sábado, 16 de mayo de 2009

A todas vence la marihuana


A todas vence la marihuana,
que da la ciencia del Ramayana
(Valle-Inclán, La pipa de kif)


Domingo por la mañana llego a la plaza El Tardón, cantan Pata Negra. Ayer era viernes y estábamos en Las Virtudes, recordando a nuestro amigo Antonio Hernández Marín con sus familiares y amigos, cuando vivimos nuestra versión del clásico. Que si los papeles del coche, los deneíses, me enseña usted esa bolsa, consumen ustedes o tocan el oboe. Nada llevábamos y nada encontraron, pero había algo sórdido en la desilusión del hombre de la pistola, que al principio sonreía como un globo, para ir después deshinchándose a medida que comprobaba el patinazo. Después, de camino por La Alameda y la cantera abandonada, sonreímos al ver que los ángeles llevaban un peta en los labios.




4 comentarios:

Mr Hans dijo...

que satisfacción da eso, cuando buscan y no encuentran.

Josepepe dijo...

Bajo otra luna:

http://www.letras.s5.com/lira0610.htm

Al59 dijo...

Muy bueno lo de Lira, Josepepe; y tremendo su blog, señor Hans. Como la situación es un clásico, traigo una versión más, de Félix de Azúa:

Cinegética (Félix de Azúa)

En la frontera con Suiza un leve temblor recorre la fila que espera a que le examinen el pasaporte y el equipaje. Es como esa primera brisa que riza las aguas del mar. La cola avanza despacio y la lentitud es un síntoma de excepción que alerta a los habituales. Musitan débiles quejidos. Algo sucede. Los agentes de aduanas muestran hoy una curiosidad infrecuente, les brillan los ojos.

La brisa aumenta de fuerza. Una mujer bajita, de tez oscura, muy fina, llama la atención de los policías. La separan del grupo con suavidad, en silencio. Noto cómo su hijo, un muchacho delgadísimo, con una espesa melena negra, gafas y calcetines blancos, se agita a mi lado. “Le va a dar un ataque de pánico”, pienso para mí, y en efecto el chico comienza a temblar, a mover los hombros, a dar saltitos, sin decir ni pío. En un instante los policías han formado un círculo a su alrededor y lo ocultan a la vista del público. Él y su madre son conducidos sin brusquedad por una puerta hacia la nada. Creo oír las dentelladas, el crujir de los huesos.

Los policías están excitados, han cobrado dos piezas y ahora se emplean a fondo, como los futbolistas después de marcar un tanto, queman energía, sobreactúan.

Es mi turno. Uno de ellos, alto y bermejo, se inclina, me mira de hito en hito y dice: “¿Habla usted mi idioma?”. Y sin tiempo para responder: “Es muy importante que entienda lo que le digo”. Sin pausa: “¿Lleva dinero? ¿Cuánto?”, pero de inmediato algo llama su atención y señala mi bolsa: “¿Qué lleva ahí?”. Estoy sudando y el pánico me hace balbucear en una lengua que conozco perfectamente. Soy un sospechoso. Incluso yo entiendo que me comporto como un culpable.

Otro agente me mira con ansia, como un chacal que observa envidioso la carroña que devora su compañero de jauría. Se acerca despacio arrugando el morro y mostrando los colmillos, pero mi policía se lo sacude de encima irritado, con un ladrido seco: “Fout l’camp d’ici!”. Y yo me escabullo, mientras él se enfrenta al colega.

Me he salvado gracias a la lucha por el predominio de dos machos carroñeros. Gracias, Darwin.

Al59 dijo...

En el Nickjournal de ayer, Crítico Constante comentó así la entrada:

Excelente post que me ha hecho recordar un par de ocasiones en las que me vi en las mismas. Volvía de Italia, de visitar a unos amigos, y uno de ellos -fabricante de jabones- me regaló una caja de pastillas, antes de estamparles la marca. Al llegar a Irún no se imagina la de explicaciones que tuve que dar ante aquella caja. Yo insistía en que era jabón y decía a los picoletos:

-¡Huélanlo y se convencerán!

Pero ellos se mosqueaban cada vez más ante mi insistencia. Me retuvieron casi dos horas hasta que se convencieron de que aquello era, efectivamente, jabón.

En otra ocasión transportaba, camino de Cuenca, una importante cantidad de grabados al aguafuerte que un amigo me había encargado. Cuando digo importante estoy hablando tal vez de dos mil ejemplares o más. Tuve que vaciar el coche y convencer a otros dos picoletos de que no era propaganda comunista. Menos mal que no hacía viento.