(Santiago Parres, Ex Machina V)
Leyendo lo que va cayendo sobre la muerte de Miguel Ángel Velasco, encuentro una evocación desdeñosa del momento neosurrealista de la poesía española, la época de Blanca Andreu, cuando amainaban los novísimos y no rodaba aún el pelotón de la experiencia. Acepto que Velasco llegara a ser el gran poeta que es con su segunda manera, a partir de El sermón del fresno; pero no puedo dejar de sentir cierta añoranza de ese momento no vivido en que hubieran encartado, quizá, poemas como éste y otros que escribí muy a destiempo, ya en los 90 —aquellos decapentes que tanto le gustaban a mi querido Santiago Parres.
Venta de fresas
Te pones a pensar en la baraja congelada,
las bragas de tu prima, su mirada soberana,
entrar al corazón redondo y sucio de tu hermana
para mirar sus fotos asesinando cachorros,
bolígrafos mohosos, tarros de galletas verdes,
deja que entre una vez hasta la sala de los muertos
a recoger el libro que perdí en aquella barca
que dejamos partir en la marea, mahonesa
cortada entre los labios de la tarde abandonada.
Te pones a pensar en la baraja congelada,
las bragas de tu prima, su mirada soberana,
entrar al corazón redondo y sucio de tu hermana
para mirar sus fotos asesinando cachorros,
bolígrafos mohosos, tarros de galletas verdes,
deja que entre una vez hasta la sala de los muertos
a recoger el libro que perdí en aquella barca
que dejamos partir en la marea, mahonesa
cortada entre los labios de la tarde abandonada.
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