miércoles, 10 de mayo de 2006

A las puertas de Róheim


Tampoco es de recibo reducir el psicoanálisis a sus dos figuras mayores. El tercero en discordia más común, Lacan, es (con perdón) un pestiño que ha originado la escuela de parlanchines más pestífera que conozco y usurpa el lugar que deberían ocupar pensadores realmente interesantes, como Reich, Ferenczi, Róheim o Hillman.

La obra de Géza Róheim (1891-1953) es un tesoro por descubrir. Se suele reprochar a los psicoanalistas (por ejemplo, a Bettelheim, el de los cuentos de hadas) que cuando hablan del folklore o de antropología lo hacen utilizando fuentes de tercera mano y sin experiencia directa de las comunidades sobre cuyos conflictos pontifican. Es cierto. El húngaro Róheim fue la excepción: un gran folklorista y antropólogo, formado como tal antes que como analista, que se fue a vivir con los aborígenes australianos para poner a prueba las ideas de Freud sobre la universalidad del Edipo. (Concluyó dando la razón al maestro —pero eso es lo menos interesante de la experiencia.)

Aunque 'ortodoxo', Róheim tuvo los intereses, y en parte la amplitud de miras, de Jung. Escribió sobre Edipo y la Esfinge, las Puertas del Sueño, la Afrodita chipriota (¡barbuda y con pene!), Shakespeare y Goethe, Hänsel y Gretel. Como un Quijote del psicoanálisis, fue tan cuerdo y estricto en la presentación de los materiales como audaz en su interpretación.

Los editores españoles sólo se han atrevido con un libro de Róheim: Magia y esquizofrenia (Paidós, 1982). Muy recomendable. Las visiones de un paciente yanqui que ocupan la segunda parte del tratado son antológicas. A mí, al menos, me recuerdan poderosamente la lógica otra de la que hablábamos a propósito del sueño. Un pequeño muestrario:
La manera en que la comida desaparecía de mi boca es igual a la manera en que las palabras desaparecían de mi boca. En la escuela debía hacer ejercicios y dibujar una mesa. En lugar de escribir "Esto es una mesa", ponía "Esto no es una mesa". La corrección se hacía más tarde. También debíamos escribir historias. Y entre una y otra historia hacíamos música. Mu [música] y mi son la misma cosa. La palabra dicho [told] es lo mismo que peaje [toll], lo que se paga para pasar por algunos puentes.

Esto es como un tranvía. Yo tuve un tranvía pero me lo quitaron. Ciertas historias son difíciles de contar. Es tanta su amplitud que no se las puede abarcar. Cierta vez sentí de pronto un golpe sordo en mi estómago y en mi cabeza —como si alguien me hubiera sacudido. Luego perdí los sesos —y, más grave aún, a la mañana siguiente comencé a tomar mi desayuno de atrás para adelante, primero el tocino y luego los cereales. Finalmente, una vez recuperado mi apetito, todavía quedaban dificultades, pues no podía hallar las palabras. Una vez que quise volver a mi casa tomé las palabras demasiado livianamente. Supongamos que uno lee una historia, y al leerla de nuevo uno ha leído todas las palabras. Una vez pasé hambre y casi me morí. Luego de eso tuve un exceso de peso, y tomaba nueve tazas de café o de sopa en lugar de una.

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