lunes, 9 de abril de 2007

Coda fantasmal: Georgina


Primer enigma resuelto: como sospechábamos, el gran poema de Juan Ramón Jiménez Cuando yo era el niñodiós se remonta al primer libro publicado del poeta (Almas de violeta, 1900) —pero la versión que traje en su día corresponde a una revisión muy posterior: en sus propios términos, es una versión revivida, completamente remozada. Para bien; es una lástima no tener ahora conmigo la primera versión, con la que he topado estos días por casualidad; pero todo se andará.

*

El segundo enigma es de resolución (y planteamiento) más difícil. Tiene que ver también con la vida y la obra de JRJ, pero no sólo. Diría que topé por primera vez con él a propósito de mi tocayo, el emperador macedonio. Se cuenta de él que cuando llegó a tierras de Asia se dirigió a la tumba de Aquiles y lloró largamente por aquel héroe, su predilecto. Hoy sabemos que la tumba era de pega; el dolor, genuino.

La versión juanramoniana de la historia comienza el 8 de marzo de 1904, cuando dos espabilados muchachos del Perú, José Gálvez Barrenechea y Carlos Rodríguez Hübner, deciden escribir al poeta para pedirle uno de sus libros, difíciles de encontrar (y quizá caros para su pobre bolsillo). Antes de posar la pluma en el papel, deciden que plantearle sin más la demanda sería torpe y de mal gusto. ¿Quiénes son ellos para pedirle algo así?

Deciden, pues, no ser ellos quienes escriben, sino una limeña veinteañera y melancólica que ha encontrado en los versos del maestro abrigo para sus penas: Georgina Hübner. El nombre corresponde a una prima de Carlos, que es cómplice del engaño, pero se mantiene (parece) al margen de la escritura.

La mañana que recibe la carta de Georgina, Juan Ramón le responde de inmediato, enviándole un ejemplar de Arias tristes y asegurándole que con el mayor placer le hará llegar cada uno de los que publique en adelante. La despedida da idea de su galantería:
Gracias por su fineza. Y créame su muy suyo, que le besa los pies, Juan R. Jiménez.
A esta primera carta, conservada, le siguieron otras, parece que perdidas. Sabemos, en cualquier caso, que la devoción de Juan Ramón por su Georgina creció hasta tal punto que se planteó acudir a su encuentro, cruzando los mares, y le ofreció como prenda de amor la dedicatoria de su próximo libro, Jardines lejanos.

Según Gálvez, en este punto la verdadera Georgina llamó a capítulo a sus amigos, inquieta por el progreso de la broma. Hubo una nueva carta (quizá la última) en la que la joven declinaba agradecida el ofrecimiento del poeta, y para evitar males mayores el trío de traviesos decidió dar muerte al personaje, contando para ello con un nuevo cómplice, consciente o no: el cónsul de Perú en Sevilla, que se encargó de dar la noticia al poeta.

Conmovido por la noticia, Juan Ramón compone dos poemas. Uno de ellos es célebre: «Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima», publicado años después en Laberinto (1913). El otro, inédito, no ha salido a la luz hasta la publicación del primer tomo del epistolario del poeta, Epistolario I. 1898-1916 (ed. de Alfonso Alegre Heitzmann, Madrid: Residencia de Estudiantes, 2006). Iba a formar parte de La frente pensativa (1911-1912), uno de los muchos libros que el poeta dejó inéditos, pero no aparece en la edición (póstuma) de 1964. Dice así:

Esta mañana fría
me he acordado de ti, Georgina mía.

Mano que me escribía
aquellas cartas grises de poesía,
cómo la tierra umbría
habrá desbaratado tu armonía,
mano que me decía
¡ven! (Y no fui) . ...¡Qué fría
mañana de dolor, Georgina mía!

