lunes, 3 de junio de 2013
Unos y otras: encuentros con ¿Agustín García Calvo?
Todos los días me subo a un globo, vía Google, y recorro el ancho mundo a ver si alguien se ha decidido a reseñar por fin Unos y otras. Encuentros con ¿Agustín García Calvo?, el libro que acaba de editar Triacastela y que se presentó hace una semana en la fundación Juan March. Como parece que nadie se anima, me lanzo yo mismo a dar mal ejemplo, en la esperanza de que no faltará quien lo agrave.
Antes que nada, conviene aclarar que sí, juegos terminológicos aparte, se trata de un homenaje póstumo, eso que el maestro tanto odiaba y cuya sola posibilidad le hizo sufrir y maldecir en vida. Cuenta, por tanto, con la hostilidad razonada de cuantos sienten que la manera de mostrar cierta gratitud al difunto es no darle por tal y seguir enredándonos en las múltiples razones y juegos que nos dejó, en vez de fijar la vista en lo que él mismo consideró un excipiente desdeñable: su persona. Al final de la presentación [minutos 22:38 y siguientes] antes citada, Luis Caramés expone este punto de vista con elegancia, recia pero un tanto escéptica: en contradicción quizá con la indignación que encarna, parece cumplir buenamente un deber, más que seguir un impulso.
El libro se ha montado con prisas, quizá demasiadas, y se nota. Su ambición es que gentes diversas aporten 'su Agustín': una suerte de álbum de fotos que nos muestra al personaje aquí y allá, tan pronto dando lo mejor de sí (por ejemplo, cuando se queda con Savater como único alumno de sus clases de Desengaño y prosigue como si nada, con la misma convicción y entrega que si la salud de la Polis toda dependiera de ello) como haciendo con contumacia de sí mismo (cuando le invitan a un congreso erudito sobre Heráclito y decepciona al público especializado haciendo un discurso genérico contra la Realidad y sus males, sin contenido filológico alguno).
Como es de suponer, la lectura del Agustín de cada cual informa sobre todo sobre los gustos, logros y defectos personales del ponente. Hay un par de contribuciones magníficas que confirman el aprecio que uno ya tenía por las dotes del autor: Félix de Azúa juega maravillosamente con las expectativas del lector y Jesús Ferrero, que nos convierte en Jesús Ferrero durante su narración de los hechos, hace que nos quedemos con ganas de vivir más (sobre Agustín o no) desde sus ojos. Otros tiran de lo que ya escribieron: Savater, siempre simpático y zumbón, revisita sin mucho reparo el capítulo pertinente de su Mira por dónde y la necrológica que escribió en noviembre. El mucho oficio no disimula el hecho de que en su caso, más que en ningún otro, se trata de cumplir con un deber inexcusable pero engorroso: si Agustín fue esencial en su 'biografía intelectual', parece evidente que su figura acabó resultándole incómoda, y que su discurso en otras voces le resulta soporífero e insufrible. Leyendo la introducción que hace en 1996 a algunos de sus libros antiguos, reeditados en el volumen La voluntad disculpada, se percibe en el Savater maduro una suerte de envidia hacia el juvenil que se resuelve en ojeriza:
El lector es muy libre de simpatizar más con mis fórmulas pasadas que con las actuales. En cierto sentido, yo diría que es casi inevitable que lo disparatado resulte más simpático que lo verosímil: después de todo, la mayoría de nuestros errores provienen de querer creer lo que nos agrada o lo que nos edifica —por lo cual también pueden resultar más gratos o edificantes para otros— mientras que nuestros aciertos son más inhóspitos porque se deben casi siempre al reconocimiento de una realidad frecuentemente insípida y desde luego invulnerable a nuestros caprichos.
A tan firme abogado del principio de Realidad, un evasor de infinitos como García Calvo no puede parecer sino un tozudo irresponsable, incapaz de descender de su nube para condenar de forma explícita el terrorismo etarra o para apreciar y defender las bondades del marco legal que hizo posible, de 1978 en adelante, que el maestro pudiera desarrollar en público sin demasiado escándalo su ataque sistemático contra la Paz y la Democracia. Que, a pesar de todo, el afecto le haya llevado a impulsar la confección del libro y a dar la cara (cierto que una cara de invencible hastío) en su promoción no deja de ser un triunfo.
