jueves, 14 de diciembre de 2006
Cuaderno de sueños
Será la Navidad. Me despierto por las mañanas con las secuencias finales del último ensueño de cada noche rebobinándose en mi cerebro, tan vívidas que, de no mediar mi cordura, sé que con el tiempo, al sacar el recuerdo de la memoria, no sabría distinguir si lo soñé o lo viví aquí afuera. Son sueños turbadores, en los que familiares y amigos se revelan cuando menos me lo espero como personajes asombrosos, poniendo en cuestión lo que creo sobre mí y sobre ellos. Mensajes duros. ¿Metáforas de lo cotidiano? Me inclino a pensar más bien, como Hillman, que en sueños los dioses toman el rostro de nuestros conocidos. Desde luego, éstos no son dioses que acepten rezos ni golosinas. Se parecen más bien a Gandalf llevándose en volandas a Bilbo Bolsón. Vocatus atque non vocatus, deus aderit, escribió Jung: llamado o no, el dios se hará presente. Conmovido por lo numinoso, entiendes (aunque ya lo sabías) lo estúpido que resulta hablar de fe cuando intentas, como puedes, vadear la experiencia.
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