jueves, 30 de marzo de 2006

La Niña de cabellos azules


Entonces el muñeco, perdido el ánimo, estuvo a punto de tirarse al suelo y darse por vencido, cuando, mirando en redor, divisó allá, a lo lejos, entre el verde oscuro de de los árboles, una casita blanca como la nieve.

—Si tuviera tanto aliento para llegar hasta aquella casa, quizás me salvaría —dijo para sus adentros.

Y sin dudar un instante, con renovados bríos, emprendió de nuevo a correr a través del bosque. Y los asesinos siempre tras él.

Y después de una desesperada carrera de casi dos horas, llegó por fin todo jadeante a la puerta de la casita y llamó.

Nadie respondió.

Volvió a llamar con mayor violencia, porque oía acercarse el ruido de los pasos y la profunda y afanosa respiración de sus enemigos. El mismo silencio.

Advirtiendo que el llamar no conducía a nada, comenzó desesperado a dar patadas y cabezadas a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una linda Niña, de cabellos azules y rostro blanco como una imagen de cera, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, la cual, sin mover siquiera los labios, dijo con una vocecita que parecía llegar del otro mundo:

—En esta casa no hay nadie. Todos han muerto.

—¡Ábreme tú, siquiera! -exclamó Pinocho, llorando y suplicando.

—También yo estoy muerta.

—¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces ahí en la ventana?

—Espero al ataúd que venga a llevarme.

Apenas dijo esto, la Niña desapareció y la ventana se cerró sin hacer ruido.


(Carlo Collodi, Las aventuras de Pinocho, cap. 15)

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