Savater, en cualquier caso, no decepciona, o lo hace a la manera que Montano, su mejor fan, suele agradecerle. Es penoso en cambio que hayan encontrado sitio en el volumen las letrillas (o letrinas) en que Villena, un individuo que jamás apreció la obra del difunto y se complació a menudo en caricaturizarlo, hace del peor Villena: culto y vacuo, pero dispuesto hipócritamente a hacer causa común, o simplemente a apuntarse a los canapés, en cualquier milonga que suene 'progre'. Más penoso aún es que la contribución de Yolanda Alba intente endilgarle al muerto un discurso feminista al uso, que sus propias citas desmontan, y que, vencida acaso por la dificultad del apaño, se dedique a saquear el artículo de Wikipedia sobre el maestro, dándonos así a los que colaboramos en él la sensación extrañísima, aunque no inédita, de leernos bajo otros nombres y en compañía muy mejorable.
El volumen, en fin, es atractivo pero muy irregular: faltan nombres clave (¿dónde están Juan Bonilla y Javier Marías?) y hay mucho material de relleno. En lo que surge, si es que surge, alguien capaz de obsesionarse de veras con Agustín García Calvo y dedicarle un libro que sirva de puerta a su obra o que le añada un apéndice biográfico bien trabado, esto es lo que hay de momento: el peso de un legado inmenso que ha sido hasta ahora ninguneado en los días laborables y premiado en los festivos (3 Premios Nacionales, de Ensayo, Teatro y Traducción, no se los regalan a cualquiera). En lo que los filólogos deciden si lo incorporan o no a su discurso, contrariando una costumbre muy asentada, vivimos una zona extraña en que, por ejemplo, Carlos García Gual nos habla en este homenaje con cariño del montaje de Edipo Rey de Agustín y después, en su reciente libro sobre Edipo, logra recordar todas las traducciones al español de la obra menos la publicada en Lucina.
A día de hoy, en lo que vemos qué sucede con su pensamiento (toda una patata caliente), pinta mejor el uso continuado de al menos una parte de las aportaciones del maestro, las canciones y soliloquios de propia mano y la recreación de baladas populares. Termino la reseña invitándoles a disfrutar de esta intervención recientísima de Isabel Escudero con Quesia Bernabé y Virginia, en la que se recuerda al maestro en su propia salsa: la oralidad, el canto y un poco, siempre sano, de teatro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
7 comentarios:
Leyendo la reseña, veo que se enjuicia el libro pero apenas se informa sobre él. Remediémoslo en lo posible: sus 332 páginas incluyen un prólogo de Savater ('El porqué de este libro'), cinco panorámicas (entre las que destacan las de Amancio Prada y, de nuevo, Savater), trece testimonios (muy buenos los de Azúa y Jesús Ferrero; anecdótico el de Leguina, sobre el Himno de Madrid; intrigante el de Ana Iriarte), siete estudios sobre su obra (aquí asoman Víctor Gómez Pin, Carlos García Gual y José Luis Gómez; incluye también los dos momentos más flojos, de Villena y Yolanda Wikipedia); tres homenajes (dos de ellos de íntimos del autor: el Príncipe Galín e Isabel Escudero); un apartado de Archivos que recoge dos artículos viejos sobre AGC (de Arangueren y Savater) y cuatro entrevistas muy notables con él (notables sobre todo las dos primeras, de Rosa Montero y Jesús Quintero). El libro se cierra con un epílogo del editor literario del libro, José Lázaro.
Se le nota, querido amigo, la rabia porque usted no ha sido invitado a colaborar en el libro....mas la opiniôn es libre y subjetiva siempre, otros opinamos lo contrario a usted, por ejemplo que los que usted cita no son tan interesantes
Rascas la vanidad de un personaje conocido y salen seis trolls anónimos dispuestos a hacerle el trabajo sucio. Lo de siempre, vaya.
«En lo que surge, si es que surge, alguien capaz de obsesionarse de veras con Agustín García Calvo y dedicarle un libro que sirva de puerta a su obra o que le añada un apéndice biográfico bien trabado, esto es lo que hay de momento: el peso de un legado inmenso que ha sido hasta ahora...»
