domingo, 18 de diciembre de 2005

La virtud que hace regalos


Cuanto más laicas y modernas las tarjetas de Navidad, más insoportables. De las que han pasado estos días por mis ojos, sólo algunas que reproducían imágenes medievales o prerrafaelitas trasmitían (a pesar de la banalización) un aliento de vida. Símbolos con trasfondo. Lo demás tenía la profundidad de un anuncio de ONG, aunque en vertiente siéntete bien. Habrá que agradecerlo, porque la única posibilidad de dotar de contenido a este vacío humanista es la culpabilización, que tampoco falta. Postales pintadas por minusválidos que utilizan la boca y los pies (¿qué degenerado se negaría a comprar una?); postales que cotizan, tanto por ciento mediante, en programas de ayuda a los menesterosos. Solidaridad consumible. Si el consumismo es fatalidad, procúrese al menos desviarlo hacia algo útil, moralmente desgravable. Casi no hace falta reescribirlo: puestos a consumir, ¿cuánto cuesta lavar la conciencia? (Cómodos plazos.) Frente a tanta moral de urgencia, las imágenes del Nacimiento (ángeles, mula y buey, pareja diosfuncional, puer senex) desprenden un perfume arcaico, casi pagano. Se trata de material mítico, ajeno al cotarro presente, por mucho que nos llegue adaptado (con calzador) al mercachifleo . Algo como el popular que tan postizo suena en según qué siglas políticas. Tras el homo correctus, se desboca el symbolicus, con su afición a blasfemar contra la literalidad con paradojas (madre virgen, niño anciano, alegría crucificada) y su querencia por lugares y animales del alma (la cueva, el olor a establo, calzones y pañales) tan fértiles como insalubres. Así las cosas, el placer posible del regalo (pervertido en obligación que cumplir con personas que a veces no amamos o ni siquiera respetamos, o con las que sencillamente no estamos en la sintonía necesaria para que un regalo tenga sentido y acierto) resta sólo en su porcentaje de incertidumbre, de complicidad: un plus innecesario y sin garantía, pero potencialmente entrañable. Hacer regalos no es pagar impuestos, sino un deseo de agasajar al otro, hacerle el amor, sorprenderle. Placer ambiguo, riesgoso, sensual. Estiércol, oro, incienso y mirra.

4 comentarios:

Joselu dijo...

Tus textos son aluviones de ideas, de bofetadas, de injurias, de desesperanzas y también de esperanzas. ¿Hay algo que se salve de la quema? Quizás sí algo. Ese algo por mísero, por pequeño que sea, aunque sea un minúsculo acto de resistencia, nos consuela. Seguimos aquí, muy confusos, pero algo nos incita a no marcharnos, a velar aunque sea el sueño de nuestras hijas.

Al59 dijo...

Gracias, Joselu. Aunque suene un poco agrio, lo que quiero decir es positivo. Creo que tenemos que hacer las paces con los símbolos religiosos, no con (o por) lo que tienen de religiosos, sino con (y por) lo que tienen de símbolos, de imágenes dirigidas al alma (como quien dice) en código máquina. La Navidad va unida a un mito (a un ciclo de ellos) y se empobrece hasta volverse inhabitable si pretendemos obviarlo y disimular el relleno con algo de moral(ina) más o menos progresista. Es lo que siento al ver esas postales arcaicas o arcaizantes: que detrás de ellas hay vida, oro y estiércol, ángeles a los que hay que cambiar los pañales. En la iconografía cada vez más abstracta de las postales laicas sólo encuentro a un diseñador aburrido cumpliendo con desgana el expediente. Ni una sola de las que vi tenía no ya valor simbólico, sino meramente artístico. Vida, en definitiva.

Anónimo dijo...

Estimado alfanumérico, qué grata sorpresa. Te está quedando un juguete virguero, virguero. Me encanta y haré por visitarte. Felicidades!

Con lo que acabo de leer, me has recordado al bahiano genialoide Tom Zé:

"Faça suas oraçôes uma vez por dia
e depois mande sua consciencia
junto como os lençois
pra lavanderia."

Salve, simpatía!

Al59 dijo...

Caramba caramba caramba, qué alegrón. Creo que está quedando un templete pop bastante apañado, panis et circenses (sic) incluidos. A ver si esto se va poblando de ondinas y gnomos. Por mí, no quedará.