jueves, 29 de diciembre de 2005
Sócrates zamorano
Si yo viviera en Madrid (y sobreviviera...) sospecho que asistiría puntualmente todos los miércoles, a las 20:30, a la tertulia política que Agustín García Calvo ofrece en el Ateneo. Como no es así, caigo por el lugar de ciento en viento, como hoy (agradeciendo sobremanera que Agustín y los demás hagan caso omiso de las vacaciones y continúen en el empeño). Alguna de las últimas veces he salido mosqueado del evento, no por la charla en sí, sino por el ambiente de la afición, que se me hacía demasiado similar al de cualquier peña o secta. Hoy, en cambio, el maestro tenía un día claro (vino y rosas) y la variación sobre el tema de siempre (la lucha contra la Realidad) me sorprendió y me dejó pensativo.
Hablaba Agustín de los ideales, como un tipo especial de ideas que se distingue por ser irrealizable. Ponía el ejemplo de los documentales y películas que arrecian sobre el Holocausto judío, y destacaba (quizá exagerando; pero no mucho) que casi siempre hurtan algo esencial. Los nazis hicieron lo que hicieron porque eran idealistas. Tenían un ideal (la pureza de la raza aria), irrealizable como todos por dos razones obvias: se trataba de matar a todos los judíos (subrayando ese todos como algo fundamental de cualquier ideal: su aspiración a la perfección, a la totalidad) y para eso había que tener completamente claro qué era un judío (necesidad de la definición a cualquier precio: que, en este caso, obligaba a decidir un tanto arbitrariamente qué proporción de sangre judía le convertía a uno en judío, etc.).
De los nazis saltó, aprovechando el día, a Herodes (recordando a Mairena: un pedagogo hubo. Se llamaba Herodes), viendo en él no sólo al asesino literal de los Inocentes, sino al santo patrón de todos cuantos nos dedicamos profesionalmente a matar lo que hay de niño en nuestros educandos en nombre del ideal del Futuro (el hombre de provecho, el ciudadano probo que vota y consume como está mandado).
En definitiva, se trataba de mostrar no sólo cómo tras todos los crímenes a gran escala hay siempre un ideal, sino cómo el idealismo termina siempre al servicio de la Realidad, perpetuándola con oportunas actualizaciones o parches.
Cuando alguien le dijo (fue el momento más fino) que semejante panorama le llenaba de tristeza, García Calvo le preguntó de inmediato si lo triste era que las cosas fueran así o el hecho de declararlo. No hay tristeza, destacó, en denunciar la mentira, la falsedad. Si no, no estaríamos allí. Así era.
En otro momento inspirado, a la objeción de que todos los presentes comulgábamos también con un peculiar idealismo (el agustínico, se entiende), se limitó a preguntar si alguien conocía el programa que defendemos, qué pretendemos con la tertulia y para qué sirve. Visto que no, la objeción parecía caer por su peso.
A veces nos cuesta aceptar que nos pueden pasar cosas que no desmerecen de la mejor ficción. Creo que tener el lujo de asistir a esta tertulia no desmerece en nada de lo que debió de ser seguir en su día los bandazos de Sócrates. (Lástima que nuestro Sócrates zamorano no vaya a tener un Platón, ni un Tovar, ni siquiera un Diógenes Laercio. Es una lástima chiquitita, sin mucha importancia, pero uno la siente de todas formas. El capítulo de la autobiografía de Savater dedicado a GC es lo más cercano que tendremos, me temo.)
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11 comentarios:
Quien esté libre de ideales, que tire la primera piedra. Ciertamente, vivimos en la paradoja continua de que los ideales verdaderos son irrealizables, y sin embargo, terminan comprometiéndose en construir realidades imperfectas muy poco ideales.
Para mi gusto, ser idealista [en sentido, ético, político, estético..., etc] no es "malo" ni "bueno", es sencillamente ser "humano", con toda la gloria y el desastre que ello conlleva. Podemos renunciar a un ideal concreto, pero no a idealizar. Como mucho, el País de Nunca Jamás seguirá ahí agazapado esperando que el pragmático héroe civilizador se retire a dormir.
