Criaturas del momento, ya son clásicos. Espuma basáltica. Hay más piedra que metal en esos riffs venenosos, como de Black Sabbath con rizos frippianos. Gallardón también hace lo suyo por mantener la letra vigente...
2 comentarios:
Anónimo
dijo...
La primera vez que escuché a Leño en directo fue en el 79, en un castillo árabe con el Mediterráneo de fondo. Rosendo llevaba el pelo casi hasta la cintura. Compartían cartel con un grupo del llamado rock andaluz (Imán, Califato Independiente), rock progresivo que denominaban los críticos. Quedé estupefacto por la fuerza rock y la energía que trasmitían. Poca gente era consciente del gran grupo que asomaba. Fue un lujo.
Aunque no soy muy adicto al historicismo, creo que ayuda a entender a Leño esa confluencia y desajuste entre la escena tardía de rock progresivo español (el rollo, la marcha, el rock urbano, que también se decía) y el punk abrasivo que era entonces, allá afuera, lo in. Leño (al menos al principio) tienen el espíritu de una sinfonía macabra, pero las letras y la actitud de unos verdaderos destroyers. Eso les hace puente entre unos y otros, pero también objeto de rechazo: para los fans de Imán o la Dharma debían sonar demasiado alquitranados y rudos, tal un ácido con demasiada anfetamina, mientras que el modelno alaskista los hallaría puretas y pasados. Con el tiempo, Rosendo depura todo lo progresivo y quizá narra y juega con el lenguaje cada vez mejor, pero pierde ese espíritu psicodélico de fondo que daba independencia y vuelo a la música, poniéndola en pie de igualdad con la letra.
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La primera vez que escuché a Leño en directo fue en el 79, en un castillo árabe con el Mediterráneo de fondo. Rosendo llevaba el pelo casi hasta la cintura. Compartían cartel con un grupo del llamado rock andaluz (Imán, Califato Independiente), rock progresivo que denominaban los críticos. Quedé estupefacto por la fuerza rock y la energía que trasmitían. Poca gente era consciente del gran grupo que asomaba. Fue un lujo.
Aunque no soy muy adicto al historicismo, creo que ayuda a entender a Leño esa confluencia y desajuste entre la escena tardía de rock progresivo español (el rollo, la marcha, el rock urbano, que también se decía) y el punk abrasivo que era entonces, allá afuera, lo in. Leño (al menos al principio) tienen el espíritu de una sinfonía macabra, pero las letras y la actitud de unos verdaderos destroyers. Eso les hace puente entre unos y otros, pero también objeto de rechazo: para los fans de Imán o la Dharma debían sonar demasiado alquitranados y rudos, tal un ácido con demasiada anfetamina, mientras que el modelno alaskista los hallaría puretas y pasados. Con el tiempo, Rosendo depura todo lo progresivo y quizá narra y juega con el lenguaje cada vez mejor, pero pierde ese espíritu psicodélico de fondo que daba independencia y vuelo a la música, poniéndola en pie de igualdad con la letra.
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