sábado, 2 de mayo de 2009

Sin remedio


Terror y tristeza son sensuales. Es más fácil entender qué nos atrae del primero: un subidón de adrenalina y la certeza de que el horror que devora a los protagonistas nunca cruzará el umbral de la página o la pantalla para dar cuenta de nosotros. En cambio, eso precisamente sucede con las historias tristes: nos poseen e infectan, nos domeñan para llevarnos (let me take you down) donde nadie en su juicio querría asomarse, allí donde el monstruo de la melancolía engulle corazones como galletas rancias. La cuestión es que ésa es nuestra patria: el dominio interior donde volvemos a ser fantasmas entre fantasmas, cuerdas de un instrumento que se pulsa con filo de navaja.

He hecho canciones mejores, algunas alegres, pero son las tristes, ciertas caras b o z, las que me devuelven la sensación de haber tocado fondo en lo que soy, haber captado algo que no es fácil hallar en otra parte. Ésta, por ejemplo, no llegó a tener letra completa o la tuvo sólo en el Spanglish que muchos usamos para pre-componer —quizá porque lo que cuenta o sugiere se resiste a pasar por el verbo: there's no use in tryin' / t' deal with the dyin', / though I cannot express that in lines.

Es un esbozo, en fin (también el arreglo), pero en eso consiste la vida: no alejarnos demasiado de lo que importa, aunque sepamos que no podremos darle alcance.

Va por ustedes.



4 comentarios:

Circe dijo...

Caramba, Al, qué primer párrafo tan estupendo. La geografía de la tristeza es tan atrayente como peligrosa: es tan fácil deslizarse por sus laderas que luego añoramos esa sensación inquietante de resbalar hacia el abismo.

Josepepe dijo...

'Para fazer um samba com beleza
É preciso um bocado de tristeza'.

Al59 dijo...

Sin embargo, contra el tópico, incluso la tristeza tiene fin: el nuestro.

Al59 dijo...

Me alegra leerla por aquí, Roxana. Si yo no lo digo mal, usted lo resume mejor. Algún equivalente espiritual de la gravedad nos atrae hasta el final de las cosas.