miércoles, 1 de febrero de 2006

La divina autoestopista



Confirmado. En las islas Hawai hay una diosa, Pele, que se disfraza a veces de autoestopista. Se trata de una diosa del fuego, asociada a los volcanes de las islas. Su aparición anuncia siempre que el volcán está a punto de dar una sorpresa.

En 1926, Eliza D. Maguire incluyó esta historia en «Madam Pele’s Last Legend», un artículo publicado en la revista Paradise of the Pacific 39, pp. 89-92:

A finales del año 1925, algunas personas de los distritos de Kau y Kona sur tuvieron una visión. Una anciana, encorvada y débil, caminaba por el arcén de la carretera cerca de Kei, Kona sur, cuando un automóvil pasó a su lado sin saludarla. Pasó un segundo automóvil y tampoco le prestó atención alguna. Pasó un tercero: un Ford nuevo conducido por un joven japonés, y destinado a una familia de la que se decía que eran descendientes de la diosa Pele. Se detuvo y la saludó diciendo: ¡Aloha! Luego le preguntó: ¿Adónde va usted? Ella respondió citando un lugar próximo a aquél al que el muchacho llevaba su Ford nuevo. Él le dijo: Suba y la llevaré. En el camino, vieron a los dos coches que habían pasado junto a la anciana ignorándola bloqueados en el arcén con algún problema. La anciana sonrió cuando los alcanzaron. Cuando ya estaban cerca de su destino, el conductor se dirigió a la anciana diciéndole Mi viaje ya se termina, pero si va usted más lejos, la llevaré. Al no recibir respuesta, se dio la vuelta y encontró el asiento vacío. La vieja había desaparecido. Cuando el conductor japonés le contó la historia a un hawaiano, éste le aseguró que la anciana no podía ser otra que Pele, la Diosa del Volcán. (cit. aquí).

Hay muchas historias similares, en las que Pele castiga a los conductores egoístas que no se paran a recogerla, mientras que confraterniza alegremente con los que sí lo hacen, pidiéndoles (como buena diosa del fuego) cigarrillos de marca y cerillas y tomando a veces un buen trago de ginebra sin hielo. Cuando no hay cerillas, enciende el cigarrillo con un chasqueo de sus dedos. Si tiene mucha prisa, aunque el coche pase sin recogerla, aparece de repente en el asiento de atrás, dando un susto de muerte al conductor.

La leyenda de Pele conectan con otras en las que Cristo o la Virgen se aparecen de incógnito a los mortales para probar su bondad (una sana costumbre que también tenían Júpiter y su heraldo Mercurio). Como vemos, el comportamiento del mal conductor, que se niega a auxiliar al necesitado, nunca queda sin castigo. A veces parecería que la Autoestopista trabaja para la mismísima Dirección General de Tráfico, como en esta historia recogida en el instituto Enrique Tierno Galván, de Leganés (Madrid), en el 2001 por Natalia Alcañiz Velasco (que, por lo demás, es una de las versiones más originales de la leyenda):

Una noche en Rosario (Argentina), enfrente del cementerio «El Salvador», un chófer de [la] línea 114 iba conduciendo medio dormido; de pronto ve, impotente, cómo una chica se le cruza velozmente frente al coche, y éste la arrolla. El chófer, asustado por lo sucedido y lo tétrico del lugar, decide retroceder, esquivar el cadáver de la chica y escapar. Luego de unos minutos de ir a toda velocidad y no detenerse en sus paradas normales, completamente histérico, ve por el espejo retrovisor que la chica que había arrollado está sentada en el último asiento, mirándolo fijo y llorando. (José Manuel Pedrosa, La ciudad oral. Literatura tradicional urbana del sur de Madrid. Teoría, métodos, textos, Madrid: Comunidad de Madrid, 2002, p. 146).

El mensaje principal (precaución, amigo conductor) aparece de forma recurrente en muchas leyendas, que poco a poco se alejan del tipo de la Autoestopista. En el mismo libro de Pedrosa, La ciudad oral, se recoge esta otra, magnífica también:

Las gemelas

Una mujer, después de tres abortos, tuvo gemelas. Siempre iba con ellas al colegio, pero una vez no pudo acompañarlas y les dijo:
—Daos la mano y cruzad la carretera juntas. Pase lo que pase, no os soltéis.

Con tan mala suerte que un coche las atropelló. Después de esto, la mujer volvió a quedarse embarazada, y quiso el destino que volviera a tener gemelas. Nunca las dejaba solas y, un día, cruzando la carretera las niñas dijeron a su madre:

—Cuidado, mamá, que allí fue donde nos atropellaron.
(recogido por Noelia Areces, del instituto Arquitecto Peridis, Leganés; Pedrosa, op.cit., p. 147).

3 comentarios:

Joselu dijo...

El relato de las gemelas me ha impresionado. La reencarnación como fondo, el trasvase del espíritu a otros cuerpos. Ha sido un interesante acopio de las llamadas leyendas urbanas sobre el accidente o el autoestopista en la carretera sobre el que todos hemos oído en alguna ocasión. ¿Es un arquetipo universal o es una simple leyenda ocurrente?

Anónimo dijo...

Jospa, se me han erizado los pelillos de los brazos. Brrr...

Enhorabuena por el blog; muy interesante, intrigante y con una selección gráfica bien atractiva. Tenía buen recuerdo de sus textos, de cuando me metía en el nickjournal arcadiano, y ésta ha sido una grata sorpresa.

Un saludo!

Al59 dijo...

A mí también me ha impresionado mucho ese relato, tan sencillo y económico como turbador. No os separéis, les dice la madre. Y vuelven a nacer juntas...

La historia de la autoestopista tiene algo de ambas cosas: su almendra es una historia de aparecidos, una ocurrencia que puede surgir por poligénesis en muchos lugares del mundo. Pero cada versión que leemos u oímos tiene detrás años de cuento y recuento de la historia, de difusión y replanteamiento. Incluso tradiciones que en principio pudieron ser autónomas se han cruzado e influido mutuamente. (Creo que es el caso de esa diosa Pele, que puede haber sido aficionada desde hace siglos a aparecerse de incógnito, pero ahora que se ha enterado de que hay Autoestopistas Fantasmas por esos mundos ha asumido, parece que de buen grado, su fisonomía.)