martes, 19 de abril de 2011
El nombre de la fosa
Una anécdota de la infancia. El niño tendrá seis o siete años. Es su cumpleaños. Hay tarta y toda la familia se ha reunido para celebrarlo. Llega la hora de soplar las velas. El niño está exultante, muy nervioso, pero de un solo soplo da cuenta del momento. Entonces habla el Abuelo. Ahora, un niño bueno habría ido dando un beso a todos y deseándoles un buen día. Silencio total. El niño tarda unos segundos en replicar (tampoco nadie le ayuda). Acierta a decir: Claro, lelo. Ahora mismo lo hago. Entonces, el Abuelo frunce el ceño. No. Ahora no. Tenía que salir de ti. Y la puerta, kafkiana, se cierra. Pasarán muchos años antes de que tope, en algún manual, con el nombre de la celada.
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7 comentarios:
Impresión de bloqueo y error. Bucle. Genial el entrelazamiento de ideas. Un modelo de entrada de blog, cuando es tan difícil esto de los nuevos lenguajes. Magistral, amigo. Soberbio tu dominio de la insinuación lejana que recobra nitidez desde el hipertexto.
Realmente kafkiano, sí, y muy bien contando. De esas servidor pasó también unas cuantas y realmente te hunden. Apenas cambia nada, puede ser simplemente el tono, pero entre una prueba de ese tipo hecha para fortalecerte y una para quebrarte hay un abismo.
Un saludo.
Aquellos ladrillos trajeron estos muros, sospecho. Lamentablemente, bautizar al monstruo no equivale a conjurar su hechizo. ¿O sí?
En cualquier caso se ha ganado usted un vals. Por cierto, lo del nombre es pura coincidencia. ¿O no?
Saludos.
Juan: gracias. Entre las muchas funciones del hipertexto, uno podría ser ésa: actualizar la vieja noción de las correspondencias o armónicos entre el primer plano y todo lo demás.
Javi: los adultos suelen mirar con indulgencia o cabreo pasajero a los niños, pero los hay (por ventura, pocos) que encuentran un placer malsano en quebrarlos, como bien dices. Algo se aprende en el proceso, pero uno prefiriría ignorarlo.
Gracias por el vals, antónimo. Vivo atrapado por ellos. Acabaré (en otra vida) bailándolos. Muy pinkfloydiana (y certera) su alusión.
Creo que no, Antónimo. Antes de bautizarlos aprendes a peinarlos, a darles de comer. Luego un día, que nunca es tarde, les bautizas. Pero están cómodos, y no les importa tener nombre. Tal vez la solución esté en dejar de mirarlos. Si no los miras, me lo dijo Ma' hace tiempo, se aburren, y se van.
Alejo. Ya te han dicho que genial. Yo ya no hago comentarios literarios. A mí me ha puesto triste. Es difícil dejar de mirarlos, los dragones ésos.
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