lunes, 15 de mayo de 2006

Ocios imperiales


Se sostiene comúnmente que los dracs toman también la apariencia humana y se dejan ver en lugares públicos sin ser conocidos de nadie. Se pretende que residen en los remolinos de los ríos y que, de vez en cuando, con la forma de pequeños anillos de oro o de tazas que flotan en la superficie, atraen a las mujeres o a los muchachos que se bañan cerca de las orillas escarpadas de los ríos. En efecto, tan pronto intentan ir en pos de aquello que han visto, son, de un golpe rápido, empujados y precipitados al abismo.

Se dice que a ningunas se llegan con más frecuencia que a las mujeres lactantes: los dracs las raptan para que sean nodrizas de su descendencia funesta. A veces, al cabo de siete años exactamente, las mujeres vuelven a nuestro mundo con una recompensa. Ellas cuentan entonces cómo han residido con los dracs y sus esposas en vastos palacios, dentro de los remolinos y en las orillas de los rabiones.

Nosotros hemos visto a una mujer de esta especie. Raptada una vez que lavaba la ropa en la corriente del Rin al tiempo que flotaba una pequeña taza de madera. Persiguiéndola para cogerla, vino a parar a los recovecos más profundos y fue arrastrada al fondo de los abismos por un drac. Se convirtió en nodriza de sus hijos bajo las aguas y volvió al cabo de siete años. Sus amigas y su esposo la reconocieron con dificultad. Contaba cosas sorprendentes: que los dracs se alimentan de los hombres que capturan, y que se transforman, tomando apariencia humana. Un día, como el drac le había dado a comer por su parte un pastel de carne de anguila, ella se lleva los dedos manchados de la grasa del pastel a uno de sus ojos y a una parte de su rostro, y gana entonces el tener bajo el agua una vista más clara y penetrante. Una vez terminó el plazo de sus aventuras, vuelve a ser ella y a sus asuntos. Una hermosa mañana, se vuelve a encontrar con el drac, al que saluda como a un conocido, y le presunta cómo se encuentra su esposa y sus hijos. A lo que el drac le contesta: "¡Vaya! ¿Con qué ojo me has reconocido?", y ella indica el ojo que había antaño frotado con la grasa del pastel. Habiendo reparado en ello, el drac le mete el dedo en el ojo y se aleja, sin ser visto ni reconocido en adelante.

(Gervasio de Tilbury, Otia Imperialia III, 85)

No hay comentarios: