La dirección «hacia abajo» al comienzo del texto indica la naturaleza solemne e incluso depresiva de la historia. Conviene señalar que la fórmula káto se... káto se («allí abajo, en...») es común en los lamentos fúnebres. De hecho, en muchos conjuros que comienzan con esta fórmula, se presenta a continuación a tres doncellas sentadas que lloran y se lamentan (thrinióndai). La presencia de esta fórmula en los conjuros podría suscitar fácilmente esta asociación en los oyentes, relacionando la enfermedad de la que se trate con la posibilidad de una muerte. La preposición káto sugiere el tema de la katábasis («descenso»), el declinar de la mala salud a la muerte y el descenso, por último, a la tierra y al mundo soterraño (káto kósmo).
(Charles Stewart, Los demonios y el Diablo. Imaginación moral en la cultura griega moderna, p. 240)
*
HAY QUE BAJAR
A Ricardo Juan.
Hay que bajar sin miedo.
Hay que bajar
hasta el reino de las raíces
o de las garras,
a ese reino de las manos solitarias
cuya sangre no late,
donde las hormigas nos esparcirán bajo la tierra
con sus tenazas ardientes,
donde nuestra carne se abrirá como un grito
al cosquilleo escalofriante
de las patas de los insectos
y la viscosa masa de los gusanos
será como una lengua de perro babeante.
Al borde de la luz abandonarlo todo
y sepultarnos en la tierra
aunque nos crujan los huesos
y los nervios se nieguen a abandonarnos
estrangulando nuestra carne con un supremo abrazo.
Nos espera para besarnos la sangre de los volcanes
y el corazón de la tierra se abrirá silencioso para recibirnos.
Una voz nos dirá:
Al fin llegasteis, venid y purificaos.
(Nuestra sombra errante por la tierra, buscándonos
con un temblor inquietante sobre los ojos.)
Y nosotros, diseminados por las plantas, los árboles,
quizá en la niebla de aquel astro,
en la boca de esa serpiente muerta al borde de la noche
o en aquel cuerpo que está cayendo hace tantos años
sobre la luz azul de las nebulosas,
en cualquier masa inerte que se agita sin que la veamos.
Los minerales amarillos, el óxido,
las nubes, el agua
y hasta el fuego que se consume a sí mismo,
todo, todo, abrirá sus venas para recibirnos.
¿Tenéis miedo?
Yo os invito; bajemos juntos
y circulemos con la vida palpitante,
con esa vida oscura de los minerales
que nadie ha visto, pero que se presiente,
como el galope de los caballos con el oído en la tierra.
¿No oís la llamada?
Es la tierra,
la tierra que nos busca para purificarnos
y arrojarnos de nuevo a la luz con su sudor doloroso.
(José Luis Hidalgo)
HAY QUE BAJAR
A Ricardo Juan.
Hay que bajar sin miedo.
Hay que bajar
hasta el reino de las raíces
o de las garras,
a ese reino de las manos solitarias
cuya sangre no late,
donde las hormigas nos esparcirán bajo la tierra
con sus tenazas ardientes,
donde nuestra carne se abrirá como un grito
al cosquilleo escalofriante
de las patas de los insectos
y la viscosa masa de los gusanos
será como una lengua de perro babeante.
Al borde de la luz abandonarlo todo
y sepultarnos en la tierra
aunque nos crujan los huesos
y los nervios se nieguen a abandonarnos
estrangulando nuestra carne con un supremo abrazo.
Nos espera para besarnos la sangre de los volcanes
y el corazón de la tierra se abrirá silencioso para recibirnos.
Una voz nos dirá:
Al fin llegasteis, venid y purificaos.
(Nuestra sombra errante por la tierra, buscándonos
con un temblor inquietante sobre los ojos.)
Y nosotros, diseminados por las plantas, los árboles,
quizá en la niebla de aquel astro,
en la boca de esa serpiente muerta al borde de la noche
o en aquel cuerpo que está cayendo hace tantos años
sobre la luz azul de las nebulosas,
en cualquier masa inerte que se agita sin que la veamos.
Los minerales amarillos, el óxido,
las nubes, el agua
y hasta el fuego que se consume a sí mismo,
todo, todo, abrirá sus venas para recibirnos.
¿Tenéis miedo?
Yo os invito; bajemos juntos
y circulemos con la vida palpitante,
con esa vida oscura de los minerales
que nadie ha visto, pero que se presiente,
como el galope de los caballos con el oído en la tierra.
¿No oís la llamada?
Es la tierra,
la tierra que nos busca para purificarnos
y arrojarnos de nuevo a la luz con su sudor doloroso.
(José Luis Hidalgo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario