sábado, 4 de marzo de 2006

Las flores del mal


¿Baudelaire? J.R.R. Tolkien. Minas Morgul:

Unos grandes llanos se extendían en ambas orillas, prados sombríos cuajados de pálidas flores blancas. También las flores eran luminosas, bellas y sin embargo horripilantes, como las imágenes deformes de una pesadilla; y exhalaban un vago y repulsivo olor a carroña; un hálito de podredumbre colmaba el aire. El puente cruzaba de uno a otro prado. Allí, en la cabecera, había figuras hábilmente esculpidas de formas humanas y animales, pero todas repugnantes y corruptas.
('Las escaleras de Cirith Ungol', Las dos torres).

Curiosa visión febril, digna de Las aventuras oníricas de Randolph Carter de Lovecraft —y, por aparecer donde aparece, doblemente inquietante.

Los críticos han señalado con cierta razón que en la Tierra Media todo está moralmente polarizado, comenzando por los puntos cardinales: lo norteño y occidental es en principio bueno; lo sureño y oriental, malo.

En esta distribución algo abusiva, el arte y la belleza son atributos del bien, por lo que no habría espacio para un arte al servicio de la Sombra (y así lo siente Sam cuando asegura que, si la misión de Frodo fracasa, ya no habrá canciones —épica— en el mundo). Tampoco cabría una maldad hermosa, o una hermosura malvada. De hecho, todos los buenos son hermosos, y los que tornan malos se vuelven, de paso, feos (como el pobre Sméagol).

Sin embargo, el arte verdadero siempre traiciona cualquier esquematismo, y esta descripción de Tolkien lo muestra: donde menos lo esperaríamos, nos hallamos ante flores bellas y sin embargo horripilantes (que no 'aparentemente bellas, pero en realidad horribles', tópico nada comprometedor); y tenemos una inusitada muestra de destreza artística en esas figuras hábilmente esculpidas.

En otras palabras: belleza y arte malignos, dos cosas que un análisis precipitado juzgaría imposibles en la Tierra Media.

Esta anomalía choca con la distribución general ante aludida (oeste-belleza-arte-bondad vs. este-fealdad-tosquedad-maldad), que no deja de cumplirse en muchos otros casos. Tenemos un buen ejemplo cuando, unas páginas antes, los hobbits topan con una vieja estatua, construida por los hombres de occidente en días gloriosos, decapitada ahora, con un bulto grosero en lugar de cabeza.

Como escritor de su tiempo, Tolkien no podía desconocer el arte que a veces se ha llamado (como insulto en un primer momento) 'decadentista', en sus muchas ramas: desde el romanticismo negro de la novela gótica al simbolismo y la moderna literatura de terror y fantasía que precede de modo más o menos inmediato a su obra (Lord Dunsany, Machen, Eddison, quizá el propio Lovecraft).

En pasajes como éstos (o el memorable paso de Moria) vemos que Tolkien sabe manejar con destreza los elementos estéticos de lo siniestro. Sin ser el tono predominante en su obra (celebración inequívoca de la bondad y el equilibrio), lo oscuro y ambiguo no deja de encontrar su lugar dialéctico en ella.

En su particular olla podrida Sauron congrega razas y estilos distintos. Minas Morgul representa lo que el mal pueda tener de espejismo estético, de equívoco romanticismo. Su forma actual es obra de servidores humanos —seres que, como todos los de su especie, tuvieron anhelos de belleza y armonía. Sauron no eliminaría sin más estos impulsos: está más en su línea pervertirlos hábilmente. El mal de estos renegados de Númenor, refinados y decadentes, no es la brutalidad animalesca de los orcos, sino una fascinación por lo enfermizo que evoca la del fin de siglo.

Minas Morgul está construido según pautas tradicionales precisas: un reino de la Luna (más bien nueva que plena) con todas las connotaciones malignas de la vieja diosa Hécate, cuyas imágenes características aparecen obsesivamente en ese viaje hobbit a los infiernos: la encrucijada de la que parte el camino a las sombras, los vigilantes tricéfalos, la luz fría, la niebla, el agua oscura, el veneno, la parálisis, el monstruo femenino entre animal (por su forma) y humano (por su consciencia).

Sin embargo, el viaje a Mordor, al forzar a los hobbits, a los lectores y al propio Tolkien a hacer palpables y visitables los terrenos de la pesadilla, no tiene más remedio que ir despejando niebla, depurando prejuicios y tópicos. Por ejemplo, lo que sabíamos de los orcos nos llevaba a pensar que eran seguidores incondicionales de la maldad encarnada en Sauron —pero al infiltrarnos en sus filas descubrimos que sus actos no responden sólo a su naturaleza pendenciera, sino también a la política de exterminio que les dispensan hombres y elfos y a la coacción del Amo. Si por ellos fuera, escaparían lejos, a vivir su vida como pequeños bandidos y asaltadores, pero no como esbirros disciplinados del Mal. Creíamos saber también que Mordor es un lugar sin vegetación, de aguas pútridas: pero por necesidades de la misma historia, también esto acaba precisando matices. Hasta los monstruos necesitan beber... A la hora de la verdad, en el mismísimo país de la muerte no faltan zarzas y arroyuelos (aunque su limpidez no recuerde la de la linfa de Imladris).

