lunes, 12 de diciembre de 2005

Rojo sangre



(imagen: gentileza de J. J. Dias Marques)


El Romancero le gustaba hasta a Borges. Esa parte realmente lindísima de nuestra tradición está, además, llena de recovecos. Por ejemplo, yo nunca hubiera pensado que el Santo Grial, esa madre de todos los McGuffin, encontrara su camino hasta Ciguñuela (Valladolid). Sin embargo, así fue, y la Revista de folklore del padre Díaz lo atestigua. Los romances de tema religioso son pocos y los más, como éste, reelaboran materia profana. Como quiera que sea, los versos finales son dignos de Excalibur.


La Virgen se está peinando
debajo de una alameda.
Pasa por allí José,
la dice de esta manera:
—¿Cómo no canta la Virgen,
cómo no canta la bella?
—¿Cómo quieres que yo cante
si estoy en tierras ajenas?
Tengo un hijo más blanco,
más blanco que la azucena.
Le están ya crucificando
en una cruz de madera.
Vivo le clavan los pies,
vivo le clavan las manos.
La sangre que de él caía
caía en un sagrario,
el hombre que la bebiese
será bienaventurado,
será rey en este mundo
y en el otro coronado.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Te envío una versión curiosa de este romance con sorprendente final.


1.¿Cómo no cantáis, la bella?, a lo divino (é-a) 0098.1:01-02

IGRH: 0098.1:01
Versión de Martilandrán (Cj. Nuñomoral), de Juan Miguel Domínguez Domínguez, de 72 años.
Recogida el 3 de abril de 1997. Música registrada.


La Virgen se está peinando debajo de la alamea
con una peina de plata, la cinta de fina seda.
Allí llega San José, le dice de esta manera:
–¿Cómo no cantas, la blanca, cómo no cantas, la bella?
–¿Cómo quieres que yo cante si estoy cargada de penas?
Un hijito que tenía, más blanco que una azucena,
me lo están crucificando en una cruz de madera.–
Saleremos al Calvario, veremos las escaleras.
Y sube el señor alcalde con toda la pulicía,
con sus padres y sus madres y la novia que tenía.


Enhorabuena por esta nueva aventura de tu blog. Lo visitaré con frecuencia.

Antonio Lorenzo

Al59 dijo...

Gracias, Antonio. Si es que somos unos benditos cafres (o viceversa). Testigo la copla aquella:

Nochebuena, Nochebuena,
buena me la dio mi padre,
que empezó con el más chico
y acabó con el más grande.


El final del romance, digno de los Monty Python (o de Chiquito de la Calzada).

Anónimo dijo...

Me gusta su blog, sí, sí...

Anónimo dijo...

Al, viejo conocido de poesía.com, ¿se acuerda de Maldoror? Pasaba por aquí, viniendo de lo de Arcadi, y me encuentro con este romance religioso en el que veo enquistados, si la memoria no me falla, versos de otro romance, también religioso, que de chico le oía recitar a mi padre. Creo que se titulaba «La confesión de la Virgen», y trataba de eso: una confesión de la madre de Jesús con San Juan Bautista, hasta que finalmente el precursor se da cuenta de quién es y le pide que se levante:

¡Levanta, blanca paloma,
levanta, que no soy digno
de tener arrodillada
a la misma madre de Cristo!


Ella se va hacia el Calvario donde va a morir su hijo, etc.

Hermosa sierva divina...

Así comenzaba y era bastante largo. Recuerdos versos sueltos. No sé si le suena. Intentaré conseguir una versión lo más completa posible y, si le parece bien, se la remito, a esta o a otra de esas excelentes páginas por las que a veces me topo con su fecunda huella cibernáutica.

Al59 dijo...

¡Bienhallado, Maldoror! Ya me preguntaba qué pez nos habría tragado a todos los soneteros de entonces. Espero con interés esa confesión, a la que no le falta, sin duda, materia. Un gran abrazo.