Yo lo pienso siempre como la lucha entre dioses y titanes, que forja el universo. El mundo no podría existir con Tiamat o Ymir vivos; son demasiado desmesurados, demasiado excesivos, demasiado irreales. Pero el mundo tampoco podría vivir sin ellos, porque el prosaico y pragmático dios legislador construye la realidad con los retazos de su cuerpo. Todo lo que hacemos es una carrera frustrada hacia lo imposible.
Dice Cortázar, en boca de Lucas: lenguaje e invención son enemigos fraternales y de su lucha nace la literatura.
Suscribo en líneas generales lo que sostiene Antonio. Los idealistas absolutos son muy peligrosos, igual que los ideales puros. La misma idea de pureza se nos revela enseguida como amenazadora porque lleva implícita el concepto de depuración. Pero,sin embargo, una sociedad sin ideales, una generación sin ideales, es una generación pedestre, plana, muerta o, al menos, en estado de letargo. Es esa lucha entre la idealidad y la realidad la que nos llama a nuestros destinos humanos, a nuestros esbozos de destinos. Buscamos hilos de luz, y es buena esa búsqueda pero no puede convertirse, no "debería convertirse" en un modelo perfecto, único, porque la realidad tiene mucho de oscuridad, es híbrida, confusa, y también, debemos reconocerlo, contradictoria. Por otro lado, dudo que Hitler fuera un idealista. Más bien, por lo que sabemos, era un sinvergüenza sin escrúpulos que logró recubrir ante sus millones de seguidores una realidad aciaga y siniestra en una muestra pura de idealismo. La película El hundimiento nos muestra a uns Mrs. Goebbels envenenando a sus hijos porque no quería que vivieran en una sociedad que no fuera nacional-socialista. ¿Hay acaso mayor perversidad, mayor acto malvado que asesinar a tus hijos en nombre de un ideal? Necesitamos esa dialéctica entre lo ideal y lo real. Creo que Antonio lo expresa muy bien.
Esta mañana he entrado en un bar de la Gran Vía a comprar un café. En el local sonaba “Wild Horses”, de los Rolling. Y así venía, con la cantinela “wild horses couldn’t drag me away” y las imágenes que esa canción sugiere. Al llegar veo a Agustín García Calvo: una imagen muy similar a la que guardo de él desde que lo vi por última vez, hace ya unos años, en un ascensor de la Facultad de Filosofía (UCM). La imagen: el problema del idealismo moderno. El mundo como una representación a la que todo lo real debe plegarse.
Y ahora que lo digo recuerdo a Nietzche cuyo Zaratustra venía a liberarnos del “yugo”. En buena medida ese “yugo” es toda la tradición inagurada en Descartes que estructura la realidad a través de la representación (razón instrumental como sierva) esquema estático de lo que las cosas deben ser en vistas a su adecuación a un sistema ideal determinado. El problema es que esa realidad objeto de estructuración, ese mundo fenoménico despreciado en muchas ocasiones por la corriente idealista moderna, suele no agotarse en ese esquema diseñado. Variables que echan por tierra al sistema ideal porque tal vez el modo de la representación no sea uno de los mejores modos de habérnoslas con el mundo. Pero por lo general todos estos sistemas ansían más que nada su reino en la tierra, e insisten machaconamente en hacer del mundo su morada, así que diseñan toda una burocracia (se redefine el compendio de ciencias) encargada de definir la realidad de acuerdo al ideal. Todos aquellos aspectos que alteren el esquema son recriminados y, por lo general, castigados al armario de la irrealidad. Se les asigna un sentido interesado y se pervierte la pregunta fundamental acerca de lo que las cosas sean. El problema es que la pregunta ontológica se olvida y la civilización termina por creer que ese sistema estuvo siempre. Se olvida que, tal vez, la representación asignada al ser, la imagen correlativa del mundo, pudiera ser otra o no ser ninguna, y el sistema se perpetúa generación tras generación.
Lo terrible es que el olvido de esa pregunta, el interrogante inicia un camino, supone el olvido de la facultad reflexiva y con ello el peligroso camino de dejar fuera de juego el ejercicio de la libertad. Las fábricas no sólo son para las cosas: también las hay para nosotros. Todo sistema define a su superhombre ideológico y en la medida en que uno se aproxime o aleje del ideal tendrá su correspondiente colocación en el sistema.
Por curiosidad, Al, ¿García Calvo no recordó en su intervención el lema que rezaba en la puerta de Auswitch? “Arbeiten macht frei” (El trabajo os hará libres).