¿Y por qué no te animas, Alejandro, a ser ese "alguien"? Estoy convencido de que lo harías estupendamente... y con mente estupenda. ;-)
¡Gracias, Alfredo! De biógrafo, decididamente, no tengo madera. Sí me han pedido unos amigos alguna colaboración sobre las canciones basadas en poemas de Agustín, y la he hecho con gusto. Si se hiciera un libro que sirviera como recorrido por la obra de Agustín, creo que sería bueno que fuera una obra colectiva, que aprovechara algunos trabajos estupendos ya hechos (me viene a la cabeza un comentario muy concienzudo de los Sonetos teológicos y un análisis de las huellas de los clásicos en Canciones y soliloquios). Es importante que cada cual hable de lo que ha explorado más. Sobre los descubrimientos lógicos y gramaticales del maestro, por ejemplo, yo no me atrevería a escribir una línea, pero los asiduos de la Tertulia tendrían mucho que contar.
Puedo entender que nadie quiera coger el toro por los cuernos de la razón común que tanto sabía revelar Agustín: nunca he visto a nadie capaz de refutar sus limpias negaciones (personalmente me he devanado los sesos), el modo en que nos liberaba de las ideas con el sencillo uso del pensar y del lenguaje.
Eso, como digo, lo entiendo. Es duro asestarle a la Realidad tal varapalo. Cuesta menos mirar para otro lado. Así que nadie habla con rigor ni seriedad del contenido de sus libros -por así llamarlos- "filosóficos".
Pero estudio Filología Hispánica y lo siguiente me llena de pena o de alegría, según: no se lo menciona como poeta en ninguna historia de la poesía castellana del último medio siglo (mientras te atiborran de nombres que olvidas a los dos minutos y cuyos poemas definitivamente están bien muertos), y ya he tenido dos asignaturas al respecto. Agustín no sale ni de pasada, ni con su nombre en pequeñito. Se le omite como autor teatral ("Baraja del rey Don Pedro" es, sin lugar a dudas, una obra muy buena. Entre otras) en toda reseña sobre teatro contemporáneo; se pasan por alto sus traducciones de los clásicos, y sus estudios gramaticales (los tres tomos sobre el lenguaje, así como Hablando de lo que habla, son de lo más fino, instructivo y profundo que he leído yo jamás sobre gramática y lengua) sencillamente no aparecen considerados ni en Internet.
Podría añadir que el inabarcable y monstruoso "Tratado de rítmica, métrica, prosodia y versificación" tal vez sea la mayor obra jamás escrita en la historia sobre el asunto, pero para qué.
Menciono todo esto por lo que dices de García Gual, que omite en su bibliografía a García Calvo. No es el único.
El mundo erudito, con honrosas excepciones, tampoco habla de él. Cuando alguna vez cito su nombre en ambientes catedráticos, todos asienten con profunda admiración: y todos callan con igual prudencia.
Hace ya más de diez años descubrió Agustín que el poema a la vida retirada de Fray Luis estaba desordenado y nadie le hizo ni caso. Y una vez enmendado, la cuestión es tan evidente que no puede negarse.
En fin, antes he dicho alegría porque uno a veces piensa que es por envidia pura y dura, por celo de tanto logro feliz, por incapacidad de derrotarlo o aminorarlo. Pero también siente uno pena de que sólo parezca ser la gente "del común" los que lo disfrutemos, y de que haya muchos que tal vez se estén perdiendo una riqueza que echarán de menos, sin saberlo, a lo largo de sus vidas.
El silencio sobre su faceta filológica me duele personalmente, porque me parece muy injusta. Y mientras los poemas sí se cantan, y en muchos círculos numerosos (y no oficiales) se aprecian, lo otro no parece estar en ningún sitio.
Tu página la conozco y la visito mucho, pero hoy he llegado buscando una reseña de "Unos y otras".
Muchas gracias por tomarte la molestia de escribirla. Nos es de mucha utilidad.
P.D: No sé qué demonios le pasa a Savater con Agustín, pero su reseña necrológica en El País era aterradora. Parece que las coces rabiosas que le soltó al maestro en aquella polémica sobre Sócrates del año 89 aún le seguían motivando. Algo se ha redimido al menos con este libro.
Es tal cual lo cuentas, Javier. Conste que García Gual y Alberto Bernabé son, entre los vivos, de los pocos filólogos que sí citan a AGC cuando ellos estiman que procede. El finado y quizá algo olvidado Sebastián Mariner Bigorra también lo hizo, en un famoso estudio sobre los modos verbales. Pero son excepciones.
Publicar un comentario