lunes, 2 de octubre de 2006

Estar por debajo (JRJ)


Teniendo en cuenta lo que le debemos, a mí me parece que se habla poco de él, y aun ese poco muy malamente. Unos lo citan para arañar un poco de su prestigio, situándolo como padre fundador de una aristocracia poética de la que ellos se creen el culmen; otros (y otras) para afearle que tratara tan mal a su mujer, o que se recluyera en una supuesta torre ebúrnea, insensible al compromiso político y la solidaridad.

La anécdota que sigue debería, por lo menos, pulverizar el tercer tópico.

*

El 20 de agosto de 1936, Juan Ramón Jiménez y su mujer, Zenobia Camprubí, salieron de Madrid en dirección a Francia, desde donde no tardaron en trasladarse a los Estados Unidos de América. Juan Ramón llevaba un pasaporte diplomático, extendido por el presidente de la República, su amigo Manuel Azaña, y su misión —gratuita, pues no quiso aceptar el sueldo que le había ofrecido— era la de influir a favor de la causa constitucional en las autoridades de Washington. Como las cosas no salieron a medida de sus deseos, el poeta y su mujer se fueron pronto al Caribe y terminaron por recalar en Cuba, donde permanecieron desde últimos de noviembre de 1936 hasta enero de 1939.

El matrimonio, que no tardó en instalarse en el hotel Vedado, de La Habana, se dedicó a ganarse la vida ocupándose de las ediciones de unos libros del poeta, colaborando en la prensa literaria y dando conferencias. Juan Ramón organizó por entonces varios actos políticos y culturales en favor de la causa republicana española. Más tarde, y cuando ya se encontraba de nuevo en Norteamérica, pensó que debía publicar cuantos escritos propios y ajenos se refiriesen a su actuación de poeta y español durante una guerra civil que, a su modo de ver, aún no había terminado —cuando menos en sus efectos inmediatos— el año 1954, al que pertenecen los últimos de los escritos que habían de figurar en su proyectado libro.

Con la intención mencionada, Juan Ramón empezó a reunir materiales, escribió —con su elegante y casi indescifrable letra— varias decenas de notas y redactó unos cuantos escritos que han resultado ser de gran interés literario e histórico. Pero el libro quedó incompleto, en un estado realmente embrionario, y he sido yo quien, después de haberlo pensado mucho y haber repasado los miles y miles de documentos de su archivo, me he decidido a reunir y tratar de organizar, hasta donde ha sido posible, y teniendo en cuenta las a veces contradictorias notas de Juan Ramón, los materiales que andaban dispersos por los archivos y, en ocasiones, fuera de ellos. Sobre lo poco o mucho que haya podido conseguir, el lector tendrá muy pronto ocasión de pronunciarse, pues el libro, titulado Guerra en España, se halla actualmente en prensa [JRJ, Guerra en España, introducción, organización y notas de Ángel Crespo, Barcelona, Seix Barral (1.ª edición, enero de 1985; 2.ª edición, febrero de 1985)].

De entre los muchos autógrafos juanramonianos destinados a esta obra que me ha tocado en suerte descifrar, hay uno, lleno de lagunas y abreviaturas, que lleva el título de "Karl Vossler, el vitalista", y que es un despiadado ataque a este famoso y discutible hispanista alemán. Cuenta en él Juan Ramón que en 1939 —tendría que ser en los primeros días del año, puesto que los Jiménez se fueron a los Estados Unidos en enero— Vossler llegó a La Habana y se alojó en el hotel Vedado, con gran disgusto del poeta exiliado, que le sabía adicto a Hitler y pensaba que podía haberse desplazado a Cuba con la doble misión de profesor universitario y espía.

