jueves, 10 de noviembre de 2011

Adiós, Tomás Segovia


Otro que se nos va, esta vez, supongo, del mal de la próspera, como él lo llamaba. Sólo vi un par de veces al poeta, que resultaba fácilmente accesible: se sentaba a trabajar en el Café Comercial de Madrid armado de bolígrafo y paciencia y no se enfadaba demasiado si uno acudía a interrumpir su tarea con dudas sobre métrica u otras materias sacras. Supimos así que era también músico, aficionado pero competente (flautista mozartiano, si no mal recuerdo), y que de su paso por Breton y otros suprarracionales había salido vacunado contra la asociación de la poesía con la magia ('cuando oigo las dos palabras juntas', nos decía, 'recuerdo a aquel jerarca nazi que al oír la palabra Cultura le quitaba el seguro a su pistola'). Tan libre era el curso de la conversación que recuerdo también su opinión sobre el terrorismo de Estado ('esas cosas se hacen, en un momento dado, si no se queda otra opción; pero resulta totalmente aberrante darles una cobertura legal'). Discutimos también sobre las vocales breves y largas, pero confieso que ya he olvidado su solución al problema (cómo puede producirse dos veces lo mismo, sin pausa gramatical que valga, y percibirse como dos y no como uno) —recuerdo, apenas, que la solución del maestro Agustín, que le aportamos por si acaso (considerar esas vocales bímoras, estableciendo por tanto un límite y una pausa entre lo uno y lo mismo), no le convencía.

Como Sánchez Ferlosio o el tite Antonio, Tomás Segovia era un hervidero continuo de ideas, que brotaban sin esfuerzo, pero delataban muchas horas de cábalas y cavilaciones. También como ellos, sospecho que deja muchas de ellas por concretar —pero con las que contiene su obra publicada hay para celebrar y ahondar durante mucho tiempo. Si no harto consuelo, alguno, al menos, nos deja tan feliz memoria.

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Un homenaje (y su legendario soneto de rima en -oño) en el blog de la Biblioteca.

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