Expurgo de libros viejos en mi instituto. No hallo gran cosa (antologías del Ausente, tochos del MEC, leyes difuntas). Sólo este libro exige respeto. El título repele (Etiquetas para pieles humanas) y la portada es fea, pero contiene versos: suficiente. No conozco al autor (Joaquín Márquez), pero en las páginas que hojeo no veo nada que merezca ir al cubo. Ya a salvo, el libro pasa meses olvidado, hasta que un intento de poner orden lo rescata otra vez y me invita a abordarlo. Leo un poema. Otro. Me sorprenden su ritmo, firme y flexible, su sentido del humor, la nostalgia. Habla de gente que no conozco (amigos que se han hecho mayores, muchachas que ignoran su encanto, un abuelo al final del camino), pero es fácil canjearlos por otros cercanos. Acabo aceptando que este libro del 78, editado por el Centro Iberoamericano de Cooperación (¿de quién? ¿con qué?), está vivo y me habla. El aire de este poema (el penúltimo) anuncia el de uno de mis libros predilectos: La vida desatada, de Miguel Ángel Velasco.
ESTE ÚLTIMO RETRATO
Este último retrato que alguien hizo
muestra a un hombre cansado
que contiene el aliento
porque ya sabe cuánta vida
va en una bocanada de aire propio.
No sonríe. No quiere
que piensen que la risa
era fácil. Tan serio
está
que necesario se hace preguntarse
si juzga a quienes fueron
sumando coincidencia a coincidencia
para asomarle ahora
a esta terraza muda de paisajes.
Hijos, hermanos —¿qué eran
aquellos que pobló la cartulina
y se le parecían en el gesto?—,
se han perdido o prefiere
no recordarlos; vivieron por tan poco
tiempo que no ha tenido
ocasión de guardarlos en el pecho.
Ahora,
desde esta superficie
donde flota —aún no ahogado por los años—,
me mira seriamente y me pregunta
si mereció la pena haberse puesto
delante de la vida
para quedar tan triste en el retrato.
Este último retrato que alguien hizo
muestra a un hombre cansado
que contiene el aliento
porque ya sabe cuánta vida
va en una bocanada de aire propio.
No sonríe. No quiere
que piensen que la risa
era fácil. Tan serio
está
que necesario se hace preguntarse
si juzga a quienes fueron
sumando coincidencia a coincidencia
para asomarle ahora
a esta terraza muda de paisajes.
Hijos, hermanos —¿qué eran
aquellos que pobló la cartulina
y se le parecían en el gesto?—,
se han perdido o prefiere
no recordarlos; vivieron por tan poco
tiempo que no ha tenido
ocasión de guardarlos en el pecho.
Ahora,
desde esta superficie
donde flota —aún no ahogado por los años—,
me mira seriamente y me pregunta
si mereció la pena haberse puesto
delante de la vida
para quedar tan triste en el retrato.
6 comentarios:
Vaya. Lo he copiado, pegado, imprimido y pegado a la pared. Luego lo despegué, porque me ponía triste y reflexivo.
Y esa secuencia de acciones, Alejo, tiene su significado y su valor, por lo menos para mí, que soy tan poco permeable al verso.
Porque cuando esa especie de barrera (vete tú a saber cómo nació y por qué) se deja atravesar, entonces reconozco que lo que llaman poesía existe.
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/joaquinmarquez/pcuartonivel.jsp?conten=poesia_bibliografia
En esta dirección hay información sobre Márquez, que no es un novato, precisamente. He ido a buscar información porque enseguida, al leer el poema, me ha parecido que había un dominio del curso poético cercano al de Claudio Rodríguez, por poner ejemplo señero.
Y el poema conmueve, a pesar de algún tropiezo (porque ya sabe cuánta vida
va en una bocanada de aire propio.) que no estorna demasiado. ¡Son tan peligrosas las explicaciones en la poesía! Excepto en el caso de Digo Vivir, de Blas de Otero, pero ahí hay un uso muy elaborado de la causalidad, y se trata de un poema-justificación de cambio de época.
Al. eso es una bomba. ¡!
Querido Bebo: es así. De vez en cuando se asoma lo que había debajo (y antes) de los nombres de las cosas, y entonces se entiende a qué venía tanto alboroto. Hemos reaccionado igual: recortando el poema y pegándolo (tú en la pared, yo en el blog). Es para meditar el despliegue de fuerza del texto, cómo nos ha convencido para replicarlo, reconocerlo, ponerlo en su sitio. Llamarle a eso poesía (acción) parece bastante justo.
Juan Poz: sagaz observación. La verdad es que si al poema le quitamos esos versos, no pierde nada.
A mí me causa problema otro: que necesario se hace preguntarse. No es hipérbato violento, pero uno se pregunta qué razón de ser tiene, fuera de poner 'en (convencionalmente) poético' el enunciado.
De todas formas, son peros menores.
Vero: será mi vocación anarquista :-)
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