Resulta significativo que las irregularidades o desvíos del esquematismo general se concentren en el viaje a Mordor . Es en esta travesía hacia el abismo donde llegamos a conocer de cerca a Gollum, un personaje que, sin dejar de ser malísimo, llega a resultar muy tierno en sus momentos de indefensión (dando pie a esa escena maestra en que Sméagol, tras vender a su benefactor a Ella Laraña, está a punto de redimirse —si no fuera porque la desconfianza inoportuna de Sam le recuerda su condición de villano y le fuerza a atenerse a ella).

Gollum: un ser privado de libertad y, por ello mismo, de responsabilidad, y al que, pese a su maldad constatada, Frodo salva de la muerte recurriendo a un principio de incertidumbre (in dubio, pro reo), inculcado por Gandalf, que no se aplica a ningún otro villano de la historia. De hecho, la ausencia de libertad es la única explicación de por qué se deja pasar sin reproche la inesperada traición de Frodo a su propio bando, cuando llegado al punto crucial rehúsa arrojar el anillo. En ese momento, ya no hay margen para opciones morales, y ha de ser el pobre Sméagol, pura necesidad compulsiva, quien actúe como mano izquierda de la Providencia y cumpla sin querer la misión encargada a Frodo. Culmina así el inquietante paralelismo que Tolkien ha ido construyendo entre el Bueno por excelencia (de quien el Anillo ha ido sacando con paciencia lo peor, construyendo un Doble maligno que acaba imponiéndose) y su sombra deforme, ese Gollum malísimo que con su muerte involuntaria, cual farmakós, salva y redime a todos los buenos.

Una lección posible es que cualquier generalización ideológica sobre la Tierra Media, y en particular El Señor de los Anillos, debe recibirse con mucha suspicacia. Tolkien es mucho más sutil de lo que una primera mirada revela, y es preciso frecuentarle mucho para apreciar cómo juega con los esquemas de fuerza de su mundo, permitiéndose la contradicción aparente y abriendo interrogantes fascinantes. El viaje ineludible a Mordor, esa necesidad de adentrarse de incógnito y sin esperanza en el corazón del mal, vuelve superficial por contraste el combate que mantienen afuera ejércitos y reyes. Una senda tan oscura bien merece agotar la luz élfica de Galadriel. Todo sin olvidar —gracias a Valnaur por señalarlo— que, para belle dame sans merci, ninguna como la lumínica reina Noldor en el momento de su tentación:

¡Me darás libremente el Anillo! En el sitio del Señor Oscuro instalarás una Reina. ¡Y yo no seré oscura sino hermosa y terrible como la Mañana y la Noche! ¡Hermosa como el Mar y el Sol y la Nieve en la Montaña! ¡Terrible como la Tempestad y el Relámpago! Más fuerte que los cimientos de la tierra. ¡Todos me amarán, y desesperarán!

5 comentarios:

Eleder dijo...

Jo, este blog cada vez se pone más interesante... y eso que lo he conocido hoy :D

Unos apuntes, Alejandro:

"lo norteño y occidental es por principio bueno; lo sureño y oriental, malo": como dices, "con cierta razón". Pero no toda. Tolkien mismo recuerda que la fortaleza primigenia del mal, Utumno, estaba precisamente situada "en los hielos del norte". Númenor (y Nueva Númenor! :D) está situada sobre el ecuador... Otras cosas sí que están polarizadas, pero en los puntos cardinales, la problemática es meramente "geográfica", y comienza a partir del hecho de que "al Oeste, al otro lado del mar", exista la tierra bendecida de la que habla toda la mitología europea. A partir de ahí salen el resto.

"De hecho, todos los buenos son hermosos, y los que se vuelven malos se vuelven feos", igualmente, con reparos: los hobbits no son precisamente bellos; los enanos tampoco; ¿qué decir de los drúedain? Y, sin embargo, Ar-Pharazôn lo era, y Sauron adopta figuras hermosas (como la de Annatar).

"una empresa que en su transcurso va minando prejuicios y tópicos"... Totalmente; y esto se ve sobre todo en las palabras de Sam sobre el haradan muerto en Ithilien.