Aunque Vossler y su mujer se sentaron a comer, desde el día de su llegada, en una mesa contigua a la de los Jiménez, éstos se hicieron los desentendidos. El cuarto día José María Chacón y Calvo, un intelectual cubano que era amigo de ambos matrimonios, los presentó, dice Juan Ramón, "para evitar disgustos y mientras las cosas se aclaraban". "Me parecieron —sigue diciendo nuestro poeta—, él ambiguo y ella noble. Si él tenía que aludir a su Alemania, miraba de lado al suelo como el que tiene que echar la mirada al cesto de los papeles rotos, y se ponía colorado. Yo le preguntaba mucho por la poesía alemana contemporánea: Hoffmannstahl, George, Rilke. No la conocía muy bien. Decía: leí algo de sus primeros versos. Poco a poco me fui dando cuenta de que a él no le gustaba la poesía refinada, de que se jactaba de 'vitalista'. Una novela que acababa de publicarse en La Habana donde se describía vulgarmente un coito vulgar, la consideraba magnífica."

Como algunas de las conversaciones de los dos escritores versaron en torno a lo popular y lo aristocrático, lo universal y lo internacional, Vossler le plagió, según Juan Ramón, las ideas que le había expuesto en una conferencia que dio en La Habana y que publicó poco después la revista Lyceum. No, no podían entenderse, ni aun limitándose a hablar de literatura. Y un día tuvieron que hablar de política. "La víspera de su primera conferencia —escribe Juan Ramón— le dije, terminando de almorzar, que como al acto se le daba carácter oficial y había de ser inaugurado por el ministro de Alemania, yo, español, no podía estar presente, porque destruyó, entre otras, a Gernica." Viene a continuación una frase incompleta por la que no puede saberse cómo pensaba Juan Ramón terminar este escrito.

Encontrándome un día en Roma, en casa de mi amigo el poeta Enrique Rivas, hijo de Cipriano Rivas Cherif y sobrino de Manuel Azaña, nuestra conversación recayó sobre los años que él había pasado en Río Piedras, en cuya universidad enseñaban entonces tanto Juan Ramón como su padre, y sucedió que, sin que yo me hubiese referido al caso, mi amigo Enrique me contó el final de la historia incompleta que había descifrado pocos meses antes:

Cuando Vossler le bromeó a Juan Ramón diciéndole que lo que le pasaba era que le tenía odio a las solemnidades oficiales —ahí se interrumpe la frase incompleta a que me he referido— y que él, como intelectual que era, se encontraba por encima de aquellos bombardeos, el poeta le contestó secamente: "¡Pues yo estoy por debajo!". Dicho lo cual, le volvió desdeñosamente la espalda.»
(Ángel Crespo, «Estar por debajo», en Las cenizas de la flor, Barcelona: Júcar, 1987, pp. 57-60).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Al: Buenos días. Hacía tiempo que no le seguía. Oportuna reivindicación de JRJ. Su introducción suscribible y el texto de Crespo, no lo conocía, esclarecedor. Merece una saga. Salud.

Juan Poz dijo...

¡Ay, Juan Ramón! Jamás he leído yo un verso tan despiadado como en el que en Diario de uin poeta recién casado le escribió a Zenobia: "¡Cuanto me cuesta llegar contigo a mí!" Menudo regalito de bodas...
Con todo, me apresuro a decir que JRJ es lo que yo denominaría un "poeta total" al que siempre se vuelve con provecho estético y honda satisfacción intelectual.
Hace dos años se me ocurrió castigar a mis alumnos con la lectura obligada de "Platero y yo", porque yo nunca me había sentido interesado por ese libro cuyo protagonista aparece asesinado en el piano de la célebre película de Buñuel y Dalí. La conclusión es que, desde que lo leí, considero que ese libro es una de las cumbres narrativas de la literatura en lengua castellana. Y desde luego en modo alguno es una lectura infantil, sino para adultos bien entrados en la adultez, es decir, que pasen, como a mí me pasó, de la cincuentena. Desde entonces no ceso de recomendarlo y siempre recibo la misma expresión de suficiencia y desdén, como si aquellos a quienes se lo ofrezco como una bendición quisieran huir de su condición de motivo de burla. ¡Insensatos!
Vi, por cierto, una película sobre el libro en la que aparecía un actor que daba perfectamente el tipo, aunque las imágenes escogidas eran incapaces de transmitir las profundas vivencias que se expresan en el volumen.
¿Se nota demasiado que el primer libro de poesía que leí en mi vida fue "Diario de poeta y mar", y el segundo "Eternidades"?
Pero en Platero sólo pude entrar 35 años después de aquel rito de iniciación.