(Nota del transcriptor:
Para Fuensanta y Sergio.
A ambos os lo debía.)
Para Fuensanta y Sergio.
A ambos os lo debía.)
Todos
los poetas
han escrito
alguna vez
ese poema
que se inicia
con el verso
cuando yo muera...,
o yo me iré...,
o al ver mis horas de fiebre,
etcétera...
Yo también
soy poeta
en el deseo.
Quisiera
decir palabras
nuevas,
palabras
viejas.
Por ejemplo
decir:
cuando yo muera,
y yo me iré,
o al ver mis horas de fiebre,
etcétera;
y que
al oírlas
o al leerlas
te sonaran
eternas.
Escribir
por ejemplo:
cuando yo muera,
sonríeme.
Deja
mi cuerpo
al sol.
Mi cuerpo
concebido
bajo las piedras.
Que la luz
me disuelva.
Ni descanso
ni paz
ni olvido
ni tristeza
ni muerte.
O por ejemplo:
...y yo me iré
sin niebla
sin misterio
sin miedo,
casi
sin darme
cuenta.
Simplemente
me iré
de donde nunca
vuelva
para romper
el vicio
de la circunferencia.
O también por ejemplo:
al ver mis horas
de fiebre,
cuando desierta
esté mi casa
y lenta
llegue la última
hora
y me duela
aún la ignorancia,
escribiré mi último
poema:
"Amigos,
la muerte es la última
escena.
Levantad
el telón.
Sólo se mueren
cuantos aquí
se quedan".
[Antonio Hernández Marín, Cuaderno B (años 80)]
*
Cortesía.
19 comentarios:
Es realmente emocionante, de poner el vello de punta. Tan certero, en todos los sentidos... Gracias.
Notable.
(Neruda, Juan Ramón, Bécquer.)
Nicanor Parra ha escrito un poema similar, 'Yo me sé tres poemas de memoria', más radical si cabe, donde 'se limita' a reproducir los poemas en cuestión.
Yo pensé en Lorca:
Si muero,
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas
(desde mi balcón lo veo).
El segador siega el trigo
(desde mi balcón lo siento).
Si muero,
dejad el balcón abierto.
El adolescente Al59 también compuso su variación:
Si algún día me muero,
no me llevéis al cielo.
Si algún día me muero,
no me vayan a enterrar
debajo de un ciprés,
junto a una cruz,
bajo un altar.
Si algún día me muero,
que nadie diga que he muerto
y como flor marchita
que me entierren
en tu huerto.
Lorca, claro (anagrama):
Cuando yo me muera,
enterradme, si queréis,
en una veleta.
El verso de Neruda es el primero de uno de los Cien sonetos de amor, escritos bajo seudónimo (bajo otro seudónimo) en Capri, a Matilde Urrutia:
Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos.
El deseo de Neruda pudo ser. El de Lorca, no.
La verdad es que da para una antología. Con muchos versos espléndidos:
Si un día para mi mal
viene a buscarme la Parca,
empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.
Y a mí enterradme sin duelo
entre la tierra y el cielo.
Y, también algo sobreexpuesta, la variación Alberti:
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
'Mediterráneo', lo mejor de Serrat (junto a 'Ara que tinc vint anys'). 'Si la muerte pisa mi huerto', en cambio, suena a Aznavour (o viceversa).
(Para la antología, Brassens: 'Supplique pour être enterré à la plage de Sète'): http://www.youtube.com/watch?v=aWLg_vxOp7A
'Si la muerte pisa mi huerto, quién firmará que he muerto de muerte natural'. Pues ésa me encanta. También.
A mí también, pero es que está 'Qui' ('Quién'), de Aznavour, y se hacen sombra.