En cualquier caso, interesantísimo análisis, en general. ¡Demasiado para un post! ¿Aceptarías ofertas de reaprovecharlo como artículo en alguna revista? O:)

Al59 dijo...

Querido Eleder: el juego de los puntos cardinales funciona bastante bien dentro de ESdlA, aunque, como bien señalas, en cuanto acercas la lupa surgen excepciones (sin salirnos de lo más cercano, el reino de Angmar). También es cierto que el mal puede presentarse con apariencia seductora (aunque ¿no es revelador que Melkor y Sauron pierdan esa capacidad a medida que su degeneración progresa?) y que la belleza puede descarriarse, vanidad y narcisismo mediante. En cualquier caso, Dorian Grey testigo, la forma acaba siempre ajustándose al contenido :-)
Por supuesto, si el ensayito es útil, está a disposición de la Universidad Autónoma de Númenor.

Anónimo dijo...

(De 'Experiencias de la Tierra Media', diario inventado):
Vivo en una zona de quebradas graníticas, poblada de restos y peñoneras talladas con caras maledicentes que se asoman al pasar del viajero; o sarcófagos votivos, rematados por cabezas de grifo; o monolitos con caras de ojos rasgados que sólo se ven al atardecer, con la luz inclinada...
Son las ruinas de las Quebradas de los Túmulos. Más allá, está Bustarviejo, la antigua Bree; más allá, Miraflores, linda, con su arroyo y su tajo, el antiguo Rivendel. Al sur, cierra la vista una montaña alta y solitaria, huraña y malvada por definición. Es el Monte del Mal. No es un volcán, pero podría estallar si la situación política lo requiriese. Más allá aún, invisible, está Colmenar, el Pueblo del Mal. Y de allí es la empresa de autobuses que me trae y me lleva por estos despeñaderos. Es el Autobús del Mal. Sus conductores insultan y gritan gravemente a los viajeros; o los abandonan en las noches de nevada, entre Rivendel y Bree, alegando que no pueden seguir más... Yo mismo, ahora, convalezco seriamente por los insultos y los gritos de uno de los conductores del Autobús del Mal. Incapaz de toda coordinación mental, sólo puedo refugiarme aquí y contarlo en mi diario (teclear me supone enorme esfuerzo). Tengo miedo de los Conductores del Mal. Cuidado, si os aventuráseis por estas tierras. Existe, es cierto, un proyecto de Tierra Media para la Sierra Norte de Madrid, una tomadura de pelo para turistas sin experiencia en este tipo de paisajes. No os la creais.
Saludos

Grifo

Anónimo dijo...

Estupendo post, Al.

Tu interpretación de Sméagol como farmakós y pura necesidad me parece magnífica, y el modo en que interpretas la decisiva escena entre Frodo y Gollum me ha hecho pensar que tal vez esa clara diferenciación que permite categorizar el mundo (tan clara que hasta pueden señalarse fronteras en un mapa) entre el bien y el mal, lo bello y lo horrible, los buenos y los malos, en "El señor de los anillos", sea el síntoma de un mundo que está sacado de quicio, en peligro, en crisis (hay fronteras: los pasos ya no son tan libres). Sólo un acto (quizá simple entendimiento) en el que esas categrorías (no creo que sólo las morales), fronteras, dejan de tener una función ejecutiva (asignan significados), al haber desaparecido la clasificación del mundo, quizá porque las categorías de tan llevadas al extremo han terminado por romperse, sería capaz de restituir la armonía, la convivencia, en una tierra rota y fuera de sí. Y el Rey de los hombres retorna cuando ese engorroso acto ya ha sido llevado a cabo por los antihéroes (¿o sería mejor decir "el antihéroe"?).

(Me estoy acordando de "El Cristal Oscuro").

Al59 dijo...

Brazil: espero no enfadarte si te confieso que hay algo en tu manera de razonar que (ejem, ejem), a más de convencer, seduce y hasta enerva. Seductoramente intelectual, intelectualmente seductora, que decía don Hobbes de otra elocuente coqueta. Es un don infrecuente ése de ver no ya el engranaje de las cosas, sino la gracia del mecanismo que analizas. Es así: donde todo está tan categorizado y las fronteras son infranqueables, la única salvación viene de quien se interna, no sólo físicamente, en el corazón inhóspito de las tinieblas. Algo como esos cuentos en que no vale con acribillar al villano, porque su alma está oculta en un huevo, y sólo quien localice esa pieza oculta, tipo Rosebud, podrá comprender las razones del lobo. [Por cierto que la primera novela de Terramar, de Ursula K. Le Guin, recorre también ese camino (muy junguiano) de la fusión con la Sombra.] Simone Weil dice algo parecido: que nunca puede rebatirse de veras una mentira si no se establece antes qué tiene de cierto, de dónde viene el malentendido.