En clase de sintaxis, los alumnos empiezan temiendo los períodos largos, ciceronianos, con su jueguito de cajas chinas, matices e hipérbatos. Para noviembre ya han descubierto que el verdadero veneno está en los refranes y las frases coloquiales, en ese hablar de oído sin más ley que el propio pulso. No hay nada más difícil de analizar que Venir, no vino o De perdidos, al río.
Leyendo hoy un libro de mucha ciencia (Arte poética del romancero oral, de Diego Catalán), lo que al final me detenía eran esos destellos letales, punzadas de oro en un diseño ejemplarmente pobre.
Con una puerta que abras, cabe mi cuerpo pulido.
Y si mato a Gerineldo, lo he criado desde niño.
Y si mato a Gerineldo, lo he criado desde niño.
¿Cómo se podría hacer justicia a estos destellos? Si el primer ejemplo es puro idiomatismo, aplicación de un esquema peculiar pero bien establecido en el sistema, el segundo revienta (gozosamente) el esquema escolar de las condicionales. La reescritura normalizadora (¿cómo voy a matar a Gerineldo si lo he criado desde niño?; ¿Y si mato a Gerineldo? ¡No, que lo crié desde niño!) sólo sirve para dejar claro que el hallazgo consiste no sólo en evitar esos andamios, sino en resultar transparente, sin lugar a equívoco, mientras dinamita las categorías de causa y efecto. Algo como el relincho perfecto del sueño de Ana.
1 comentario:
¡Qué placer esta excursión poética por el romancero! De siempre he sido "escuchador" atento de Joaquín Díaz. Y en mi estómago y en mi memoria están sus romances y las tostadas de pan de centeno los domingos por la mañana... ¡Qué conmovedora poesía no se llega a leer en el exquisito volumen de Blecua y Alonso sobre la poesía tradicional: "Estos mis cabellos, madre/dos a dos me los lleva el aire"
"Vi los barcos, madre,/vilos y no me valen"
O aquel tan lorquiano:
"Si los delfines mueren de amores,
¡triste de mí!,¿qué harán los hombres
que tienen tiernos los corazones?
¡Triste de mí! ¿Qué harán los hombres?
Lo dicho, Alejandro: un placer.
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