El elemento metálico estaba, desde el principio, en el género, encriptado en la tensión de las cuerdas de acero, pero se hizo notorio cuando la armónica sustituyó a la flauta de Pan (pero ésa es otra historia, y habrá que contarla en otra parte; mañana, por ejemplo) y el bajo ferroviario empezó a propulsar el género hacia una apoteosis de músculo y grasa pantanosa, con irisaciones de slide y salpicaduras de varia especie. El pulso del cimbel erecto es también el de la máquina que avanza, reacuñando monedas y taladrando la palma de la mano.
Ese blues macho y urbano, en plan Mannish Boy, es el más previsible y zopenco, pero sin él no se entiende ni aprecia lo demás. Incluso la armonía simple de los doce compases (tónica, subdominante, tónica, dominante, subdominante, tónica), todo un trayecto si bien se mira, se simplifica en un único viaje a ninguna parte (mi sol la mi).
Llegado a ese punto, o uno se aburre mortalmente o entra en trance. On the road again (1968), de Canned Heat, invita decididamente a lo segundo. Ya he expresado mis reservas sobre las bodas de Lucille y Albert Hoffmann, pero si alguna vez el romance tuvo sentido, es en esta andanada lisérgico-cazurra, que comienza con una fiesta de armónicos-reflejos sobre un fondo hipnótico de vibración hindú. La voz de Alan Wilson seguramente tendrá precedentes, pero a mí me resulta siempre un desvío agradecísimo del canon machorro. La letra es tan sencilla e inequívoca que le cabe todo. Mi mamá me abandonó en la calle, y éste es mi primer viaje por la lluvia y la nieve. Uno se cansa de llorar, pero es lo que hay. Ten piedad, Señor, de mi hijo malvado —es hora de que el nene se las apañe como pueda.
2 comentarios:
Simplemente quiero decir, que me ha gustado mucho este vídeo. Esta canción.
Gracias.
A ti, Drix.
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