lunes, 12 de febrero de 2007

Canción para tiempos enloquecidos


Juegos de interior: una fiesta memorable en la isla, con música y disfraces. Kevin Ayers puede ser el anfitrión, pero hace tiempo que no sabe dónde irá a parar esto, así que se sienta en buena compañía y disfruta. Si habéis estado allí, sabéis que uno puede llegar a ese punto en que se sienta en una escalera y observa cómo gira el mundo, la vida, como un niño despierto que ve jugar a otros niños, sonámbulos. Los defectos personales son abrumadoramente visibles, pero mientras uno siga inmóvil parece que todo esté a la distancia justa en que hasta la traición tiene su gracia. Componer la canción es eternizar ese rellano desde el que uno tararea lo que ve en elegante punto muerto. Se sabe que hay un fin, pero todo fluye más bien en un fundido, sin pelos en la estructura, que es sólo una sucesión de maravillosas ocurrencias. Arregladas así, las canciones están llenas de recovecos cómplices, digos y diegos, pulsos que se aceleran y remansan, llegando a tiempo en el último milagro. La psicodelia era eso: el alma en casa, en ropa interior, oscilando entre el cielo de la música y el pozo ciego del retrete. Nos han invadido. Mezclémonos con agua y tal vez nadie lo note.

La gente dice
que quiere ser libre,
le miran
y me miran
pero es a ellos mismos
a quien desean ver
y todos lo saben.

Hablamos
durante toda la noche
y conectamos,
estamos convencidos
de que le oímos cantar su canción,
contándonos que queda
trabajo por hacer
y todos entonamos
el estribillo de I am the Walrus.

Disneylandia ha llegado a la ciudad,
todos se han vestido y andan por ahí,
Alicia lleva puesta su túnica más sexy,
pero no quiere que la mires.

La gente guapa hace cola para ahogarse,
esperan que el socorrista se ponga su corona,
pero él está ocupado
en la otra punta de la ciudad,
intentando charlar con el espejo.

El científico habla y sabe lo que dice,
se sienta en el suelo y tiene hermosos sueños,
de repente le da un bajón
una mujer que chilla,
pero él sabe bien que no es más que un disco,
no señor.

Su nueva chica deja
de alimentar las hormigas
y le echa un ojo a sus calzoncillos infecciosos,
aún sabe cómo hacerle bailar
y olvidarse (qué camelo)
de eso de emanciparse.

Y tú y yo
nos sentamos y tarareamos,
sabemos que algo tiene que venir
a mover nuestro culo infinito,
seguramente hay uno en el baño
o incluso en el vestíbulo.
No tengo más idea
que tú,
lo cierto es que no tengo la más mínima.



2 comentarios:

JL dijo...

Qué rara avis mr. kevin ayers, como llegada de otro siglo su elegancia.
La gripe no me deja abundar...
salud!

Al59 dijo...

Lo de Ayers es punto y aparte, to quote a phrase. A cuidarse, buen Norje. ¡Salud y armonía!