Del otro poema, el célebre, no tengo el texto publicado en Laberinto, pero sí la versión revivida que el poeta acometió en sus últimos años, publicada póstumamente en Leyenda. Lo peculiar del asunto es que para entonces Juan Ramón ya estaba al corriente del engaño sufrido (una situación que mi tocayo macedonio no tuvo que afrontar). Si su reacción juvenil a la carta de Georgina fue noble, la respuesta del hombre maduro es para enmarcar:
En suma, yo tuve una gran ilusión y escribí un poema que se hizo famoso y que Neruda aprovechó bastante en sus versos de aquella época. (...) Nada me pesa el engaño, ya lo sabe Georgina Hübner, los que participaron en la farsa y la exquisita autora de las epístolas.
Si así se expresaba en una entrevista, en un apunte íntimo destinado a su autobiografía va más lejos:
Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío mía, y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara.
Quizá alguien pueda y quiera traernos la versión primera, digamos clásica, del poema. De momento, aquí va la versión tardía, que el Epistolario (pp. 602-4) reproduce en versión facsímil, mecanografiada y con algunas correcciones añadidas a mano:

CARTA REVIVIDA
A GEORGINA HÜBNER
en los cielos de Lima.

(...Pero a qué le hablo a usted de mis pobres cosas melancólicas: a usted a quien todo lo sonríe!
...con un libro entre las manos, ¡cuánto he pensado en usted, amigo mío!
...Su carta me dio pena y alegría. ¿Por qué tan pequeñita y tan ceremoniosa?

Cartas de Georgina — Verano de 1904)


El cónsul de Perú me lo dice: «Georgina
Hübner ha muerto».
...Has muerto. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿En qué día?
¿Qué oro, al despedirme de mi vida un ocaso,
iba a rozar la dejadencia de tus manos
cruzadas, en sus tallos, sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas ya planos de su peso?

Ya se pegó tu espalda para siempre a la tabla,
tus piernas están ya para siempre cerradas.
(Sobre el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente ya inflamará los chuparrosas?)
Ya está más fría y más solitaria la Punta
que cuando tu la viste, huyendo de esa tumba,
aquellas tardes en que tu ilusión me dijo:
«¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!».

¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras.
Morena, casta, triste? Sólo sé que mi pena
parece una mujer, tú, tú que estás sentada,
llorando, sollozando al borde de mi alma.
Sé que mi pena tiene esta letra suave
que venía en un vuelo atravesando mares,
para llamarme «amigo»... o algo más... No sé... algo
que sentía tu corazón de veinte años.

(Me escribistes: «Mi primo me trajo ayer su libro».
¿Te acuerdas? Y yo, pálido: «Pero usted tiene un primo?»

Quise entrar en tu vida y ofrecerte una mano
limpia como una llama, Georgina... En cuantos barcos
partían fue mi loco corazón en tu busca.
Yo creía encontrarte pensativa en La Punta,
con un libro en las manos, como tú me escribías,
soñando entre las flores refrescarme la vida.

Ahora, el barco en el que iré una noche a buscarte,
no saldrá de tal puerto ni surcará los mares;
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando como un ánjel una celeste isla...
Y... ¡Georgina, Georgina, qué cosas! mis dos libros
los tendrás en tu falda, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos... Tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueven.
Desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada;
que, quitado el amor, lo demás son palabras.

¡El amor, el amor! ¿Tú sentiste en tus noches
la llamada lejana de mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
esclamando hacia el sur, te llamaba «¡Georginaaa!».
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el profundo sentir de mis rotas nostaljias,
pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la casa, los besos del jardín?

¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos ¿para qué? Para mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos;
para tener la frente caída entre las manos;
para anhelar, cantándolo, lo que está siempre lejos;
para no pasar nunca el umbral del ensueño.
...Sí, Georgina, Georgina; para que tú te mueras
una tarde, una noche... ¡y sin que yo lo sepa!

Y el cónsul del Perú me lo dice: «Georgina
Hübner ha muerto».
Has muerto. Estás sin alma en Lima,
tupiendo rosa encima, debajo de la tierra...
Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran
¡qué niño idiota, hijo del odio y el rencor,
hizo el mundo jugando con pompas de jabón!