Brassens está aquí más cerca de la playa de Sète:
http://www.youtube.com/watch?v=TtMql_DU4bY&NR=1
Vengo de oír la de Aznavour. Se dan un aire, sí (con ventaja para Serrat, me parece). Paco Ibáñez cantaba también una de Brassens que va por terreno similar:
Me pondré triste como sombra
cuando el dios con quien siempre voy
me diga, con la mano al hombro,
"vete p'arriba a ver si estoy".
(y sigue hablando del hombre que le sustituirá, concluyendo:)
Pero que nunca, le parta un rayo,
mi jaca se atreva a montar;
aunque no tenga yo ni pizca,
ni sombra de perversidad,
si tal hiciera, mi fantasma
le vendría a perjudicar.
Y hasta Sabina (el viejo Sabina; el nuevo no se permitiría estos ecos románticos):
Cuando la muerte venga a visitarme,
no me despiertes, déjame dormir;
aquí he vivido, aquí quiero quedarme,
pongamos que hablo de Madrid.
Más elegante Krahe, claro:
La muerte, aunque me llena de tristeza,
pondrá unas flores sobre mi cabeza
y algo darán de aroma.
Pues sí, es la versión de Paco Ibáñez del 'Testament', de Brassens, que está lleno a su vez de ecos del 'Grand testament' de François Villon.
Las traducciones de Brassens que canta Paco Ibánez las hizo Pierre Pascal, y son espléndidas.
Pascal grabó sus propias canciones en lengua provenzal, acompañado a la guitarra por Paco Ibáñez. No las he escuchado, pero me gustaría hacerlo.
http://www.aupresdesonarbre.com/cd/cd0107.htm
"La muerte no me llena de tristeza.
Las flores que saldrán de mi cabeza
algo darán de aroma."
Javier Krahe.
(Que recuerda, vagamente, al Boris Vian de "Quand j'aurai du vent dans mon crâne".)
Krahe cambió hace tiempo el texto, sincerándose (¿a quién no le llena de tristeza la muerte?). También Sabina, que si bien ahora canta lo que copié, antes cantaba muy otra cosa:
Cuando la muerte venga a visitarme,
que me lleven al sur donde nací:
aquí no queda sitio para nadie.
Pongamos que hablo de Madrid.
Como aquel pintor que retocaba sus cuadros hasta el día de su muerte, Krahe, modifica también sus canciones con el tiempo. Dos ejemplos: Una estrofa de "El Cromosoma", que en tiempos de la Mandrágora afirmaba "La muerte no me llena de tristeza..." pasó, años después, a ser "La muerte, aunque me llena de tristeza,..." (http://www.javierkrahe.net/verprensa.asp?id=4)
Yo se la he oído en directo tal como la he copiado, pero aquí dan otra variación:
La muerte, aunque me llena de tristeza
pondrá unas malvas sobre mi cabeza
que algo darán de aroma.
Emocionante y verdadero el poema de Antonio, que anuda lucidez y ligereza dentro de la gravedad. Me toca especialmente además al saberlo escrito en uno de esos libritos delicados que a veces también uso.
La muerte es, bien lo sabemos, el único tema, sólo que por fortuna tiene máscaras, disfraces, otros juegos.
Releía hace poco, al hilo de una conversación de JRJ con Gullón, el poema «Muerte de Abel Martín», de Antonio Machado, otra forma de ver la propia muerte. Juan Ramón lo elogia calurosamente. Copio sus líneas finales (aunque el poema entero es una joya y creo que es oportuno convocarlo aquí):
Abel tendió su mano
hacia la luz bermeja
de una caliente aurora de verano,
ya en el balcón de su morada vieja.
Ciego, pidió la luz que no veía.
Luego llevó, sereno,
el limpio vaso, hasta su boca fría,
de pura sombra -¡oh pura sombra!- lleno.
Gracias, Al, por compartir. Un abrazo.
Lucidez, ligereza, gravedad. A quiet desperation, que cantaban aquéllos. Gracias, Alfredo, por ese apunte de Machado, que nos envía en busca del poema completo.
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