meter a monja
y ella quiere ser casada.
La encerró en un convento
pa tenerla reservada.
Con los calores que hacía
se asomaba a la ventana
y ha visto tres segadores
segando trigo y cebada.
De los tres, el más pequeño
de todos deferenciaba.
Gastaba manija de oro
y lah hoces, plateadah.


4 comentarios:

Joselu dijo...

Sabrosos romances de emperatrices rijosas y humildes galanes. Asombra en la poesía tradicional el papel protagonista de la mujer en el deseo sexual aunque sea considerada como malévola y vampírica. El petrarquismo con toda su maravilla redujo a la mujer a un papel pasivo e indolente. Bien por la poesía popular.

Al59 dijo...

Hombre, siquiera por habernos dado a Garcilaso, bien también por el petrarquismo, con sus mujeres inasequibles que vuelven la muerte dulce.

Sandra dijo...

Buen artículo, enhorabuena. Yo sólo conozco la versión que hace el grupo de música folklórica Nuevo Mester de Juglaría en el cual se suprime en componente retrógdo y machista quecomentas al final del artículo; termina de esta forma:
-De senara vamos bien/ llevamos diez manos dadas/ y Doña Juana le dice: / yo con veinte no me bastan.
-Me voy que ya viene el día/ me voy que ya viene el alba/ y dirán mis compañeros/ aqúel hombre cuánto tarda.
Y a eso de los nueve meses/ la potrilla relinchaba/ y aquí se acaba la historia/ del segador y Doña Juana.

Anónimo dijo...

Hola,

Muy buen artículo! De verdad que me ha sorprendido! El abuelo de un amigo mío, que es de la Terra Alta (comarca catalana lindante con Aragón) canta una versión muy corrompida de este romance. La versión que él canta tiene muchas repeticiones y un estribillo (Ding, ding dale dale ding dong!) muy curioso. Además, en su versión doña Juana es sencillamente "la Juana", y el sembrado lo tiene, como en la versión leonesa: "que lo tengo entre las piernas/tapadito con las bragas".

Bravo por la canción popular tradicional!