Sentimientos reales; sucesos, personajes o escenarios ficticios. Hay algo en la historia que anticipa los corazones encandilados y rotos de estos días, presa de amores virtuales, nicks engañosos, clones del deseo ajeno. ¿Dime que me quieres, aunque sea mentira?

4 comentarios:

Al59 dijo...

Justicia e ironía poéticas: buscando en la Red más material sobre la historia, topo con esta página, en la que Eduardo Galeano ofrece una versión ejemplar.

Las cartas

Juan Ramón Jiménez abrió el sobre en su cama del sanatorio, en las afueras de Madrid. Miró la carta, admiró la fotografía. Gracias a sus poemas, ya no estoy sola. Cuánto he pensado en usted!, confesaba Georgina Hübner, la desconocida admiradora que le escribía desde lejos.
Olía a rosas el papel rosado de aquella primera misiva, y estaba pintada de rosáceas anilinas la foto de la dama que sonreía, hamacándose, en el rosedal de Lima.
El poeta contestó. Y algún tiempo después, el barco trajo a España una nueva carta de Georgina.
Ella le reprochaba su tono tan ceremonioso.

Y viajó al Perú la disculpa de Juan Ramón, perdone usted si le he sonado formal y créame si acuso a mi enemiga timidez, y así se fueron sucediendo las cartas que lentamente navegaban entre el norte y el sur, entre el poeta enfermo y su lectora apasionada.

Cuando Juan Ramón fue dado de alta, y regresó a su casa de Andalucía, lo primero que hizo fue enviar a Georgina el emocionado testimonio de su gratitud, y ella contestó palabras que le hicieron temblar la mano.

Las cartas de Georgina eran obra colectiva. Un grupo de amigos las escribía desde una taberna de Lima. Ellos habían inventado todo: la foto, las cartas, el nombre, la delicada caligrafía. Cada vez que llegaba carta de Juan Ramón, los amigos se reunían, discutían la respuesta y ponían manos a la obra.
Pero con el paso del tiempo, carta va, carta viene, las cosas fueron cambiando. Ellos proyectaban una carta y terminaban escribiendo otra, mucho más libre y volandera, quizá dictada por esa mujer que era hija de todos ellos, pero no se parecía a ninguno y a ninguno obedecía.

Entonces llegó el mensaje que anunciaba el viaje de Juan Ramón. El poeta se embarcaba hacia Lima, hacia la mujer que le había devuelto la salud y la alegría. Los amigos se reunieron de urgencia. ¿Qué podían hacer? ¿Confesar la verdad? ¿Pedir disculpas? ¿De qué serviría tamaña crueldad? Mucho debatieron el asunto. En la madrugada, al cabo de algunas botellas y de muchos cigarros, tomaron una decisión. Era una decisión desesperada, pero no había otra. Y sellaron el acuerdo: en silencio, encendieron una vela y soplaron todos a la vez.
Al día siguiente, el cónsul del Perú en Andalucía golpeó a la puerta de Juan Ramón, en los olivares de Moguer. El cónsul había recibido un telegrama de Lima: «­Georgina Hübner ha muerto».


(La página se abre con un curioso epígrafe anónimo: No se queman tan fácil bibliotecas /de libros de deseos y de versos. La ironía es que esos versos anónimos, que vete a saber cómo habrán llegado hasta las autoras del lugar, los escribí yo hará unos diecisiete años...)

Al59 dijo...

(La página en cuestión.)

Anónimo dijo...

¿Acaso no es Internet un fábrica de apócrifas historias y personajes, habitada ya por tantas virtualidades?

Llama la atención la ingenuidad del poeta y ese enamoramiento y epistolar.

Buen trabajo amigo Al59.

Anónimo dijo...

Completa página, Al. Y cuantas moralejas de la juanramoniana historia. Para imaginársela en esta época de blogs, chats, e-mails etc.