Todos los días me subo a un globo, vía Google, y recorro el ancho mundo a ver si alguien se ha decidido a reseñar por fin
Unos y otras. Encuentros con ¿Agustín García Calvo?, el libro que acaba de editar Triacastela y que
se presentó hace una semana en la fundación Juan March.
Como parece que nadie se anima, me lanzo yo mismo a dar mal ejemplo, en la esperanza de que no faltará quien lo agrave.
Antes que nada, conviene aclarar que sí,
juegos terminológicos aparte, se trata de un homenaje póstumo, eso que el maestro tanto odiaba y cuya sola posibilidad le hizo sufrir y maldecir en vida. Cuenta, por tanto, con la hostilidad razonada de cuantos sienten que la manera de mostrar cierta gratitud al difunto es no darle por tal y seguir enredándonos en las múltiples razones y juegos que nos dejó, en vez de fijar la vista en lo que él mismo consideró un excipiente desdeñable: su persona.
Al final de la presentación [minutos 22:38 y siguientes] antes citada, Luis Caramés expone este punto de vista con elegancia, recia pero un tanto escéptica: en contradicción quizá con la indignación que encarna, parece cumplir buenamente un deber, más que seguir un impulso.
El libro se ha montado con prisas, quizá demasiadas, y se nota. Su ambición es que gentes diversas aporten 'su Agustín': una suerte de álbum de fotos que nos muestra al personaje aquí y allá, tan pronto dando lo mejor de sí (por ejemplo, cuando se queda con Savater como único alumno de sus clases de Desengaño y prosigue como si nada, con la misma convicción y entrega que si la salud de la Polis toda dependiera de ello) como haciendo con contumacia de sí mismo (cuando le invitan a un congreso erudito sobre Heráclito y decepciona al público especializado haciendo un discurso genérico contra la Realidad y sus males, sin contenido filológico alguno).
Como es de suponer, la lectura del Agustín de cada cual informa sobre todo sobre los gustos, logros y defectos personales del ponente. Hay un par de contribuciones magníficas que confirman el aprecio que uno ya tenía por las dotes del autor: Félix de Azúa juega maravillosamente con las expectativas del lector y Jesús Ferrero, que nos convierte en Jesús Ferrero durante su narración de los hechos, hace que nos quedemos con ganas de vivir más (sobre Agustín o no) desde sus ojos. Otros tiran de lo que ya escribieron: Savater, siempre simpático y zumbón, revisita sin mucho reparo el capítulo pertinente de su
Mira por dónde y
la necrológica que escribió en noviembre. El mucho oficio no disimula el hecho de que en su caso, más que en ningún otro, se trata de cumplir con un deber inexcusable pero engorroso: si Agustín fue esencial en su 'biografía intelectual', parece evidente que su figura acabó resultándole incómoda, y que su discurso en otras voces le resulta soporífero e insufrible. Leyendo la introducción que hace en 1996 a algunos de sus libros antiguos, reeditados en el volumen
La voluntad disculpada, se percibe en el Savater maduro una suerte de envidia hacia el juvenil que se resuelve en ojeriza:
El lector es muy libre de simpatizar más con mis fórmulas pasadas que con las actuales. En cierto sentido, yo diría que es casi inevitable que lo disparatado resulte más simpático que lo verosímil: después de todo, la mayoría de nuestros errores provienen de querer creer lo que nos agrada o lo que nos edifica —por lo cual también pueden resultar más gratos o edificantes para otros— mientras que nuestros aciertos son más inhóspitos porque se deben casi siempre al reconocimiento de una realidad frecuentemente insípida y desde luego invulnerable a nuestros caprichos.
A tan firme abogado del principio de Realidad, un evasor de infinitos como García Calvo no puede parecer sino un tozudo irresponsable, incapaz de descender de su nube para condenar de forma explícita el terrorismo etarra o para apreciar y defender las bondades del marco legal que hizo posible, de 1978 en adelante, que el maestro pudiera desarrollar en público sin demasiado escándalo su ataque sistemático contra la Paz y la Democracia. Que, a pesar de todo, el afecto le haya llevado a impulsar la confección del libro y a dar la cara (cierto que una cara de invencible hastío) en su promoción no deja de ser un triunfo.
Savater, en cualquier caso, no decepciona, o lo hace a la manera que Montano, su mejor fan, suele
agradecerle. Es penoso en cambio que hayan encontrado sitio en el volumen las letrillas (o
letrinas) en que Villena, un individuo que jamás apreció la obra del difunto y se complació a menudo en caricaturizarlo, hace del peor Villena: culto y vacuo, pero dispuesto hipócritamente a hacer causa común, o simplemente a apuntarse a los canapés, en cualquier milonga que suene 'progre'. Más penoso aún es que la contribución de Yolanda Alba intente endilgarle al muerto un discurso feminista al uso, que sus propias citas desmontan, y que, vencida acaso por la dificultad del apaño, se dedique a saquear el artículo de Wikipedia sobre el maestro, dándonos así a los que colaboramos en él la sensación extrañísima, aunque no inédita, de leernos bajo otros nombres y en compañía muy mejorable.
El volumen, en fin, es atractivo pero muy irregular: faltan nombres clave (¿dónde están Juan Bonilla y Javier Marías?) y hay mucho material de relleno. En lo que surge, si es que surge, alguien capaz de obsesionarse de veras con Agustín García Calvo y dedicarle un libro que sirva de puerta a su obra o que le añada un apéndice biográfico bien trabado, esto es lo que hay de momento: el peso de un legado inmenso que ha sido hasta ahora ninguneado en los días laborables y premiado en los festivos (3 Premios Nacionales, de Ensayo, Teatro y Traducción, no se los regalan a cualquiera). En lo que los filólogos deciden si lo incorporan o no a su discurso, contrariando una costumbre muy asentada, vivimos una zona extraña en que, por ejemplo, Carlos García Gual nos habla en este homenaje con cariño del montaje de
Edipo Rey de Agustín y después, en su reciente libro sobre Edipo, logra recordar todas las traducciones al español de la obra menos la publicada en Lucina.
A día de hoy, en lo que vemos qué sucede con su pensamiento (toda una patata caliente), pinta mejor el uso continuado de al menos una parte de las aportaciones del maestro, las canciones y soliloquios de propia mano y la recreación de baladas populares. Termino la reseña invitándoles a disfrutar de
esta intervención recientísima de Isabel Escudero con Quesia Bernabé y Virginia, en la que se recuerda al maestro en su propia salsa: la oralidad, el canto y un poco, siempre sano, de teatro.