Hay libros secretos. Uno no encuentra a nadie que los haya leído, y sospecha que hasta el autor debe tenerlos olvidados.
La página amenazada, de Eloy García Tizón, es uno de estos libros. El autor tenía veinte años cuando lo publicó en 1984, en la editorial madrileña Arnao, y yo catorce cuando, recién salido de la imprenta, me lo regalaron sus editoras, a las que alguien nos había enviado a un amigo y a mí en calidad de (nada prodigiosos y ya ni niños) niños prodigio.
Por entonces yo andaba leyendo las Iluminaciones de Rimbaud, y en las páginas de aquel libro encontré algo en cierto modo similar: poemas en prosa (sin engaño tipográfico) que fluían con una claridad enfermiza, adolescente todavía, aunque con manchas ya de alta literatura.
García Tizón tardó ocho años en volver a publicar. Cuando regresó, se había quitado el García y oficiaba ya de narrador, seguramente interesante.
Siempre se tiene miedo al releer cosas que a uno le han gustado con locura cuando era otro. Miedo inútil. Allá va.
ALGUIEN DIJO:
—Todo va llenándose de tiempo. Las mesas están cubiertas de octubre, las estanterías se desploman, abres la tetera y sale un grito. El clima de la casa va tomando cuerpo y se adensa. Ahora puede ser una pagoda sumergida, una realidad submarina con ventanas de música y barómetros ocultos. - Ahora es un profundo violín que no respira: el cadáver sin aliento de la casa, la anatomía de un sueño, quién sabe. Sería posible escuchar, a pesar de todo, una congregación de ecos en el fondo mismo de la cocina, un arpegio femenino, un triángulo de voces en el pentagrama quieto del aire, o el sonido que hace la lluvia cuando pasa cruzando los extintores.
Presiento que estamos condenados a algo, ¿pero a qué? Cerrando los ojos, este cuarto parece girar sobre un eje invisible, como el interior de un fruto golpeado por estirpes de solitarios. Los años nos ponen de perfil contra el destino, la neurastenia se adueña de los teléfonos y nos deja sin antepasados. Duermo rodeado de maletas, duermo solo, me despierto cubierto de ramajes y sé que es mentira. Tenemos sólo un instante, pero ese instante es sagrado. Nos queda la fascinación por la belleza que muere, un último gesto patético y hermoso, el fulgor enfermizo. La decadencia.
3 comentarios:
Al: también estoy leyendo poesía en prosa, francesa. Vea.
(Volveremos).
René Char
'ARTINA' (Al Silencio de aquella que permite soñar)
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Ofrecer un vaso de agua al paso de un caballero que se lanza a rienda suelta en un hipódromo invadido por la multitud supone, de una y otra parte, una falta absoluta de habilidad; Artina traía a los espíritus que visitaba esa aridez monumental...
Artina cruzó sin dificultad el nombre de una ciudad. Es el silencio que hace surgir el sueño...
Artina conservaba a despecho de los animales y de los ciclones una inagotable frescura.
Al andar adquiría una transparencia absoluta...
El libro abierto sobre las rodillas de Artina sólo era legible en los días lóbregos...
El poeta ha asesinado a su modelo.
Sr. Verle: hablando de poesía francesa. Quizá quiera ayudarme. Ando en busca de una traducción en verso de los versos de Rimbaud. Hoy he estado en la Casa del Libro, pero ha sido inútil. O nadie lo ha intentado, o les ha parecido imposible. Hay algún intento de conservar al menos el metro, pero aun ése, inconsistente. Si lo han logrado con Baudelaire, Verlaine y Mallarmé, no veo yo razón para no salir indemne de las Vocales y El barco ebrio. Y sin embargo...
Alejandro, gracias por descubrirme este otro libro de Tizón, lo conseguiré enseguida. Yo también te recomiendo el libro de "Dos minutos: microrrelatos" que acabo de leer: te encantará. Saludos.
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