viernes, 16 de marzo de 2007

Venus modernistas I


Freud (o alguno de sus discípulos ortodoxos) lo llama hiperdeterminación. Un poco bajo de moral estos días, pienso a lo largo del día en la entrada de hoy y sólo me vienen a la cabeza, insistentes, las palabras de Darío: Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar. Sólo (y solo) mientras me siento por fin a perpetrarla y blogger abre la ventana (morosamente; hoy la conexión a Internet parece haberse contagiado de mi pereza) caigo en la cuenta del viejo acto votivo: es la última hora del viernes, el día de Venus, Veneris dies. Aniversario, también, de la cita amorosa que cambió mi vida hace dieciséis años (hoy, 16 de marzo) y me ha llevado a donde estoy. Todo forma un maremágnum, un batiburrillo emocional y aritmético, mezcla de ironía y justicia poéticas, que no califica para sincronía o azar objetivo, pero forma, sí, la salsa con que digerir la vida, el bordado que une lo personal con lo remoto, el arañazo y la cicatriz.

Hice, tiempo atrás, una antología urgente de versos venusinos. Son de finales del XIX y principios del XX, de esos que se dejaron llamar modernistas, capaces, como aquellos del Renacimiento, de dar vida nueva a formas perdidas y, por eso mismo, florecer en direcciones nuevas. Si pienso en la deriva entre costumbrista y vuelta-de-todo de la poesía reciente (en la que yo mismo, a favor o en contra, nado) siento nostalgia cierta por aquellos poetas convencidos aún del carácter sagrado, revelador, de la poesía. El más incrédulo de todos, Manuel Machado, es un pagano venerable en comparación con sus epígonos hodiernos.

Los versos venusinos de Darío son los más logrados, pero creo de justicia comenzar la antología por Salvador Rueda, ese precursor casi borrado del mapa. Ya saben lo que dicen los libros despiadados sobre él, y sin duda es verdad: brillo superficial, erudición ligera, sensualidad domesticada. Hasta hay un entrañable anacoluto (la que al mirar... florecen los collados). El encanto, que también está, puede adjudicarse a eso que llaman color o sabor de época.


AFRODITA

Venus, la de los senos adorados
que nutren de vigor savias y rosas;
la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;

la que en almas y cuerpos congelados
fecunda vierte llamas generosas,
de Eros a las caricias amorosas
ostenta sus ropajes cincelados.

Ella es la fuerza viva, el soplo ardiente
de cuanto sueña y goza, piensa y siente;
de cuanto canta y ríe, vibra y ama.

En el niño es candor, eco en la risa;
en el agua canción, beso en la brisa,
ascua en el corazón, flor en la rama.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad, la verdad, es que lo mejor que puede ofrecer el soneto es, precisamente, ese anacoluto:

*la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;*

(Rueda tuvo que ser una bellísima persona; se nota en su poema, que se expresa en tono de explicación y sin concesiones a la originalidad).
La viñeta de Botticelli es algo serio por más vista que esté. Cuanto más vista esté, más admirable resulta. Poder inagotable.

Grifo