martes, 5 de septiembre de 2006
Los abuelos (I): Nick Mason
Pues sí. Nuestros padres son ya abuelos (o podrían serlo), y el tópico los querría desprestigiados y preteridos en esta sociedad peterpanesca y blablablá. La verdad es que, aquí y ahora, se puede tener sesenta años largos y seguir en el candelabro, seduciendo pupilas y neuronas. La vejez ya no es sólo privilegio de bluesmen. Leonard Cohen, Bob Dylan o los Stones se mantienen lúcidos y, si procede, saltarines.
Nick Mason, de Pink Floyd, nació en el 44. Inside Out: A Personal History of Pink Floyd es su debut como escritor, y vive Dios que no ha desaprovechado la oportunidad. Del libro, además de ilustrado (y a veces decepcionado: ya veremos en qué) se sale con la impresión de haber conocido a un conversador de primera, un millonario tranquilamente desesperado, irónico y sensible.
Aunque el cuidado diseño (del equipo Hipgnosis, en la mejor tradición de la casa) y la abundancia de fotos bien escogidas le dan un aire glamuroso, de producto de lujo, la historia que nos cuenta Mason es más desmitificadora que otra cosa. Con elegancia, se reserva los juicios más severos para sí mismo (un batería mediocre y, a veces, perezoso), pero el grupo en su conjunto no sale muy bien librado: aunque medraron al calor de la psicodelia, sólo Barrett participó, con más corazón que cabeza, en aquella peculiar cruzada contra las mentes cuadradas (y así le fue). Los demás, obsesionados por hacer caja, perfeccionaron (con la preciosa ayuda de Hipgnosis y de varios artistas plásticos de talento) un entramado de falso underground tan convincente como huero, golosina lúcida y premeditada para que otros ensoñaran (y se alienasen). Reveladoramente, el tema terminal de Pink Floyd es la pestilencia del grupo mismo, el montaje de sangre y lentejuelas de The Wall, que juega a autodestruir su propio glamour mientras planea cuidadosamente el merchandising y los efectos especiales. Del vinagre a la sacarina: cuando el egotrip de Waters parecía de una avilantez insuperable, Gilmour y Mason emporcan aún más la etiqueta, manteniendo vivo el nombre del grupo (y poco más) en una serie de discos prescindibles e insulsos.
A pesar de lo dicho, da la impresión de que Mason se pasa de duro. Aunque él lo diga, es casi imposible creer que maravillas como Echoes o Shine on you crazy diamond sean obra de una banda aburrida que da bandazos y recicla hallazgos ajenos. Más aún: si realmente fue así, la genialidad del producto se convierte en un enigma sobre el que Mason nada sabe aclararnos. Hay que suponer (como diría el parlero Fripp) que algún hada buena o reparador de sueños supo hacer oro de las cenizas.
De las muchas anécdotas del texto, mi preferida es la carambola que lleva a Mason a convertirse en productor de The Damned, grupo punk. El cambio de hábitos se resume en una frase: el disco entero se grabó y mezcló en el tiempo que Pink Floyd tarda en probar los micros.
Hay, por lo demás, muchas curiosidades que quedan resueltas. El sonido lamentable de Animals responde a una aventura de autoproducción que muy bien pudo evitarse. The Dark Side of the Moon fue, a ojos del grupo, su obra magna, hasta tal punto que después se sintieron vacíos y coquetearon con la idea de un disco de música concreta felizmente archivado. Atom Heart Mother fue otra huida (ésta, consumada) hacia la vanguardia, en un momento en que el grupo se temía (con buena visión de futuro) que la discográfica intentara exprimirles con un disco de muzak, en plan The London Symphony Orchestra plays Pink Floyd.
All in all, por menos de 20 euros el libro es una bicoca, y el viaje nostálgico por tantos discos queridos nunca es infructuoso. Es cierto que cuesta encontrar una canción de Pink Floyd que me apetezca volver a escuchar —pero la encuentro: Pillow of Winds. Lo mejor de Gilmour (y de todos) cabe en esa miniatura deliciosa. Róbenla (o cómprenla) y me cuentan.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
Joder, joder, joder. Mil millones de gracias.
manteniendo vivo el nombre del grupo (y poco más) en una serie de discos prescindibles e insulsos.
***
¿Eso lo dice él? Arrea. Pero incluso en esos discos hay cosas buenas.
es casi imposible creer que maravillas como Echoes o Shine on you crazy diamond sean obra de una banda aburrida que da bandazos y recicla hallazgos ajenos.
***
Casi no. Imposible. A secas.
Imposible a secas, sí señor. El balance de los discos post-Waters lo hago yo, menospreciando quizá algún hallazgo. Manson, desde luego, los describe sin mayor entusiasmo, siempre desde la perspectiva de "hay que hacer un nuevo disco y a ver cómo salimos de ésta". Pero es lo mismo que dice de Meddle o WYWH...
También tiene razón en lo del sonido de The animals, aunque a mí el resultado final me parece muy evocador.
Por cierto, el libro ya está en el saco. Espero recibirlo la semana que viene. Gracias de nuevo.
Recuerdo una tarde lejana de verano cuando yo tenía dieciocho años. Hacía calor como correspondía. Fue entonces cuando fumé mi primer porro con mis amigos, ritualmente, y fue escuchando The dark side of de Moon. No sabíamos el efecto que hacía ni debía ser muy bueno pero evoco nostálgicamente aquella tarde en que nos reunimos una quincena de jóvenes con su telón de fondo que nos parecía, al margen de su análisis musical o intelectual, insuperable. Fue el emblema de una generación. Yo nací al mundo con Pink Floyd.
Al, escribí cosa rara en mi blog, como si la mano no fuese mía. Diga algo por favor.
Publicar un comentario