"Arbeit" y no "Arbeiten"... Mi nulo alemán.
Dios mio!!!! "El trabajo os hace libres"... Sorry, es que se me cruzó aquello de "la verdad os hará libres".
Ciao!
Trabajo y verdad...curioso lapsus.
He estado todo el día por ahí (en la helada Segovia, concretamente) y al regresar veo con placer que el tema ha dado de sí lo suyo. Como todos, yo tambien me he educado en ciertas distinciones y valores con cuyo manejo me siento cómodo: los idealistas se oponen a los pragmáticos y oportunistas, cuando no a los canallas; y, como decía Bakunin, sólo quienes han intentado lo imposible han logrado un avance en el progreso de la humanidad.
Lo que García Calvo viene a decirnos es que esta visión digamos bienintencionada de los ideales y el idealismo no se sostiene. No sólo porque detrás de las mayores canalladas cometidas por el hombre ha habido siempre un ideal (en el sentido preciso de una idea irrealizable), sino porque quizá no sea tan casual como queremos creer que los ideales más esplendentes que podemos citar (cristianismo, anarquismo, socialismo) vengan acompañadas de un historial de matanzas de lo más disuasorio.
Creo que el rechazo que uno siente a este planteamiento viene de que automáticamente pensamos en una alternativa al idealismo, que sería por ejemplo "la ausencia de ideales" o "el hedonismo compulsivo". Como si detrás de las conductas así rotuladas, nos diría el buen Agustín, no hubiera unos ideales de aquí te espero: como si el macarra que rompe escaparates o dientes no estuviera tan cuidadosamente troquelado en su apariencia, dicción y hábitos por los medios de comunicación como el aspirante a delegado de la clase o a ministro del Interior. Como si cada uno de esos pasotas o terroristas de menor o mayor escala hubieran hecho otra cosa que afiliarse a la Alternativa de lo Establecido, o sea, a la Alternativa Establecida que completa la oferta oficial.
Renunciar a los ideales (negarse al embaucamiento) sería muy otra cosa. Por lo pronto, renunciar a saber quién es exactamente uno y qué quiere (condiciones probables para que nos pueda empezar a pasar algo imprevisto y de interés). Adiestrarse en percibir cuántas veces nos sacrifican a diario en nombre del Futuro, del Progreso, de la Autoestima, etc. En todo caso, una condición negativa que nos abre a posibilidades sin fin pero no tiene programa ni principios. Ese "no sé qué que quedan balbuciendo", pero que acaso, bien mirado, "toda deuda paga".
Brazil: releyendo tu comentario con más calma, me admira su limpidez. Es justo eso, sí. La ideología dominante es la que no parece ya ideología, sino mera sensatez o sentido común. Empeñarse en recordar su naturaleza ideal, provisional e imperfecta supone pensar a contrapelo, desprendiéndose (intentándolo) de una cascada de sobrentendidos.
yo he visto y escuchado dos veces a AGC, en Barcelona, en la Facultad de Físicas, y en la Facultad de Humanidades. Sobre ciencia y Lucrecio. Muy divertido. No creo que la pregunta primera sea sobre el ser. Si así fuera, no habría habido ningún olvido: la alternativa, pongamos heideggeriana, es alternativa plenamente establecida, y bien lo sabía él, que fue nazi declarado. El gran idealista.
Me parece que la pregunta, acaso informulable, es: qué pensamos, qué tenemos que pensar, en qué nos ocupamos, de qué me preocupo. Claro, ahí están las cosas. Pero en segundo lugar.
Este mes escribe AGC en Archipiélago sobre los matrimonios homosexuales. Cuando me he opuesto a este "avance de derechos" se me ha dicho de todo... Me reconfortó leer eso de AGC.
Un anti-virus imprescindible.
Facultad de Físicas de la UB
Fac. de Humanidades de la UPF
Sobre el ser (o el Ser) cantaba una Chicho Sánchez Ferlosio, sin desperdicio: "dices que buscas, que buscas / dices que buscas el Ser; / cuando le encuentres, le dices / que yo estoy en contra dél". En la jerarquía de las preguntas no entro, aunque me dan ganas, recordando a los Ronaldos, que eran muy dados a hacerlas: "y dime, ¿qué vamos a hacer?". (Mutatis mutandis, Rosendo: "¿de qué vas?").
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