La mirada de Aurelia, su proximidad, el roce de su vestido inflamaban mi ser. La sangre ardiente subía hasta la enigmática fábrica de los pensamientos, por lo que hablaba de los maravillosos misterios de la religión con imágenes llenas de fuego, cuyo profundo significado residía en el voluptuoso furor de mi amor insatisfecho.
¿Freud? E.T.A. Hoffmann, 1815 (Los elixires del diablo, p. 149 de la edición en bolsillo de Valdemar).
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Quienes seguimos fascinados por la enigmática fábrica de los pensamientos estamos de enhorabuena. En el año 2005 el Fondo Económico de Cultura editó Las estructuras antropológicas del imaginario de Gilbert Durand, el intento más ambicioso que conozco de colocar los arquetipos y motivos recurrentes de la imaginación en una topología. Como punto de partida, Jung, arqueólogo por excelencia del inconsciente; pero también Bachelard, del que se publicó hace poco más de un año, también en el FCE, la última entrega de sus estudios sobre los elementos: La tierra y las ensoñaciones del reposo.
La corriente de pensamiento que impulsa estos libros pone al lector en una situación singular. Tiene algo de religión para descreídos, lo que no deja de ser un cumplido. La veracidad de lo que se plantea no es cuestión de fe, sino de experiencia. Sin embargo, esta experiencia es íntima: una película que podemos contarle a otros, pero que sólo nosotros hemos visto. Quien lo soñó, lo sabe. No resulta posible encontrarse en ese cineclub con otros espectadores (aquello que hacíamos de pequeños: despedirnos con el compromiso de reunirnos esa noche en tal o cual lugar soñado), pero a la salida, en el bar, podemos contrastar relatos y concluir que estamos asistiendo a un mismo ciclo, reconocer actores, escenarios y argumentos. En ese peculiar cinefórum se puede descubrir, por ejemplo, que hay sueños freudianos y sueños junguianos, como si el acierto de ambos pensadores hubiera sido cogerle el aire a un determinado guionista de las profundidades y explicarnos las líneas maestras de su cine. Se comprende el equívoco, el tiempo perdido en analizar, invocando a Procrustes, el cine del uno con las categorías del otro. Jung te convence si y sólo si has tenido sueños como los que él describe, de los que despiertas con la sensación de haberte asomado, por una puerta que hasta entonces no estaba, a una habitación que siempre estuvo esperando. Cuando uno alcanza a recordar eso, el estado común de conciencia y las categorías que lo pueblan parecen no ya sólo accesorios, sino degradados, venidos a menos, como un chiste o un juego que han perdido la gracia. No hay empeño importante donde no se detecte como material de partida una brizna de tejido soñado, esencialmente otro —ni organización maligna que no derive de una caída en lo literal, una interpretación inmovilista de algo esencialmente dinámico. Es imposible hacer ciencia de la isla de san Barandán, pero no hay marino que no la sospeche.
4 comentarios:
Al: le contesto del NJ de ayer. El libro que citó fue el leiv-motiv de mi post. Lo del ascensor: revisitando "Ascensor para el cadalso" en el ciclo Malle de TV2, con la fantástica música de Miles Davis (recien recogida en una colección de El País).
Sr. Verle: sospecho que administra usted mejor su tiempo. Gracias por la pista fílmica. Yo tengo el libro de B., pero aún no he podido asomarme a su interior. Libro por libro, uno que también promete es Fantástico interior : antología de relatos sobre muebles y aposentos (2001), de Pilar Pedraza.
Al: Seguiré su pista libresca. Aunque estoy esperando recibir lo último de la Ed. Melusina que suele ser interesante y crítico.
Lo de administración no crea va en 2CV, me regulo cuando puedo en una cabaña, precisamente. Salud.
Me parece sospechoso que existan sueños jungianos o freudianos. Los míos suelen ser lacanianos. Pero la obra citada de Durand, que no conocía, promete. Iré a buscarla.
gracias y saludos.
Grifo
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