Iª vez
Creímos estar solos, abandonados.
La inmensidad nos enredó como una hiedra
nudosa y ruín; creímos estar tristes,
vanos bajo el aburrimiento y las instancias
de los crepúsculos: todo lo bello sobra.
Pero nuestro proyecto es la Ciudad,
sus calles que congregan a los números
vivos, sus plazas que desencadenan
la expansión, su monumento irradiante.
La inmensidad nos enredó como una hiedra
nudosa y ruín; creímos estar tristes,
vanos bajo el aburrimiento y las instancias
de los crepúsculos: todo lo bello sobra.
Pero nuestro proyecto es la Ciudad,
sus calles que congregan a los números
vivos, sus plazas que desencadenan
la expansión, su monumento irradiante.
IIª vez...
A veces somos indiferentes, soberanos.
Medidos, un azar y el Universo
valen lo mismo; a veces coincidimos
con el tren de las horas, se detiene
la ley, merodeamos por márgenes exentas.
Pero nuestro proyecto es la Ciudad,
sus avenidas rectas que apuntalan
el horizonte, el vertebrado sol
de su armonía, su eje razonable.
Medidos, un azar y el Universo
valen lo mismo; a veces coincidimos
con el tren de las horas, se detiene
la ley, merodeamos por márgenes exentas.
Pero nuestro proyecto es la Ciudad,
sus avenidas rectas que apuntalan
el horizonte, el vertebrado sol
de su armonía, su eje razonable.
...y IIIª vez
Transitamos, huimos, merecemos, trepamos
por una vuelta más; esto es cuanto había
tras las preguntas, éste el mundo límite;
acaso la Ciudad sean sólo sensaciones,
sombras de una pared; no obstante, aún la esperanza...
Pero nuestro proyecto es la Ciudad,
el perímetro exacto de los hechos:
nuestras pasiones flotan en el ambiente
y decaen con la niebla de las tardes...
por una vuelta más; esto es cuanto había
tras las preguntas, éste el mundo límite;
acaso la Ciudad sean sólo sensaciones,
sombras de una pared; no obstante, aún la esperanza...
Pero nuestro proyecto es la Ciudad,
el perímetro exacto de los hechos:
nuestras pasiones flotan en el ambiente
y decaen con la niebla de las tardes...
(M. 9·10·85)
[Antonio Hernández Marín, Cuaderno B (años 80)]
[Antonio Hernández Marín, Cuaderno B (años 80)]
2 comentarios:
Al margen, que, si no recuerdo mal, es título guilleniano, se dirige este comentario que se evade del texto y se queda, con vocación diletante, en la caligrafía del poeta que se nos ofrece. La caligrafía personal es emanación de la personalidad del sujeto, al parecer de los grafólogos. Sin aspirar a tanto, quiero dejar constancia de la impresión que me han causado algunos trazos significativos. Es curiosa la tendencia del autor a prolongar ciertas consonantes hacia más allá incluso de la ringlera inferior del cuaderno pautado, como si cayeran a un abismo emocional. De igual modo, la g y la elle se nos presentan con total austeridad, trazos esquemáticos, propios de quien anda desprendido incluso de sí mismo. La t tiene el trazo cruzado tan alto que más parece visera para que no deslumbre la ambición espiritual, como si quisiera dejar de ser la letra que es. Por otro lado, la ese recogida sobre sí misma, como si se quisiera evitar su sonoridad, parece crear una celda monacal en la que cantar a solas, como el pájaro solitario de San Juan. Finalmente, la z, tan cercana a la a de imprenta, indica toda una declaración de principios: la fusión de los extremos: el alfa y el omega.
Me ha llamado la atención la energía del acento, lo que marca con mayor notoriedad su ausencia en expansión, quizás por la libertad acrobática de la n.
Corre mucho mar en la caligrafía del autor, un oleaje constante, pero refrenado, como ajustado a un patrón, como si la pauta fuera, en realidad, un pentagrama y la obra se hubiera escrito en Re menor.
Grata sorpresa tu comentario, Juan. Pienso que a Antonio le hubiera encantado: desde que lo recuerdo, su caligrafía era una extensión muy consciente de su estética, influida por los jeroglíficos egipcios que tan familiares le eran. Cuando he ido a transcribir estos poemas, me ha parecido que se desnataban al abstraerlos de su letra. Me pasa lo mismo con muchos textos que le oí recitar o contar: en cualquier otra voz me suenan extraños. En alguna medida, ambos fenómenos son cosa común e inevitable; pero Antonio había personalizado tanto ambas cosas (la letra y la manera irónica y sentida a la vez de recitar) que la pérdida se me hace sensiblemente mayor que en otros casos, en que perder de vista u oído al autor puede ser hasta una ganancia.
Publicar un comentario